Antes de acceder a la cueva hemos podido admirar otros elementos de la mejor arquitectura manchega como el jaraíz con su techo de madera, un pajar, el patio al que cada año se encarga de dar la cinta la propia María Teresa, una cocinilla y, por supuesto, una cueva que se ha cuidado con mimo y se encuentra en perfecto estado de conservación, como si hubieran estado elaborando vino ayer mismo en sus entrañas. Ana Palacios, la arquitecta que siempre nos acompaña, ha tomado numerosas fotografías.

La escalera es larga, en forma de ele, con paredes encaladas. Más o menos en la mitad de los escalones se puede acceder al empotrado de una cueva que contiene treinta tinajas de cemento, que como tantas otras construyeron  José María Díaz y su padre, allá por los años cincuenta. La cueva es muy anterior a esta fecha.  Llaman la atención los elementos decorativos como la moldura, los plafones y las ménsulas, pintados en blanco y verde. La balaustrada de arriba es de hierro. Mirando todavía más alto nos encontramos el techo en la tosca, horadado por cuatro lumbreras , encajadas en un hueco rectangular que se va estrechando a medida que sube hacia la lumbrera. 

El pasillo entre tinajas es más ancho de lo habitual y en medio hay una bomba muy bien conservada. El piso del pasillo, de cemento, es más alto en su parte central. La cueva está impecable, gracias a los cuidados y el mantemiento de María Teresa que siempre que puede se acerca al inmueble familiar de la calle Oriente para escuchar la radio o leer en la tranquilidad de una tarde verano. Todo lo que nos va mostrando lo asocia a entrañables recuerdos familiares, sobre todo a su padre, al que recuerda limpiando las tinajas  o sacándo los apreciados tártaros de vino que tenían propiedades medicinales.

Otros recuerdos le llevan a los vendimiadores que llegaban de Villanueva del Arzobispo y que muchas veces bajaban a la cueva, previamente advertidos por el propietario, de que tuvieran cuidado con el temido tufo. La cueva viene a ser la historia de la familia, el recuerdo de muchos años de trabajo, el vestigio del alma de una  ciudad que encontró en las cuevas la mejor solución para la crianza y el almacenamiento de vino. Esta cueva de la familia Novillo nos ha encantado.