Cuevas

Cuevas de la más pura tradición en la calle Dulcinea

Ángel Jimenez y Apolonio peco nos muestran dos cuevas en las que el tiempo parece detenerse

Carlos Moreno | Viernes, 19 de Octubre del 2018
{{Imagen.Descripcion}} Cueva de Ángel Jiménez Cueva de Ángel Jiménez

La calle Dulcinea, por su largura, comunica el centro con zonas periféricas de la ciudad. Una esas calles rectas de Tomelloso que tanto gustaban al pintor Antonio López. En ella han vivido y siguen viviendo  muchos agricultores que poseen casas de fachada grande, la mayoría de dos plantas, con una gran portada  y la cueva. Una de ella es la de Ángel Jiménez González, empleado del Ayuntamiento, que explica nada más bajar que “esta cueva era de un Cabezas y curiosamente uno de sus anteriores propietarios coincidía en nombres y apellidos conmigo. Éramos primos terceros”. La casa la adquirió años atrás y en su pensamiento está reformarla para vivir en ella cuando las circunstancias lo permitan

Esta es la típica cueva que al dividir la casa, también significó la partición la cueva, y evidentemente, una  de las dos partes tuvo que construir una entrada nueva para poder acceder a su parte. Así ha ocurrido en el caso de Ángel Jiménez que tuvo que construir una nueva escalera y una larguísima contramina para poder llegar a la cueva. Pero la solución arquitectónica ha sido brillante, con ese largo pasillo en tierra y un agradable olor a humedad que nos conducirá a la cueva. Precisamente, por esta obra tuvo que moverse una de las tinajas  para dejar libre la entrada a la cueva que alberga 12 impresionantes tinajas de barro, además de dos de cemento y una de relleno. Las tinajas de barro tienen una capacidad de 350 arrobas, que traduciendo a litros, salen unos  5.500.

La cueva de Ángel Jiménez e Inmaculada Martínez se encuentra en un perfecto estado de conservación. La esposa nos había advertido que no se encontraba muy bien, pero nada más lejos de realidad. El suelo de cemento presenta dos niveles, uno más bajo en el pasillo central, y una base de unos 25 centímetros sobre la que se apoyan las tinajas. A los pies de algunas de éstas aparecen las pocetas. Ni la cal, ni la pintura han hecho acto de presencia en esta cueva de un precioso color terrizo, de unos 5 metros de profundidad y con un techo de tosca en el que se combinan los ocres con los negros. Asegura José María que en esta parte de Tomelloso el grosor de la tosca puede oscilar entre los 1,60 y 1,70 metros. Las fotografías reflejan la luz blanca  que entra por las lumbreras  con la luz anaranjada de un foco que nos ha permitido ver mucho mejor la construcción. De un solo nivel, sin empotrado, hemos subido, con las máximas precauciones, por una escalera para contemplar las gigantescas tinajas desde arriba.

La cueva del abuelo Reyes

Solo ha habido que cruzar la calle para llegar a la casa de Apolonio Peco, él y su mujer, nos han enseñado amablemente la cueva que construyera el abuelo Reyes Muñoz allá por los años cincuenta. Al igual que en la cueva de la venimos, también es muy larga la contramina que tras describir una curva nos llevará a lo que fue el jaraíz. Llama la atención el balaustre de la cueva, pintado en rojo sanguina, mientras que la moldura está recubierta en un azul añil.  Diez tinajas de cemento, que parecen recién instaladas, y dos más pequeñas forman esta bodega, divina si se mira desde arriba y también si la observamos desde abajo.

La cueva ha sido reforzada con cinco pilares por motivos de seguridad y tranquilidad de sus propietarios. Siempre que aparece un pilar surge el debate sobre si era o no necesario. José María sostiene con firmeza que no, mientras que la arquitecta Ana Palacios ofrece una curiosa explicación profesional. “La propia tosca crea un arco de descarga hacia los laterales que  consigue reforzar la estructura”. Ella y el periodista vamos disparando con la cámara y subimos al empotrado, disfrutando de esos claro oscuros que aparecen en la cueva. El propietario indica que cada dos años la encalan para su mejor mantenimiento. Por la tosca asoma algún relleno de ladrillos y, como siempre, disfrutamos de la agradable temperatura y más aún de la inmensa hospitalidad de los tomelloseros que nos abren las puertas de sus casas como si nos conocieran de toda la vida. En principio, no nos conocemos pero cuando vamos tirando del hilo de parentescos y familias, todo resulta ya mucho más cercano.



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