Cuevas

Una cueva para enmarcar

La cueva de Antonio Ortiz y Elena Losa se conserva en su pura esencia, tal y como se trabajó en ella durante muchos años

La Voz | Viernes, 29 de Marzo del 2019
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La sensibilidad y apego a las tradiciones de gente como Antonio Ortiz y su esposa Elena Losa ha propiciado que algunas de las típicas cuevas de Tomelloso guarden el encanto de sus tiempos de esplendor. Con franca hospitalidad,  el matrimonio nos ha abierto las puertas de su casa en la calle Nueva, una vivienda que adquirieron a la familia Onsurbe y  que guardaba una magnífica cueva. Antonio y Elena  construyeron su nueva vivienda y lejos de caer en la tentación de condenar la cueva con la pala, buscaron soluciones arquitectónicas para conservarla y ¡de que manera!.  La cueva presenta un estado impecable, guardando las características esenciales de sus días de mayor actividad. Una auténtica joya de finales del XIX.

Por imperativos de la obra tuvieron que  modificar la entrada de la cueva.  La puerta de entrada se acciona automáticamente gracias a un sistema donde se deja ver la mano de Cameto, la empresa de Antonio, y sobre todo en una losa de hormigón armado que permitió conservar intacta la cueva,  evitando que llegaran a ella los pilares de la vivienda. 

Descendiendo por los primeros peldaños, revestido con un terrazo en tonos grises, nos encontramos con una cueva de pequeñas dimensiones, que fue la primera que descubrieron, y en la que hubo que trabajar a fondo para limpiarla. “Estaba llena de escombros y de muebles de la casa que ya no utilizaban. Los escalones estaban desmoronados y nos sabíamos que la casa tenía una cueva mayor. Cuando vimos lo que había no dudamos en arreglarla”, explica Elena que recuerda con nostalgia la cueva de la casa de sus padres en la calle Alfonso XII, donde hubo una cueva muy grande que fue víctima del boom de la construcción años atrás. 

En esta primera cueva, los dueños de la casa tienen su bodega con los vinos que guardan para las mejores ocasiones. Como hemos explicado tantas veces, las condiciones de luz y temperatura de una cueva resultan ideales para que los vinos mantengan intactas sus propiedades. 

Elena rememora el triste episodio de su abuelo paterno que murió en una cueva cuando tenía 33 años. “Fue en un momento de descanso, se sentaron a almorzar en el segundo escalón y cayó un témpano del techo y los mató a los dos, a mi abuelo y su compañero de trabajo. Mi padre solía lamentar de que se hayan perdido tantas cuevas después del gran trabajo que se ha realizado en ellas y que es un elemento indispensable de nuestra cultura tomellosera”.

Veintitrés tinajas de barro de 250 arrobas de capacidad alberga la cueva de Antonio y Elena. Una de ellas está rota, porque las de  barro no tenían la dureza y resistencia que más adelante sí tendrían las de cemento.  Una cueva alargada que tiene cuatro lumbreras, dos de ellas condenadas, a la que hay que añadir la lumbrera de la  cueva más pequeña. La mezcla de luz natural con la artificial de los focos provoca unos curiosos contrastes de luz y claroscuros. Las tinajas están unidas por un pequeño empotre.  

José María Díaz deduce por la anchura de la escalera que las tinajas las bajaban por ahí, “en una especie de rampa, antes de construir los escalones. En el desgarre de una de las lumbreras hay unos escalones, indicio de que los antiguos propietarios pudieron intentar construir otra salida por ahí. El desgarre deja al descubierto las distintas capas de tierra y el espesor de una tosca que, en esta parte de la ciudad, es mucho mayor.

El techo está en la tosca, encalado, al igual que las paredes. El suelo está revestido de cemento y todo está ordenado y limpio. Al contrario, que en otras cuevas no hemos visto antiguos aperos de labranza o útiles de los antiguos bodegueros.  

Elena me cuenta que algunos días ve pasar por la calle a la antigua dueña de la casa. “La invito a pasar a que vea la casa,  pero nunca pasa”. Puede que algún día lo haga y baje a la cueva que, seguro,  que sentirá nostalgia de regresar al lugar por el que tanto anduvo en tiempos más jóvenes. Y es que en las cuevas de Tomelloso, el tiempo parece detenerse,  se respira quietud y tranquilidad y hasta puede percibirse en el ambiente  el trabajo y gran esfuerzo de picadores, terreros y bodegueros. Las cuevas son el mejor vestigio de la historia tomellosera y encontrar tesoros  como la que acabamos de visitar es todo un placer y un privilegio.    


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