Opinión

Reflexiones en El Trebolar

Rafael Toledo Díaz | Lunes, 29 de Julio del 2019
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Recientemente se ha celebrado el VI Encuentro Literario en el paraje valdepeñero del Trebolar. La velada que celebra la última luna llena de julio premió los mejores relatos del concurso convocado para la ocasión. El texto que sucede no participó en el certamen.

Un verano más y aquí estamos, fieles a la cita, aunque en esta ocasión creo que he puesto más de mi parte para acudir a esta velada. Tú, sin embargo, rara vez eludes la convocatoria pues, en estos días de Julio apenas hay nubes en el horizonte y, como siempre, apareces espléndida y luminosa para este encuentro de la última luna llena de julio.

Mira luna, este año no voy a ser reivindicativo, hoy voy a cambiar el discurso y quiero contarte mis proyectos inmediatos, mis aspiraciones, mis deseos y mis sueños ante lo que se avecina.

Empezaré por decirte que apenas he presumido ni pavoneado sobre mi trabajo. Tampoco sobre la responsabilidad y el compromiso que asumí en mi cometido, nunca rechacé una tarea y menos aún, me quejé de las largas jornadas de casi once horas. Ya son muchas lunas levantándome al amanecer y me he acostumbrado así que seguramente, a partir del mes que viene seguiré madrugando y podré verte desaparecer al alba por el horizonte, pero ya sin el agobio del reloj y el compromiso que tenía con la tarea.

Después del desgarro emocional que supuso la emigración a la capital llegó mi primer oficio, un empleo imprevisto fruto de la precipitación o de la casualidad. Aunque en nada se parecía a algo para lo que me preparé, de él guardo el principio de la búsqueda de la perfección y la serenidad que origina la obra bien realizada. Si bien ya pasé página, a veces, y en sueños, se acumulan en mi cabeza un espacio donde se almacena toda la madera que he cortado, pilas y pilas de tableros que pasaron por mis manos camino del disco o de la sierra. Puertas, frentes de cajón, largueros de cama e innumerables piezas de carpintería se almacenan en mi memoria, como si un vendimiador pudiese concentrar en una inmensa lona o remolque todos los racimos que cortaron sus manos cosecha tras cosecha durante toda su vida.

Pero fíjate luna qué cosas más raras tiene la vida, me cuesta recordar el olor del serrín que durante tanto tiempo rodeó mi entorno y, sin embargo, todavía añoro la fragancia del mosto de mi infancia por las calles de Valdepeñas. 

Ahora que he decidido terminar con mi actividad laboral declaro que estos últimos cinco años han sido especiales, diferentes. No sé si han sido fruto también del azar, del destino o del esfuerzo para superar la enésima crisis laboral que he sufrido o soportado. 

Mi último compromiso con el mundo laboral ha resultado ser tan diferente del anterior que hasta yo mismo me he sorprendido del cambio. Una tarea que ha resultado ser tan apasionada como dura y gratificante a la vez. 

Confieso que me ha costado entender algunas cosas, llegó un momento en el que tuve que marcar una frontera frente al dolor y el sufrimiento que ocasiona la vejez, poner el límite entre mi trabajo y mi vida privada. Tuve que superar las emociones para que no me desbordaran, no podía llevarme a casa toda la pena, la enfermedad y el desamparo de los demás. 

Esta situación ha requerido un enorme esfuerzo y un lento aprendizaje, porque ese descenso lo empezaré a recorrer más pronto que tarde, un declive que espero llevar con dignidad, pero reconozco que atender a los mayores me ha hecho mejor persona.

A partir de ahora espero tener el tiempo suficiente para deleitarme con mis posibles descendientes, disfrutar con mi santa, divertirme con mis amigos y, en definitiva, alegrarme de las bondades que la vida pueda ofrecerme en esta nueva etapa. 

Muchos son los que me animan a seguir en la brega, otros me avisan sobre el aburrimiento o la desidia del jubilado, pero la decisión está tomada. 

Quiero administrar mi tiempo buscando la calidad de vida y esa, más que de disponer de unos ingresos mayores, estará en funciones de saber gestionar la salud y los buenos hábitos. 

Ajeno a un pretérito que pasó demasiado deprisa, en estos momentos me apetece reflexionar sobre las cosas que realmente importan. Pasé tanto tiempo ocupado en tareas  obligatorias y rutinarias que ahora quiero renegar de la prisa y la precipitación. Tengo muy claro que esta etapa de retiro nunca será un desierto antes del final. Frente a esta idea achacosa y senil, pretendo que mi anunciada jubilación sea un oasis para disfrutar de los proyectos pendientes, planes que dejé aparcados por la vorágine diaria.

Ahora necesito tiempo para leer un poco más, para seguir escribiendo relatos y artículos. Preciso horas y minutos para cuidar a los míos, para conversar con mis amigos, para seguir participando en la vida social y cultural de mi ciudad de adopción, para viajar un poco más, para ir al cine y al teatro, para seguir aprendiendo a cocinar; en definitiva, para seguir creciendo en esta permanente búsqueda que es la vida.

Mira luna, tú sabes que llegar hasta aquí no ha sido fácil ni gratuito, noche tras noche has vigilado mi sueño y mis madrugadas, tu luz siempre me provoca y me emociona; pero esta noche tu resplandor es especial, la oscuridad de la campiña magnifica tu embrujo. 

Rodeado de mis buenos amigos la velada se hace más intensa. En estos momentos te siento como una confidente de lujo que recibes mis propuestas y amparas mis anhelos. Por eso, ante el cambio  que se anuncia en mi vida, esta noche y con la luna de testigo, he querido compartir con vosotros mis amigos y paisanos esta íntima reflexión para la nueva época que se acerca y, como todavía me puede la ilusión y la curiosidad, estoy convencido de que será larga y provechosa.

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