Opinión

De vencejos, golondrinas, pajares y graneros

Fermín Gassol Peco | Sábado, 10 de Agosto del 2019
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Allí estaba postrada esta mañana sobre el suelo, cuando el día amanecía y el relente de la noche volaba con los vientos. Se encontraba entre la hierba bebiendo las gotas de rocío, en un surco humedecido de mi huerta que está en las afueras de mi pueblo; una frágil y temerosa golondrina que apenas lleva un mes surcando el cielo; una diminuta y negra golondrina que sedienta troncó el vuelo. Me acerqué despacio, muy despacio, la vi que temblaba de frío y desconsuelo; le dije que volara y ella me dijo, yo sola así no puedo; no temas mi pequeña golondrina, mis manos te alzarán y volverás a surcar el mismo cielo.

La vida de nuestros pueblos en el verano comienza muy temprano. Y es que son las primeras horas las que invitan a realizar las faenas camperas. Son esos momentos en los que el día está lleno de frescor y vida. Los pajarillos despiertan con un trino melodioso, primero tenue para ir dotándolo de fuerza, como la luz del alba. Es entonces cuando las golondrinas y vencejos surcan el cielo de nuestros pueblos, realizando esas imposibles piruetas que las acompañan en eternos vuelos. 

Las piqueras de los pajares y graneros con sus paredes encaladas las esperan abiertas para ofrecerles unos lugares de descanso. Los pastores se apresuran a sacar el rebaño con las primeras claras del amanecer para regresar al aprisco a la hora en que el astro rey desea quedarse solo en la dehesa; cuando el Sol confirma su presencia en el horizonte no hay más leyes que las suyas. En el verano, durante las horas centrales del día todo es quietud y silencio, tan sólo el monótono sonido de las chicharras nos anuncia que la vida continúa mientras el calor aprieta.

Es al atardecer cuando el día vuelve a recobrar su intensidad y movimiento. Los pastores regresan a los rastrojos para que el ganado consuma por hoy sus últimos pastos. La luz se hace ahora más intensa y viva; Observar a la caída de la tarde el cielo azul en el verano es asistir a un espectáculo grandioso. El firmamento presenta un vertiginoso y multitudinario tobogán de golondrinas y vencejos volando a todos lados y ningún sitio.

Anochece en nuestro campo, todo vuelve a ser paz mientras la Luna se asoma a contemplarlo…todo se torna reposo y silencio; si acaso el canto persistente de unos grillos, el ronco ladrido de los perros y el monótono sonido del mismo y vetusto motor de riego. 

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