Cuevas

El cuidado de todos los detalles en la cueva de la familia Treviño Chinchilla

Carlos Moreno | Sábado, 13 de Julio del 2019
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La casa que Antonio Treviño y Ángela Chinchilla adquirieron en la calle Santa María tenía cueva. Así a la hora de reformarla se planteó el dilema sobre qué hacer con la cueva. Y el matrimonio, con buen criterio, decidió conservar esta joya arquitectónica que antes perteneció a la familia de los Montera. En impecable estado de conservación, ellos disfrutan de la cueva, la comparten con familiares y amigos cercanos y la enseñan a todo el que quiera verla, como ha ocurrido en el caso de José María Díaz y este periodista.

Construida en los años treinta, y con varias reformas posteriores, la cueva ofrece atractivos por todos sus rincones, gracias al empeño de sus dueños que han cuidado todos los detalles. La blancura del techo y las paredes muy bien encaladas, el tono salmón que se ha dado a la parte inferior del empotrado, el gris de los peldaños de la escalera y el suelo, la paciencia con que han repasado las estrellas, molduras y otros elementos ornamentales que aparecen junto a las tinajas demuestran ese celo en su conservación. Todo está perfectamente ordenado y limpio y se agradece la agradable temperatura en unos infernales días de calima.

Nada más acceder a la cueva nos topamos con una chapa de la destilería Peinado, señal inequívoca de que estamos en un lugar donde gustan las tradiciones tomelloseras. En la parte izquierda nos topamos con una puerta de madera pintada en tono granate que da acceso a un antiguo aljibe. La escalera es larga, con una trayectoria casi recta, buen reclamo para fotografiarla desde arriba y desde abajo. 

La cueva alberga doce tinajas con capacidad para unas 350 arrobas y seis mayores de entre 600 y 650 arrobas, además de la llamada tinaja del gasto mucho más pequeña. Algunas están pintadas en color sanguina, especialidad de los Díaz, que dejaron el sello de su virtuosa mano de obra en la cueva. Varias tinajas están situadas sobre un poyo, pista inequívoca  de que la cueva pasó por varias fases constructivas. Solo tiene una lumbrera, con desgarre trapezoidal y el techo está en la tosca. El suelo se eleva más en su parte central y en uno de sus lados está el pocillo que socorría al vinatero cuando se producían los inevitables derrames.  

Un terremoto de baja intensidad que se produjo años atrás afectó a algunos elementos de la cueva. Partió varios de los machones o rabos que hay entre las tinajas. El propietario llamó rápidamente a un albañil, “porque no podía ver eso caído. La limpiamos cada cierto tiempo y se la enseñamos a todo el que quiera verlo. Este mundo es muy bonito y queremos que la gente lo conozca”.

Estamos pasando una agradable mañana y José María repasa con Antonio el árbol genealógico de la familia Treviño, muy ligada siempre al fútbol, y aquella hojalatería que estaba al principio de la calle Alfonso XII.

Subimos al empotrado y vemos como algunas de las tinajas conservan las tapas de anea. “Algunas se están rompiendo”, lamenta Treviño que recibe los sabios consejos de José María para una mejor conservación. “Con un par de manos de barniz quedarán perfectas”.  Nuestro experto en cuevas ofrecerá algún consejo más al propietario para conservar bien la cueva.  

La balaustrada es de hierro y está pintada en color granate. En los últimos instantes de la visita, Treviño nos expone su idea de instalar un sistema de iluminación que vaya de abajo a arriba, con el fin de crear un bonito efecto de claro-oscuro entre las tinajas. De momento, es solo una idea pero conociendo el cariño que los propietarios tienen a su cueva, no tardará en hacerse realidad. En ella cultivan también setas y champiñones, pero por encima de todo cultivan tradición y amor a su ciudad, porque como nos cuenta José María, “Tomelloso debe mucho a sus cuevas, que eran como el banco de cada agricultor, puesto que vendía su vino en el momento que necesitaba dinero”.

En el año que conmemoramos el Centenario de Francisco García Pavón concluímos este reportaje con una de sus maravillosas descripciones de las cuevas de Tomelloso. “Solo bajábamos a la cueva normal en los meses de calor. En el primer descanso de la escalera, el que se veía desde arriba si estaba la puerta abierta, ponían a refrescar los botijos,  las botellas de vino, el cesto de la fruta, las sandías, el jarro de la leche; y ya cerca de la feria, los melones chinos. Del descansillo que digo, salía la segunda escalera, muy corta, que llevaba a la cueva propiamente dicha, donde caía en campana la luz de la lumbrera, y se veían con la panza un poco iluminada las seis tinajas rojiverdes, en las que solo debieron hacer vino los fundadores de la casa, porque en los tiempos nuestros no hubo allí pisas y ni siquiera jaraíz. Y al fondo, más allá de las tinajas, la rampa escurridiza que llevaba hasta la cueva honda”. Pavón disfrutaba con las cuevas, igual que nosotros ahora.


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