Ha dejado de oír las conversaciones, un pitido constante le invade el cerebro. Esquiva cosas, personas y echa a correr. Sube por unas escaleras mecánicas que no recuerda si funcionaban y sale a la calle. Corre y corre. De pronto, recuerda algo. Saca el móvil y llama a su novio. ¿Dónde estás?, contesta una voz ansiosa. ¿Estás bien? Llevo corriendo un rato, no sé cuánto. No sé dónde estoy. Da igual, replica él, coge un taxi y pásame al taxista, yo le diré mi dirección. Tranquila, espero.
Ella llegó a su destino con un taxista diligente que ni le habló, ni le cobró la carrera. Llegó sin un rasguño. Físico. El psicológico se prolongó durante muchos años. El ruido de la detonación, la manera de doblarse el cuerpo, el no dar crédito mezclado con el miedo perduraron. Ocurrió en Madrid, un 11 de marzo de 2004.
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