Cuevas

Una cueva como eterno homenaje a dos familias de bodegueros

Estrella Marquina nos muestra una formidable cueva que conserva en su auténtica esencia

La Voz | Sábado, 15 de Diciembre del 2018
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Bajar a la cueva de Estrella Marquina ha sido un verdadero deleite, no ya solo para José María Díaz, que trabajó con su padre en la construcción de algunas de las tinajas que contiene, sino también para la arquitecta, Ana Palacios, que ha podido admirar sus elementos constructivos y también para el periodista, al que ha llamado poderosamente la atención su impecable estado de conservación.

Estrella y su marido, el siempre recordado Clemente Cuesta, adquirieron su casa de la calle San Felipe hace veinte años. Después de una acertada remodelación a la que supieron dar un toque más moderno a la vivienda, sin que perdiera su encanto tradicional, recuperaron también una cueva que, como dice su propietaria, “era la boca de un lobo, pero mi marido se empeñó en que la reconstruyéramos y la mantuviéramos en buen estado”. Y hemos podido comprobar que lo hicieron a las mil maravillas, la cueva se conserva en su auténtica esencia y alberga curiosos objetos de la cultura vitícola de la ciudad.

La propia escalera por la que bajamos a la cueva es el primer elemento que llama nuestra atención. Destaca su anchura, y la experiencia sabia de José María pronto nos sacará de dudas. “Muchas escaleras eran anchas para que hubiera hueco suficiente para meter las tinajas de barro que fueron las primeras que tuvo esta cueva. Se introducían tendidas hasta el fondo”. La cueva, que vino a construirse en torno al 1900, alberga ahora doce tinajas de cemento, que parece que fueron instaladas ayer. Seis de ellas tienen una capacidad de unas 450 arrobas, la otra media docena son mayores, de unas 550 arrobas. Están envueltas en una boveda de media caña muy bien construida.  

El empotrado se ha reforzado  con unas columnas circulares de poco grosor, bien integradas en el conjunto de la cueva, donde el color granate se combina con el blanco y con el gris. Las ménsulas, rosetones y moldura son los elementos decorativos de la cueva. Uno de ellos se rompió y fue restaurado en Socuéllamos lo que demuestra el afán de los propietarios por tener siempre la cueva en perfecto estado. La balaustrada del piso superior era originalmente de tubo pero se sustituyó por una de hormigón lacado que le da un toque de elegancia a la cueva. 

En un punto intermedio de la escalera está la fresquera que contiene esos elementos  típicos del oficio de bodeguero como las tiras de azufre, un removedor de vino, un martillo, un alambique, una aceitera. Estrella nos confiesa su pasión por lo antiguo, todo lo que puede lo restaura. Al asomarnos por una de las tinajas descubrimos que contiene unos sarmientos; se trata la planta para injertar que se metía en las tinajas. 

El techo tiene muchas partes de tierra con lo que gana en uniformidad, no presenta esos desniveles  que sí tienen los techos de las cuevas que están en la pura tosca. La lumbrera está encajada en un hueco rectangular que se va estrechando a medida que coge altura. Al marcharnos, Estrella nos indica el lugar por donde iba la escalera primitiva de la cueva. La verdad es que nos ha encantado, al igual que les gustó antes a los numerosos amigos de Estrella que han podido ver esta joya.

Revalorizar las cuevas

Compartiendo exquisito aperitivo con vino, jamón y queso entablamos una amena conversación sobre las cuevas. Estrella lamenta las muchas que se han perdido, “mucha gente a la hora de construirse una nueva casa, y buscando la seguridad, no quería que hubiese una cueva abajo. Veían la cueva como un problema”. José María insiste en su teoría de que las cuevas “estaban tan bien hechas que ninguna de ellas ha cedido” y vuelve a recordar las cuevas que invaden por abajo el espacio de la calzada calle Don Víctor “por donde miles de vehículos pasan todos los días y jamás ha ocurrido nada”.

En otro momento de la conversación surge la singularidad de unas construcciones que son únicas en el mundo “y que afortunadamente, y gracias a gente como José María o Ángel Bernao con su libro empiezan a tener el valor que merecen”, -asegura Estrella-. Opinión que comparte José María y Ana Palacios que nos vuelven a dar las gracias por los reportajes semanales de cuevas que aparecen en nuestro periódico. "Todas tan iguales y a la vez tan distintas", sentencia Ana, que es una profesa una gran admiración por estas construcciones.

“La asignatura pendiente es que las cuevas todavía no llaman excesivamente la atención de gente más joven”, comenta la dueña de la cueva. Al final, José María desgrana una curiosa teoría sobre las propiedades de los agricultores de Tomelloso, cuyo potencial se medía según las mulas que cada uno poseía. “En Tomelloso, lo más frecuente eran los pichuleros medios, la propiedad estuvo repartido”. La palabra pichulero provoca unas risas que van a ser el punto y final a una agradable velada. 


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