Opinión

El Forastero (4)

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 15 de Junio del 2019
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Después de hartarse de reír y dando gracias porque nadie había presenciado la escena, volvió a entrar y se dirigió directamente al lugar de donde salió “enflechado”, pero ahora con más prudencia y con pies de plomo, por si acaso. Se enfrentó con el armario y de nuevo volvió a aparecer su imagen reflejada en el espejo, con lo que le asaltó  otro bufido de risa por la escena pasada.

No pensó dos veces en abrirlo;  la curiosidad lo invadía desde las calzas de pastor hasta el flequillo asomante por debajo de la visera de la gorra. Giró el pomo, tiró de la puerta y quedó a la vista en la semipenumbra el contenido del mueble. Un traje de los de domingo, algunas camisas, unos jerséis, la escopeta apoyada en el rincón oculta por la ropa de las perchas, y… “anda…, si esto es ropa de la que se ponen los curas en la misa”; había reconocido unas prendas que efectivamente eran de iglesia, aunque si se cayera el techo a él no lo cogería dentro. 

Levantó un paño como de felpa y debajo había “una copa y un platillo dorados”.  Recordó que esas cosas las había visto, utilizadas por el cura en la misa de cabo de año de su suegra. Dejó tapados aquellos artilugios tal y como los encontró y muy despacio, sin hacer ruido, temiendo que a la puerta estuviera “El forastero”, salió de la habitación, cruzó la cocina sin entretenerse a observar más y en un salto estuvo en la calle. 

Las ovejas ya habían abrevado y se volvían hacia su cortijo, con la cabeza gacha entre una nube de polvo, para la siesta borreguera. Se unió a ellas y, sin creer todavía en lo que había visto, llegó a las tinás donde recogió su ganado.

Como la trasnochada anterior había cortado muy menudo el pan duro que todavía le quedaba, se preparó unas migas en el “campingas” de botella azul, que suplantaba a la lumbre del invierno y aunque daba un aire de modernidad a la concina, no tenía el regusto de los ceporros ardiendo y desde luego el sabor de las comidas no era el que daban las brasas de encina –pensaba él para sus adentros-. 

Las mimaba con el cariño  de un artista su obra de arte, no en vano tenía fama de buen guisandero y más si se trataba de hacer unas migas, gachas o conejo al ajillo con patatas, era un fenómeno, qué pena no poder compartirlas con alguien, poder narrar la última experiencia y contar lo que había encontrado en aquella casa cercana a la laguna.

Regó bien las viandas elaboradas con tanto esmero, con el vino que nunca faltaba, porque “el agua es para lavarse y para las ranas” rezaba con toda razón el refrán. Se tumbó  en uno de los poyos de la cocina, corrigió el estado de la gorra desde la cabeza hasta tapar la cara, con  motivo de concentrase mejor en el sueño.   

Poco rato llevaba en de cúbito supino, por lo menos eso le pareció a Edelmiro, cuando se despertó sobresaltado por la música de un órgano de iglesia de frailes, -contaba después-. Tuvo que palparse la ropa y la cara repetidas veces, no sabía si era realidad o ensueño lo que ocurría. Por fin dio un suspiro y descansó aliviado, salió deprisa e hizo una visita al retrete, con lo que quedó más satisfecho. 

Lo había impresionado tanto el hallazgo religioso, que había soñado estar oficiando el funeral de “corpore insepulto” de su vecino el Forastero, vestido con las ropas encontradas en el armario, cantando un responso con melodía gregoriana y al órgano Juan Andrés el sacristán de Villahermosa. ¡Menos mal que todo ha sido un sueño!

Como ya era media tarde, abrió las puertas de la cerca y, con la ayuda de los perros, sacó el ganado hacia los pastos del cerro más lejano de aquellos lares, por ver si se le recomponía el cuerpo.

Al día siguiente al hacer el recorrido acostumbrado hacia la laguna se encontró con Adriano, se saludaron muy educadamente, como siempre, pero Edelmiro estaba inquieto por lo vivido en casa de su interlocutor. “¿Se habrá dado cuenta de que ayer me introduje en su dormitorio y descubrí, lo que descubrí?” Pensaba para sí el pastor. La apariencia del dueño de los objetos religiosos continuaba tan inescrutable como siempre y con un ¡que usted lo pase bien! Continuó el seguimiento de sus ovejas muy atareado en no volver la vista. 

(Continuará)

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