Entre aquellas cuestiones
que el nuevo día nos ofrece, la de interrogarnos por nuestro origen y destino
creo que se antoja como la más determinante; preguntarnos por el antes y
después de nuestra existencia, por nuestra auténtica identidad para conocer
quién somos realmente.
Como todo aquello que no es
puntual sino que trasciende al momento, a muchos momentos, esta pregunta nos
obliga a realizar un salto sobre el presente y lanzar el pensamiento desde lo
más íntimo y profundo hasta aquello que se antoja más distante de nosotros, que
en esto consiste la verdadera dimensión y el sentido completo de la vida.
Porque este interrogante, aun
naciendo en nuestro interior, no tiene en él la respuesta completa sin que
antes de regresar haya viajado por el siempre admirable y muchas veces
complicado y proceloso mar de las experiencias humanas. Amor, gratitud,
reconocimiento, ayuda, lealtad, esfuerzo, coherencia, pero también narcisismo,
suficiencia, envida, rencor, cansancio, traición, falacia, vanidad…elementos
que van configurando nuestro ser y nuestro entorno, es decir, la vida misma. Sin
embargo siempre existe algo en ese viaje que puede cambiar este aparente
monótono equilibrio entre los aspectos favorables y desfavorables de nuestros días:
la sorpresa
Cuando cada mañana la vida
nos invita de manera obligada y predeterminada, que cosas, a emprender el ineludible
camino para ganarnos la vida, también nos está ofreciendo la posibilidad de
preguntarnos si lo novedoso puede acaecer, desviándonos del bucle recurrente de
una existencia que gira a veces entorno a no sabemos qué.
Ante el posible tedio o
monotonía y para hacer la vida más amable, el ser humano de hoy busca fuentes
en las que beber aguas que sacien sus deseos de felicidad. Para ello recurre a
reclamos de distinta índole, pequeños medianos o grandes, caros o baratos que las
ofertas comerciales ofrecen para olvidar su desencanto.
Estos reclamos materiales,
bienes de consumo o inmateriales, como viajes, técnicas de relajación o dietas
saludables que proporcionan un gran bienestar físico y una agradable silueta,
acaban siendo con frecuencia elementos absolutos y por ende “religiosos” que
planifican y determinan nuestra existencia, elementos que lejos de saciar,
demandan un más y más como el agua salada con la sed.
Y es que el hombre actual aun
de manera inconsciente va buscando lo que haga de su vida algo distinto; para
ello siempre está iniciando viajes hacia todo lo que existe fuera de él mismo,
pero y ahí está la causa de su falta de sosiego, sin partir ni recalar en su
interior. Así todo lo que intenta buscar y a veces encuentra y asume es algo
ajeno e impersonal por lo que no provoca su satisfacción personal. La crisis de
la humanidad hoy es una crisis de reconocimiento, de identidad.
El Adviento, un tiempo
desconocido y ninguneado por la celebración de una Navidad anticipada por
razones comerciales ofrece una oportunidad, un tiempo para dar reflexionar de
forma sosegada sobre el origen, sobre el porqué y para qué de lo que somos. El Adviento
es un tiempo propicio para realizar ese viaje admirable que tiene como meta,
como final conocer el auténtico sentido de nuestras vidas. El Adviento es un
tiempo de búsqueda, de preparación para la “venida del Redentor”, que ese
precisamente es su significado.
Porque como decía, aunque la respuesta a la
pregunta más definitiva de nuestra existencia venga de fuera…ya se encuentra instalada,
y esa es la sorpresa, cerca, muy cerca, tan cerca que está junto a nosotros,
que eso significa Emmanuel: “Dios está con nosotros”. En Dios hecho hombre, en
Jesús, próximo a nacer, hallamos de una manera admirable el verdadero sentido,
la auténtica dimensión de nuestras vidas porque y esta es la clave, la vida es
gracia, un precioso e inconmensurable regalo con el que nos encontramos cada
día.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Sábado, 4 de Mayo del 2024
Sábado, 4 de Mayo del 2024