Cuevas

Dolores Valentín conserva su cueva en toda su esencia natural

Carlos Moreno | Viernes, 27 de Septiembre del 2019
{{Imagen.Descripcion}} Reportaje fotográfico de Ana Palacios Reportaje fotográfico de Ana Palacios

Nuestra ruta de cuevas nos ha llevado esta semana a la calle Francisco Carretero  donde Dolores Valentín nos ha enseñado una cueva que conserva en toda su esencia natural. Hablando metafóricamente a esta maravillosa cueva se le podría aplicar lo que aparece en las etiquetas de algunos alimentos; totalmente natural, sin aditivos, sin conservantes y sin colorantes. El primer vinatero que trabajó aquí fue Pedro Rodrigo Cañas, abuelo de Dolores. La última persona que elaboró vino aquí fue su padre, Florentino Valentín. 

Los dueños de los inmuebles que deciden conservar sus cuevas suelen adoptar distintas estrategias. Hay quienes las  revisten de nuevos materiales para que queden más confortables y puedan albergar esas reuniones familiares o de amigos en las que tan a gusto nos sentimos. Sus condiciones de temperatura constante en torno a los 14 grados las hacen muy habitables. En cambio, otros propietarios prefieren tocar poco,  siemplemente mantener lo que se ha ido deteriorando con el paso del tiempo y conservarla en buen estado de limpieza. Las dos opciones son igual de válidas y respetables. Dolores ha preferido dejar su cueva como era en los tiempos en los que se trabajaba en ella, con los mismos materiales y distribución, con la auténtica esencia de las cuevas tomelloseras, únicas y singulares en el mundo.

No hace falta que entremos en la cueva para descubrir que esta familia gusta de cuidar las  tradiciones.  En la fachada descubrimos dos agujeros a la altura de las dos lumbreras. Ese agujero servía de soporte al palo en el que, después, se colocaba la garrucha para extraer la tierra de la cueva. Como muy bien explica José María Díaz, “ese palo era de madera de carrasca, que era la más dura que había”.

La cueva conserva parte de su original puerta de madera que iba a ras del suelo del patio. Nos llama la atención este detalle que también pudimos ver en otras cuevas como la de Manolo Carrasco o Cándida Palacios. Impresiona la larga escalera, con peldaños de tierra encalados y muy recta. La altura de los peldaños no es uniforme, pero imagínense el esfuerzo y habilidad que supuso en su día construir  la escalera a pico. 

Alberga diez tinajas de cemento de unas 550 arrobas de capacidad, algunas pintadas en sanguina, con un empotrado que tiene una parte en madera y otra en cemento, característica que nos permite deducir que se hizo en fechas distintas. La construcción de la cueva puede datar de los primeros  años 30. Las tinajas aparecen colocadas en una especie de poyo, que se formó al rebajar el pasillo del centro. Entre las tinajas aparecen los rabos lisos, sin estrías. 

Dolores lamenta que una obra que se hizo en la finca contigua afectó a la cueva, aunque afortunadamente no se produjo ningún daño de consideración. La propietaria recuerda que siendo una muchacha joven veía picar al "Hermano Reyes" al que ayudaban sus hijas como terreras.

 Nos llama la atención un depósito rectangular con dos bocas circulares que contenía el vino del  consumo diario  o del gasto. A este depósito le llamaban trullo. El techo está en la tosca, aunque presenta algunos desprendimientos de tierra.  El tono de color mezcla el ocre con el negro del humo de las lumbres que se prendieron para combatir el tufo. “Curiosamente, de las zonas del  techo que hay restos de humo no se producen desprendimientos”, apunta Dolores. El techo está horadado por dos lumbreras de desgarre trapezoidal en donde se observan las distintas capas del terreno. Desde las lumbreras de la calle al suelo de la cueva habrá unos ocho metros de altura.

Como ocurre en otras muchas cuevas, en la de Dolores Valentín abundan esos curiosos aperos que los vinateros utilizaban en su oficio: la goma del trasiego,  unos curiosos toneles de agua y vino, una fresquera, bombonas…

Antes de marcharnos nos fijamos en otro pequeño detalle. En la panzas de algunas de las tinajas aparecen solidificados los restos de alguna especie de silicona que se aplicaba si alguna se agrietaba. Lo aclara rápido José María. “Era un mezcla de jabón, de ese artesano que hacían las mujeres y cemento”. Dolores recuerda también como se azufraba en la vendimia  y los trozos de jabón que se colgaban en el remecedor, a la altura de la boca, para que no se derramara el caldo. Lo que tantas veces hemos dicho, los viticultores encontraban siempre una ingeniosa solución a cualquier problema que se les planteaba. Seguimos aprendiendo y disfrutando. 


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