Opinión

El país de un sueño (y II)

La Voz | Sábado, 29 de Septiembre del 2018
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Introducción: En el capítulo anterior habíamos dejado un cierto país de los animales organizado por una mente pensante.

Llevábamos unos meses viviendo con la nueva organización que había elaborado el señor Kakías sobre nuestro país, pero había muchos problemas. Era como caminar por una zona de pedregal, muy incómodo para muchos, menos para los ungulados, o sea las cabras y familiares. Esto pasaba ahora, algunos celebraban la nueva  ordenación eran aquellos que habían recibido algún cargo social.  Los que representaban a los distintos grupos en los que nos habían dividido y que se llamaban  Politeiai.

A los Andreas se les subió el cargo a la cabeza (como decís los humanos), paseaban muy estirados, con la cara muy seria y mirando de reojo a quienes se cruzaban en su camino. Cargados todo el día con los palos que les servirían para defendernos y mantener el orden entre nosotros. Sin embargo en numerosas ocasiones se olvidaban del “armamento” y ayudaban a los paisanos, que se encontraban en alguna dificultad.

Un día de estos, después de comer, me tumbé a la sombra de un árbol que había cerca del arroyo. Entre el sopor de los manjares deglutidos y la música que producía el agua al correr entre los guijarros, me quedé dormido.

Tuve un sueño muy interesante. Te lo cuento: Soñé que los vivientes habitantes del país evolucionábamos, me explico, nos hacíamos más inteligentes, inventábamos sonidos con los que comunicarnos mejor, construíamos albergues para dormir bien, cuidábamos mucho las cuevas que nos protegían de los fríos y de las tormentas y muchas más cosas.

Al hacernos más inteligentes, cuando nos reuníamos, ya no hablábamos solo de noticias, chistes y chismorreos, ahora cuando alguien afirmaba algo lo respaldaba con razones, causas y circunstancias, con lo que se formaba una tertulia muy animada e interesante, aportando cada cual más ideas, distintas perspectivas del asunto y conclusiones importantes inimaginadas.

En el transcurso de mi sueño apareció un amigo que era del grupo de los monos y comenzó la siguiente disquisición: Si los habitantes de nuestro país siguiéramos evolucionando, seríamos más inteligentes. Si somos más inteligentes concluiremos, que para vivir bien y sin problemas debemos olvidarnos de peleas, riñas, y violencias; cuando alguno de nosotros se sienta ofendido por algo, lo hablamos, analizamos la situación y solucionamos el asunto. Sabemos que las malas relaciones entre nosotros siempre son perjudiciales para las partes implicadas.

Puesto que la inteligencia es una cualidad que tenemos, deberíamos usarla para seguir avanzando individual y socialmente, lo que nos llevaría a tener una convivencia agradable entre todos, porque si unimos la inteligencia de cada uno de los componentes del grupo, alcanzaremos metas excelentes. La inteligencia nos hará ver nuestros propios errores y nos descubrirá el camino de una vida más interesante y culta.

Usando la inteligencia y la memoria que nos recuerda las experiencias vividas, podremos almacenar en nuestro cerebro más conocimientos. Y así nuestra sabiduría podría crecer como los árboles más altos del bosque.

Además la inteligencia con la experiencia y el conocimiento nos harán más responsables en nuestros trabajos, fortalecerá los vínculos de amistades entre nosotros y serán como peldaños para escalar lo que nos propongamos. Sabremos cómo hay que comportarse para no molestar a nadie y si cabe ayudarle a ser más feliz.

Con estas tres herramientas dejaremos de depender de los demás, podremos ser suficientemente autónomos. Tendremos una visión más completa y amplia de nuestro mundo.

El discurso del simio me dejó algo intranquilo. Me resultaba difícil compaginar las conclusiones a las que había llegado con la organización social del país que había definido el señor Kakías.

Me resultaba inútil gran parte del plan organizativo. ¿Para qué tener guardianes (Andreas)  que nos defiendan? o ¿los Dikastés (administradores de justicia)? Si podemos solucionar las rencillas y discordias dialogando y respetando las opiniones de los demás; incluso en caso de gran dilema, podríamos decidir la solución votando entre los implicados.

Pero lo que menos podía encajar, lo que más chirriaba en mi mente en el puzle de mi sueño y la realidad, era que no cabía la gran cantidad de representantes de las familias, clases y grupos. Eran muchísimos, vivían y comían de lo que aportábamos el resto de habitantes. Además tampoco nos representaban en las asambleas como nosotros queríamos, ni defendían las ideas que nos habían prometido. 

Y para colmo, como ahora eran los que gobernaban, porque los habíamos elegido, tenían un poder especial sobre la sociedad. Algunos eran muy responsables, pero otros muchos se aprovechaban del cargo, vivían a costa de los gobernados y no producían ningún bien al país de mi sueño.

Se me había ocurrido una solución: reducir al mínimo posible el número de estos representantes-gobernantes. Nosotros habíamos evolucionado, teníamos inteligencia, experiencia, conocimientos y cultura, por lo tanto ¿para qué necesitábamos tantos dirigentes? Pensándolo bien apenas aportaban al país beneficios en comparación con sus gastos, gustos y necesidades; aunque ellos decían que sí, que eran muy necesarios. Incluso discutían y se insultaban en sus asambleas por causas, decían, de los ciudadanos y defensa de sus intereses.

Si todos cumplíamos con nuestras obligaciones de familia y deberes sociales, para qué queríamos supervisores, orientadores y defensores de causas vacuas de interés. En conclusión ¿para qué queríamos la organización de Kakías si con nuestro cerebro y buen hacer la habíamos superado?

Un ruido ensordecedor y un resplandor impresionante precursores de una tormenta me despertaron de mi sueño y me urgieron a refugiarme en la guarida con mis cachorros y mi hembra.

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