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El vendimiario de Francisco García Pavón

Vicente Sánchez Gómez | Sábado, 16 de Marzo del 2019
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A dos pasos de siglos el  desarrollo industrial bodeguero se ha vestido de limpio para mirar el porvenir desde la paz de la Glorieta de Lorencete, sumando a vuela pluma el hontanar de las exportaciones con la música tenaz de los rosales que allí convergen; punto central del tesón que da gala a la blusa de los que excavaron el subsuelo de Tomelloso para guardar los preciados mostos, previa molturación del oloroso fruto, transportado en carros y galeras desde lejanos predios.

Olor y vapor que salía por las lumbreras impregnando al niño Francisco García Pavón para siempre. Marcándolo como de su predilección por medio de una dulcedad, irónica a veces, que sustentaba su gran imaginación y la socarronería o idiosincrasia de Tomelloso; de la que hizo su seña de identidad y la trasmitió en su obra a través de unos personajes elaborados y mimados, igual que el vino de tan enblemática ciudad, con maestría.

Escribimos sobre el Tomelloso antiguo, histórico y patriarcal de mil novecientos diecinueve, al albor de los septembrinos días en los que nace para la Ciudad del Vino Francisco García Pavón. Niño que llega ya con el afán de irse generosamente señalando como imprescindible en plena faena vendimiaria, cuando las bodegas huelen y saben a mosto recién elaborado; vino que sigue siendo santiguado puertas adentro del corazón con el axioma cervantino: «No es un hombre más que otro si no hace más que otro».

Palabras volanderas

Palabras volanderas llegaron a Tomelloso un tiempo después del nacimiento de García Pavón. Fue en noviembre, cuando la revista Regeneración. Semanario Agrario Ilustrado, de ideas liberales, se encarga de ocupar horas de comentarios en los tertulianos del Casino de San Fernando, para que sus socios recalaran en lo importante. Y al parecer dio tema para tejer los días futuros; porque la citada revista ve la luz el 9 de noviembre de 1919, al precio de 15 céntimos de peseta, con ideario adepto al político liberal Rafael Gassett (1866-1927), director que había sido del famoso periódico El Imparcial, Ministro de Fomento hasta en siete ocasiones con Moret, al que el director y redactores de la revista Regeneración, según sabemos, seguían enfervorizados por sus desvelos para el terruño manchego; y así lo expresan con entusiasmo.

No eran de extrañar los comentarios; pues los postulados del semanario sumaban reivindicaciones; además solicitaban a todos los hombres de buena fe:

 «Nos ayuden en nuestra descomunal empresa, y, todos unidos, haremos la redención del pueblo que nos vio nacer, para tener pantano, alargar los ferrocarriles, crear grupos escolares, escuela de artes y oficios, laboratorios enológicos, servicio interurbano  de telégrafo, ampliación del servicio a permanente de teléfonos urbanos, desviación de la vereda de ganados, para que éstos no circulen por las principales vías de Tomelloso y, en fin, mejor luz eléctrica permanente y descentralización de nuestras anticuadas costumbres, con el fin de hacer pueblo, que es hacer región, o, lo más sublime: hacer Patria». (1919/09/11. Regeneración, año I, nº 1, p., 1).

Buen programa para la infancia de un personaje tan observador, pacienzudo y meticuloso; novelista que, años después, analizaría, desde su  personal y carismática sabiduría, cada paso y poso de un Tomelloso que ya se avecinaba vital, flor de primavera, en una tierra muy dada al silencio, el olvido y la abnegación.

Talento y talante el de García Pavón, bien expresado (después cotejado y examinado) con una novedosa forma de entender lo que eran los manchegos y lo que debieran ser; ideas plasmadas en obras donde el sentimiento supera al contador o escribidor de historias, que le gusta decir a Vargas Llosa  sobre los que se dedican a tan meritorio quehacer. Vendimirario que sobrepuja la seña de identidad del escritor, entre otros, en sus libros: «Cuentos de mamá» (1952); «Cuentos republicanos» (1961); «Los liberales» (1965)...

El universo del idealismo en García Pavón, calando su memoria con la añoranza y el poso de la dulzura. Opción que fue siempre vocación y le venía de antiguo hacia la literatura. Afición ─a veces aflicción─  a la que dedicó su vida, escribiendo temas muy cercanos a los problemas de la sociedad; que son los que alumbran a la esperanza y el deseo de un mundo mejor.

La luz de la palabra

Desde la infancia tuvo en su mente la luz de la palabra: «Antes de saber escribir, ya le contaba cuentos a mi padre. Lo recuerdo sentado ante su máquina, copiando las historias infantiles que yo le decía». Declaración de García Pavón que muestra el área milagrosa de su vivir en una entrevista que le hace el diario ABC en marzo de 1973, a propósito de la serie del famoso policía de Tomelloso que rodó Televisión Española.

Mientras tanto el autor de «Cerca de Oviedo» trabaja sosteniéndose en su propia convicción, para irse realizando en un vendimiario novedoso y hasta quizá provocador. Difícil tarea para un tiempo de brumas y cansancios, delicado para la intelectualidad.

Con claridad expresa las ideas pavonianas el profesor y crítico literario Francisco Indurain[1], en una biografía dedicada al autor de «Historias de Plinio». editada en 1982 por el Ministerio de Cultura: «Las limitaciones que la censura impuso fueron obviadas por el escritor, que supo proclamar y mantener un tono y actitud mental del más limpio liberalismo».

Tierra adentro de su especial observación y construcción del lenguaje, que particularmente lo hizo único, está lo manchego; y la realidad e idealidad uniéndose en una forma ensayística y veraz de entender y absorber lo que le rodeaba al suscribir y empezar a delinear una línea de expresión que reuniera en torno a la palabra su sentir ─muy próximo a la tierra de don Quijote─. Rasgo en el que muestra sus profundas convicciones y filosofía vital, mostrándose: participativo, locuaz, bromista, idealista y soñador: «Las ciudades deben verse como se bebe el vino, despacio, paladeándolo; pero yo he visto Ciudad Real a horcajadas sobre veloz saeta de montero»[2].

Saeta de montero

Fue desde aquí, subido en su veloz saeta de montero, cuando sintetiza la vida de esta Mancha que gemía a través del llano. Lo dice el diario LANZA en 1953, haciéndose eco del Día del Libro; fecha en la que impartió una conferencia en la que expuso e hizo uso de la palabra: «El ilustre escritor de Tomelloso don Francisco García Pavón». En tan renombrado texto, el forjador de Plinio y don Lotario, habló sobre «La Mancha que Cervantes conoció», analizando la personalidad del autor de don Quijote:

«Y sus razones de permanencia entre los manchegos; las razones y lugares que por su profesión hubo de conocer y qué  elementos de esta región recogió para llevarlo a sus libros inmortales, principalmente al Quijote. Luego fue desmenuzando las cosas –el paisaje de la época, los campos, los alimentos, las casas, los deportes de los caballeros de aquélla época-, para seguidamente analizar los tipos de la región en aquellos años ─entierros, cómicos, arrieros, moriscos, galeotes─, y los trances en que Cervantes hubo de encontrarse de muchas de las cuales habla en temas de sus libros». (1953/24/04. LANZA, p., 3).

Conferencia que marcó la senda por donde caminar y expresar las nominaciones que García Pavón tenía en su corazón para una tierra olvidada en toda su extensión. Solitaria también; pero tan solidaria como el viento que movía los gigantes de la llanura para no perecer de hambruna y soledad.

Magia que lo autorizó para seguir expresando sus sentimientos por el éxito alcanzado, para así extender otros textos como base para realizar el discurso de ingreso en el Instituto de Estudios Manchegos[3] (1954) con un título esclarecedor también: «La Mancha de don Quijote». Tierra intensa, extensa y particular, pegada al terruño  por el cansancio y el olvido; pero mágica por entrañable para el autor de «Las hermanas coloradas».

Claramente así define a la tierra que lo vio nacer: «Toda en la Mancha es tan sutil y evanescente, todo tan entrecruzado de varias identidades, que siempre se nos escapa, como ante los buenos poemas, la verdadera raíz de su virtud».

 Panorama literario

Mas no era nuevo en el panorama literario nacional e internacional el autor de la «La Guerra de los dos mil años» en aquellos importantes tiempos de la posguerra española; pues ya tenía ávidos lectores de las sucesivas entregas literarias que había realizado.

Vendimiario realmente alto, sin distancias y sin descanso; pues había publicado diecisiete obras y logrado, en 1967, con la novela «El Reinado de Witiza» auparse como finalista en el  prestigioso Premio Nadal: premio en el que ya había participado, consiguiendo, en 1945, también conseguir ser finalista con la novela «Cerca de Oviedo»; galardón que conseguiría en 1969 con  «Las Hermanas Coloradas». Dos años después, recibiría el Premio de la Crítica Narrativa con el título: «El rapto de las Sabinas». Después vendrían los galardones de “Hucha de Oro” (1976), patrocinado por la Confederación Española de Cajas de Ahorro, para el relato titulado : «Confidencias, 1916». Y el Premio “Antonio Machado” de la Fundación de Ferrocarriles Españoles (1979) para la narración: «El Tren que no conduce nadie».

Y entre libro y libro se retornaba a Tomelloso como preciado talismán. Música interna que no desvanecía la lejanía ni el tiempo, tan olvidador de lo importante.

Pero vayamos finalizando lo que debiera ser principio de tan somera remembranza de García Pavón, anotando en tan breves palabras, otros trabajos de un vendimiario cautivador, ejemplo de  filosofía pavoniana manchega, a partir de caudal expresivo de su palabra:

«En todo paisaje hay algo que propende al cielo. En ellos la concavidad celeste parece atraer hacia sí el relieve de las tierras.  Es un rendirse el concreto suelo al gigante y avasallador paréntesis del firmamento. [...] Este ritmo vertical, este ritmo místico de toda geografía hacia la altura, no existe en nuestro paisaje. He aquí la primera y más fuerte sugerencia que nos refiere nuestro campo. Llano infinito, ancho, sin hitos acotadores, a prueba de niveles, obra de llanas y palustres gigantescos, se resiste al cielo, se fuerza en una tensión, en una tirantez de parche de pandero que en muchos kilómetros, nada concede a la altura. [...] Tierras manchegas, parduzcas, rojizas, a veces duras, rebeldes, tercas, con su ascética tersura de timbal, se resisten a la concepción grácil de empinarse, de querer lamer el agua engañosa de arriba»[4].

Y el fuego del amor seguía en su vendimiario;  pero no engañador, sino firme sobre la entraña de un escritor que amó esta tierra y la cantó (sin olvidar la transcendencia de su literatura en ámbitos y países diversos), regalando su verbo a todos los que tuvieran la suerte de evocarlo y leerlo a pie de campo y a pie de vida:

«El llano es un gigante, quedo, inerte, posado en una inmovilidad que aletea un no sé qué de paz espiritual, y de quietud, de más allá. Inspira el reposo de algo dormido, de algo que apenas respira, pero que de su poso emerge, como un musical silencio, una santa quietud, una mansa grandeza divina».

Loado sea Francisco García Pavón por el regalo de su literatura y su praxis vital para un vendimiario cercano, intenso y aleccionador.

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[1] Indurain, Francisco (1982). Francisco García Pavón. Biografía. Ministerio de Cultura. Dirección General de Promoción del Libro y la Cinematografía. Madrid, p.,6.

[2] García Pavón, Francisco (1951): “Ciudad Real. Notas de un viaje apresurado”. En  Diario LANZA, Ciudad Real, 18-22 de Septiembre de 1951.

[3] García Pavón, Francisco (1954): “La Mancha de don Quijote”. En Cuadernos de Estudios Manchegos. Publicaciones del Instituto de Estudios Manchegos. (Patronato “José María Cuadrado”, Centro Superior de Investigaciones Científicas), Ciudad Real 1954-1955,  nº VII, pp., 7-24.

[4] García Pavón, Francisco (1951) [2018]: Estudios Manchegos. (Tres ensayos y una carta). Almud. Ediciones de Castilla-La Mancha, p., 72.

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