Opinión

El Forastero (3)

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 8 de Junio del 2019
{{Imagen.Descripcion}}

¿De qué vive Adriano “El forastero? Era la pregunta, cuando hablaban de él los hombres ahombrados en la barra de la taberna sorbiendo el último trago del vino aguado.

Entre los vapores del alcohol ingerido y la imaginación calenturienta de otros, las conclusiones a ésta y similares preguntas eran de lo más tétricas, las cuales, conforme pasaba la tarde, y se vaciaban algunas botellas más, se tornaban en cómicas y concluían con chistes tontos y risas blandas entre idas y venidas al meadero. 

Al día siguiente todo se habría olvidado y las incógnitas volverían a surgir como siembra en primavera.

No estaba “ajustado” con ningún amo, tampoco tenía tierras de las que vivir. Habitaba en el cortijo,  porque el dueño le había dado permiso, con tal que lo mantuviera en pié y lo enjalbegara cada primavera. Sin embargo, aunque gastaba poco en su mantenimiento y no era hombre dispendioso, “de algo tendría que vivir, porque con el aire no pasa nadie”. 

Esa era la realidad, no trabajaba en nada remunerado crematísticamente, pero  no le faltaba el dinero en ninguna ocasión, tampoco era pordiosero como tantos arrastrando por las calles su miseria y suplicando: “Una poca pringue para cocer una habetas”.

Ese ambiente misterioso de desconocimiento de su procedencia,  ignorando la fuente de sus ingresos y tantas otras cosas sin explicación aparente situaban  al Forastero  en un escenario de curiosidad, excentricidad y recelo para los habitantes del pueblo, quienes eludían cruzarse con él, haciéndose los despistados o sintiéndose altamente interesados con alguna musaraña colgante de las tejas. 

Estaba Edelmiro con sus ovejas,  las llevaba para abrevar a la laguna, pasó cerca de la casa del Forastero, vio la puerta entre abierta y mientras las ovejas reponían frescura de agua y hierba, tuvo una tentación. “Voy a hacer una visita a Adriano que debe estar muy solo”, se dijo para sí. 

Se acercó a la casa, tocó tres veces con la empuñadura de la garrota en la puerta, esperó unos momentos; repitió la llamada, volvió a esperar. Su espera no tuvo éxito. Nadie respondía desde dentro. Abrió el postigo hasta medio recorrido, llamó con voz oxidada por la falta de uso: “Adriano, ¿está usted ahí?”. Nula respuesta. Edelmiro insistió con más fuerza, pero conteniendo el grito por educación y respeto, que aunque estaba en el campo, había que mantener las formas. Tampoco se emitió réplica. Solamente salió el gato desperezándose, estirando las patas y las manos, arqueando el lomo y soltando un maullido de reprimenda por haberle roto la siesta, ¡tan rica!, que estaba echando en uno de los poyos. 

Abrió por fin de par en par la puerta, volvió a inquirir por la presencia humana de alguien y… fracaso total; de dentro de la casa no salía más que un poco fresco y olor a humo retestinado.

Sintió Edelmiro que la curiosidad le movía las piernas y sin darse  cuenta apenas, sus pies se introdujeron por dentro del umbral de la casa. Agarrado a su garrota, como si fueren la  misma entidad, giró la cabeza en torno y solo vio oscuridad; aguantó un instante y rápidamente sus ojos, cargados de vista aguda, se adecuaron a la penumbra y comenzaron a recorrer la estancia, vacía de persona, pero intacta en su contenido habitual. 

Volvió a insistir: “¿Hay alguien?”.  Por enésima vez la respuesta fue el silencio armonizado por las moscas cansinas, que comenzaban a entrar en la cocina en busca de sombra y rodal donde descansar.

Intrigado por la ausencia de respuestas, Edelmiro dio rienda suelta a su bacinería, remiró todos los rincones, abrió la alacena, pasó al dormitorio, nada; todo como siempre, pero deshabitado. En cada lugar su objeto. Orden impecable en todos los utensilios. Miró el armario de madera, era de dos cuerpos, con sendas puertas una de madera y la otra sosteniendo un espejo de cuerpo entero. 

En ese momento el pastor se sobresaltó, dio un grito y salió lanzado a la puerta con el corazón “a mil por hora”. 

Ya en la puerta con una bofetada del sol en su cara renegrida por los vientos y el estío, se paró, miró muy serio a la oscuridad interior y soltó una carcajada que rebotó en los cerros y fue recorriéndolos uno tras otro. “Pero,¡leche!, si el hombre que he visto en el dormitorio era yo. Seré gilipollas, que me he asustado yo a mí mismo, viéndome en el espejo, ¿no te jode…? Dijo todo seguido sin poder contener la risa y mirando a todas partes por si había habido testigos inoportunos.

(Continuará)


1736 usuarios han visto esta noticia
Comentarios

Debe Iniciar Sesión para comentar

{{userSocial.nombreUsuario}}
{{comentario.usuario.nombreUsuario}} - {{comentario.fechaAmigable}}

{{comentario.contenido}}

Eliminar Comentario

{{comentariohijo.usuario.nombreUsuario}} - {{comentariohijo.fechaAmigable}}

"{{comentariohijo.contenido}}"

Eliminar Comentario

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter
  • {{obligatorio}}