“Acechador de rutas. Un vigía/ que nunca ha visto el mar y que navega/ los surcos paralelos de las trías/ en los carros monótonos, a vela/ de los aires que mueren en Castilla./ Timoneros, carreros de la Mancha, /aquí estamos solos en la geografía, /aquí acaba la luz, abandonados/ en el centro de España nos limitan/ los vientos más fronteros. Los carreros/ acechan las llanuras infinitas”.

El Museo del Carro es, sin duda alguna, el lugar que mejor refleja las raíces, esencia y tradiciones de Tomelloso. Nació a finales de los sesenta y su elemento más espectacular es el bombo que construyera Pablo Moreno “Cota”, un maestro de la piedra seca, en el año 1970. Sus galerías y pasillos enseñan la historia de trabajo y esfuerzo de un pueblo que se construyó por sí solo, sin elementos que favorecieran su desarrollo, únicamente el sudor y la sabiduría de unas gentes que supieron sacar a una tierra pobre el máximo jugo. El Museo ha tenido épocas mejores y peores, pero poco a poco las sucesivas Corporaciones lo han ido mejorando y realzando.

Hemos visitado el Museo evocando al gran Eladio Cabañero, el poeta que mejor ha dibujado el trabajo de labradores, segadores, vendimiadores, bodegueros, guarnicioneros y carreros.” Brilla el paisaje en espejismo ardiente/ y el segador resiste, la sien fija/ en el cráneo, explotante, con la frente/ retrasvasando un ascua de ceniza”.  

Carros de dos lanzas, galeras, tartanas, cabrias, carretones…que transportaron el fruto del trabajo, tirados por mulas incansables. Horcates, yuntas, arados, horquillos, palas, serillas, espuertas, tomizas, piedras de afilar, hoces, básculas, medias fanegas, fuelles, foudres, tinos, calderos, espuertas, aguaderas, cordelillos, trillas, trillones, palos de alletar, aventadoras, costales, cargadores, vertederas, garabatos…El Museo está dividido por oficios: los de labrador, segador, bodeguero, alchoholero, lechero o panadero. “Empuñando la hoz, porificando/ la sangre, enmadejada, endurecida,/ a contra fauces gira las dos manos/ tronchando cañas y venciendo espigas”.

De las paredes cuelgan fotos de segadores delante de carros cargados de mies, cuadrillas de vendimiar, carreteros…Gentes que ponían buena cara a los duros tiempos, que cantaban mientras trabajaban. “Campesinos de carne castigada/ tatuado a piel desencajada y dura/ las dos manos de bruces hacia el suelo/ monolítico afán de barro vivo/ trabando los tendones con el viento/ traspasando su sangre restallada”.

Billetes y monedas de distintos regímenes, facturas, contratos, tratos…El Museo refleja también la nobleza en las relaciones, donde muchas veces la palabra bastaba, sin necesidad de estampar firmas en ningún documento. Curioso, aparece un recorte de prensa de La Voz de Tomelloso, nuestro antecesor en papel que dirigiera Clemente Cuesta Santandreu, el titular no invita precisamente al optimismo, “¿Desastre vitícola en Tomelloso?”. Una veces era la climatología, otras los precios, alguna enfermedad; el trabajo de los labradores pendía siempre de un hilo.

Se rinde homenaje en el Museo a la mujer campesina que no se arrugó ante nada ni ante nadie. Labradoras, segadoras, vendimiadoras, terreras…”Heroica mujer la de estos hombres/ que trabajan curvados contra el suelo/ fuerte mujer de castigada carne/ crisoleando el temple más manchego./ Mujer que nunca llora y que no mira/ por si le adivinamos su secreto".

Recogida la cosecha, llega el momento de elaborar el vino. Una bodega en miniatura explica aquel inmenso mundo subterráneo de Tomelloso de las cuevas que fue la mejor solución para que el vino saliera bueno. Antes se obtenía el mosto.  “El mosto en su volcán. Los manantiales/ gestan la sangre a ciegas. El fermento/ navega la tinaja tumultoso”. “El vino en la tinaja triunfadora/ es una sangra conmovidamente,/ su corazón de barro es una fuente/ que tiene agua espesa y manadora”.

Avanzamos por la gran galería principal. Aparecen más carros, muy bien conservados, pero la pintura no logra disimular las cicatrices de tantos días de trabajo. Carros de las madres, carros para transportar orujo Al fondo aparece una colección de aparatos de destilación para obtener ese alcohol al que también canta el poeta. “Por la repetición, por la locura/ de las paredes blancas y el latido/ de los laboratorios consumido/ esta el alcohol, no tiene arquitectura/ la sangre ni la tierra. La blancura/ deja al mundo sin nadie. Se ha perdido/ aquel vino indefenso, el dolorido/ vino que fue verdor en la llanura”.

Vemos cribas, barjas, redinas, cubas, toneles, hachas, rodillos, romanas, picos, garios, garruchas, porras, azadones, candiles, sacas, mantas, un zaque, la venencia, guadañas, las canillas de cobre….aquellos hombres sabios fueron ideando los aperos que les hicieran algo más cómodo el sacrificado trabajo. 

Dejamos para el final nuestra visita al Bombo de Pablo Moreno; imponente, con una bobeda perfecta, un puzle de piedras perfectamente encajadas, sin ningún tipo de argamasa entre ellas. Alberga los arreos de las mulas, su piso es aguijarrado, con la agradecida chimenea del invierno y placentera frescura del verano. Junto al Bombo hay también un cocinilla típica. La generosidad de los vecinos de la ciudad ha provocado que no todos los carros quepan en las galerías y algunos de ellos soportan los rigores del cielo abierto.

Hemos disfrutado mucho en este Museo del Carro que es un sentido homenaje a aquellos hombres admirados por el gran Eladio. “Eran hombres enjutos, enhiestos como chopos,/ braceros de Castilla, sin hiel, gente guerrera/ que clavaron arados y azadas hasta el fondo/ que con la misma tierra levantaron sus casas/ que de los huesos mismos extrajeron aliento/ entre el gran desamparo de la Mancha”.