Al menos en nuestra cultura mantenemos la sana
costumbre de abrir las ventanas todas las mañanas para que el aire renueve al
de la noche. Sin ese viento nuevo y limpio, el ambiente de nuestros hogares se
acabaría enrareciendo y apagando.
A las personas nos sucede lo mismo; si no abriéramos
aquello que somos hacia una realidad que al principio nos es ajena pero que
luego se torna propia y necesaria, nuestra vida se acabaría convirtiendo
paulatinamente en fotocopia cianótica del pasado y la llama creativa de la
existencia dejaría de iluminar la “estancia” en que vivimos. Y es que los seres
humanos no podemos vivir como si fuéramos “habitaciones cerradas”, enrocados en
sí mismos, so pena de convertirnos en sucedáneos vivientes, ya que nuestra
verdadera dimensión, queramos o no, supera el habitáculo que nos contiene. Las
personas no solo crecemos física y mentalmente según la dotación genética y
ambiental, lo hacemos también y sobre todo de una manera más profunda aumentando
nuestra capacidad de relación; esta faceta de nuestro ser es la que aporta la
mayor contribución a la hora de llegar a descubrir nuestra completa identidad.
La trascendencia es como ese aire y esa luz que
dan vida y sentido tanto al interior como al exterior del hombre. Aquello que
ilumina dando cuenta de las auténticas dimensiones de esa estancia, la que muestra
de manera clara nuestro interior, sobre todo a esos ángulos oscuros que tienen
todas nuestras vidas y en un mismo acto, la que nos permite conocer y entrar en
contacto con el exterior, con todas las realidades existentes más o menos
cercanas en ideas y experiencias haciéndonos más grandes, más capaces. La
trascendencia es pues aquello que nos posibilita respirar, ver, pensar y
actuar, vivir en suma de una manera distinta a la del día anterior. Nuestra
propia identidad crece a media que nos relacionamos con aquello que todavía no
forma parte de nosotros; desde la relación cósica de un trabajo manual o una materia
científica, hasta el encuentro personal más o menos profundo, que es el culmen
de la relación; es pues desde el exterior desde donde siempre recibimos nuestro
verdadero sentido y dimensión final como personas.
La pregunta que ahora toca hacerse es: ¿Cuál es
la auténtica dimensión del hombre? ¿Aquella que consigue únicamente con sus
fuerzas y descubrimientos o la que le procura también otra fuerza exterior y
que hace, por así decir, prolongar esas dimensiones innatas en él?
Desde hace muchos años he tenido en el trasfondo
de mi subconsciente vital la superación de este viejo antónimo cual es por un
lado el descubrimiento y posterior desarrollo de la suficiencia y capacidad humana,
de la ruptura de los círculos cerrados en la sociedad de antaño, de los valores
históricamente establecidos y en la actualidad, la nueva apertura, la ósmosis
social que nos ha llevado a un concepto de globalidad. Y de otro lado el más
que aparente ninguneo de lo que supone un salto más allá de lo tangible, de lo
comprobable, de lo cuantificable, de lo útil, de lo efectivo a corto plazo, en
una palabra de lo transcendente. La dualidad entre lo que podríamos llamar la
potencialidad inicial y final del hombre. Llamando potencialidad inicial a esa
característica que siempre se encontrará en crecimiento a medida que los
avances científicos así lo procuren. La potencialidad final sin embargo siempre
será sustancialmente la misma para todos los seres humanos, aquello que
presupone el anhelo de toda persona y que no es otro que serlo para siempre.
La relación es la característica más completa y
genuina que define a la persona, no como un concepto mental sino como una
experiencia que genera vida de manera permanente. No importa la etapa de la
historia que nos haya tocado vivir, el germen de la trascendencia aparece con
el primer hombre sobre la tierra, un germen acorde con la capacidad de cada uno,
un germen con el que todo hombre nace, desarrollado después en mayor o en menor
medida.
Los valores trascendentes son en definitiva, aquellos
que nos invitan a mirar más allá de nuestros horizontes materiales, próximos y temporales
y nos empujan existencialmente al fuerte deseo de querer superarlos.
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Sábado, 5 de Octubre del 2024
Domingo, 6 de Octubre del 2024
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