Para
cualquiera que tenga el mínimo interés sociocultural o político, Colliure es un
lugar especial, emblemático quizás. Allí, en su pequeño cementerio, se
encuentra la tumba del gran poeta Antonio Machado Ruiz.
Su
muerte el 22 de febrero de 1939 significó el anticipado anuncio de la derrota
de la Segunda República como forma de gobierno, un acontecimiento que truncó la
posibilidad de acometer la modernización de las viejas estructuras de nuestro
país.
Colliure
ha sido y sigue siendo el lugar de peregrinación de sucesivas generaciones de
escritores, poetas e intelectuales que rinden homenaje con su visita a la
grandeza del vate, un reconocimiento a la honestidad y honradez que refleja
toda su obra. De todas estas demostraciones de admiración públicas y privadas
elijo una foto, la de la generación del 50. Allí, veinte años después del
suceso, posan junto a su tumba. Dando fe de su personal homenaje están Blas de
Otero, José Agustín Goytisolo, José Ángel Valente, Ángel González, Jaime Gil de
Biedma, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald y, de todos ellos, sólo el
poeta gaditano, reciente premio Cervantes, queda entre nosotros.
Resulta
evidente que hacer una comparación o un paralelismo entre Valdepeñas y Colliure
es una tarea casi imposible, descabellada quizás. Colliure es una villa situada
en la costa francesa muy cerca de la frontera española y bañada por el
Mediterráneo, su población apenas ronda los tres mil habitantes. Valdepeñas,
sin embargo, cuenta aproximadamente con treinta y dos mil vecinos y se
encuentra enclavada dentro de la meseta en la gran llanura manchega. Ni por
historia, demografía, clima o recursos podemos encontrar algo en común. Sólo
una simple carta entre Machado y Alcaide puede ser el pretexto.
Es
obvio que el cementerio de Valdepeñas no resulta tan entrañable como el de
Colliure, ni tan famoso, pero seguro que es más extenso. Sin embargo la
necrópolis valdepeñera resulta ser uno de los espacios mejor conservados y
cuidados que tiene la ciudad báquica. Hace más de medio siglo que allí reposan
los restos de nuestro gran poeta local de referencia. Me refiero a Juan Alcaide
y junto a él, en un anárquico itinerario por patios y calles, están las
sepulturas de otros paisanos ilustres que el tiempo y la memoria van dejando
poco a poco en el olvido.
Por
eso, un día cualquiera, en una tertulia de tantas, a un buen amigo se le
ocurrió la idea de buscar y visitar las tumbas olvidadas de personajes que han
demostrado el amor a la ciudad o que han sido referencia de ella.
Tierra:
Que guardas la sustancia/ de la primera madre;/ de tantos hijos suyos que
murieron/ sin losa ni epitafio.
(Sagrario Torres).
La
mañana de un frío sábado de enero decidimos hacer nuestro íntimo peregrinaje al
camposanto. Un acto inusual, excéntrico, un discreto paseo luctuoso bajo la
sombra de los cipreses y acompañados por el zurear de las palomas, con la
emoción contenida y el respeto que
provocan siempre el desamparo de sus sepulturas.
Juan
Alcaide reposa junto a los restos de su madre y su tía, en una discreta lápida
de mármol blanco (quiero recordar) y que en nada se diferencia a cualquier
otra, donde las letras que anuncian que allí reposan los restos del poeta
triste están herrumbrosas por efecto de la lluvia y el viento.
Visitamos después la sepultura de Cecilio Muñoz Fillol, personaje polifacético donde los haya, veterinario, profesor, humanista, investigador, novelista y cronista de la ciudad. Un hombre apasionado que dejó una rica herencia a todos aquellos que estuvieron a su alrededor, alumnos y amigos. Su luz fue la búsqueda y la pasión por el conocimiento.
A
continuación buscamos el sepulcro en el que reposan los restos de un artista.
Me refiero a Tomás de Antequera, tonadillero, cantaor, un grande de la copla
que fue quedando en el olvido. Reposa junto a sus padres y resulta muy curioso
el contraste entre la foto de su progenitor y él. Apenas se puede apreciar,
pero luce una de sus preciosas chaquetillas de lentejuelas atuendo muy personal
al estilo de la época. Un artista a contratiempo que seguramente bregó como
nadie en una sociedad homófoba e hipócrita que presumía de su arte y criticaba
de su condición.
Seguimos
con tan extravagante visita y comprobamos que la poetisa Sagrario Torres
descansa en uno de los antiguos nichos que se orientan al sur. Ella si tiene
grabado en la pequeña lápida un precioso y rotundo epitafio, unos versos
escritos por su maestro y mentor. Me impresiona la fuerza y la pasión que
Alcaide le dedica a esta aguerrida mujer: ¿Por donde está Sagrario?/ ¿En
qué racimo clavó el canibalismo de sus dientes?/ ¿Qué capacho aguantó su brutal mimo/ ¿Qué
mosto se hizo perla en sus pendientes?
Vuelvo
a releer una y otra vez esta dedicatoria ahora fúnebre, versos que anuncian la
pasión adivinada. Sagrario aunque vivió en Madrid tenía delirio y vehemencia
por Valdepeñas, cuando volvía a la ciudad era más valdepeñera que nadie.
Justo
casi en el lado opuesto, en los nichos que miran al norte se encuentra la
sepultura de Gregorio Prieto, el gran pintor de la generación del 27, el amigo
de Lorca y de Cernuda. Gregorio Prieto fue ante todo un excelente dibujante y
sus litografías son tan importantes como sus cuadros. Todavía sigue el difunto
en aquel lugar. Se rumoreó que cuando pasase un tiempo prudencial al
fallecimiento, los restos del pintor reposarían en el patio del Museo de los
Molinos, justo a la entrada de Valdepeñas. Seguramente ese proyecto quedó
aparcado como tantos otros, no por la crisis, sino por la desidia o la apatía
de aquellos que no recuerdan la generosidad de Gregorio legando a la ciudad una
gran parte de su obra concentrada en la fundación que lleva su nombre.
Esa
fría mañana de enero la aprovechamos también para hacer puntuales visitas a
tumbas particulares de familiares y conocidos. Uno de nosotros advierte que, a
pesar de haber cumplido con lo pactado, no hemos dejado ninguna flor, ni leído
ningún poema ante la tumba de los vates fallecidos, otra vez será. Seguramente
volveremos para recordar también a Paco
Creis o a Óscar G. Benedí y algún otro paisano ilustre que se nos quedó en el
tintero.
Para
finalizar este texto que ha resultado demasiado serio y fúnebre, les confesaré
que, antes de iniciar esta peripecia tanática, dimos buena cuenta en la
churrería de la Veracruz de un rico chocolate, acompañado por unas excelentes
roscas. De esta manera apostamos por la vida e hicimos bueno el refrán
popular que dice con gran sentido común:
“El muerto al hoyo y el vivo al bollo”.
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Miércoles, 17 de Abril del 2024
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Viernes, 19 de Abril del 2024
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