Opinión

Valores trascendentes

Fermín Gassol Peco | Sábado, 28 de Septiembre del 2019
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Al menos en nuestra cultura mantenemos la sana costumbre de abrir las ventanas todas las mañanas para que el aire renueve al de la noche. Sin ese viento nuevo y limpio, el ambiente de nuestros hogares se acabaría enrareciendo y apagando.

A las personas nos sucede lo mismo; si no abriéramos aquello que somos hacia una realidad que al principio nos es ajena pero que luego se torna propia y necesaria, nuestra vida se acabaría convirtiendo paulatinamente en fotocopia cianótica del pasado y la llama creativa de la existencia dejaría de iluminar la “estancia” en que vivimos. Y es que los seres humanos no podemos vivir como si fuéramos “habitaciones cerradas”, enrocados en sí mismos, so pena de convertirnos en sucedáneos vivientes, ya que nuestra verdadera dimensión, queramos o no, supera el habitáculo que nos contiene. Las personas no solo crecemos física y mentalmente según la dotación genética y ambiental, lo hacemos también y sobre todo de una manera más profunda aumentando nuestra capacidad de relación; esta faceta de nuestro ser es la que aporta la mayor contribución a la hora de llegar a descubrir nuestra completa identidad.

La trascendencia es como ese aire y esa luz que dan vida y sentido tanto al interior como al exterior del hombre. Aquello que ilumina dando cuenta de las auténticas dimensiones de esa estancia, la que muestra de manera clara nuestro interior, sobre todo a esos ángulos oscuros que tienen todas nuestras vidas y en un mismo acto, la que nos permite conocer y entrar en contacto con el exterior, con todas las realidades existentes más o menos cercanas en ideas y experiencias haciéndonos más grandes, más capaces. La trascendencia es pues aquello que nos posibilita respirar, ver, pensar y actuar, vivir en suma de una manera distinta a la del día anterior. Nuestra propia identidad crece a media que nos relacionamos con aquello que todavía no forma parte de nosotros; desde la relación cósica de un trabajo manual o una materia científica, hasta el encuentro personal más o menos profundo, que es el culmen de la relación; es pues desde el exterior desde donde siempre recibimos nuestro verdadero sentido y dimensión final como personas.

La pregunta que ahora toca hacerse es: ¿Cuál es la auténtica dimensión del hombre? ¿Aquella que consigue únicamente con sus fuerzas y descubrimientos o la que le procura también otra fuerza exterior y que hace, por así decir, prolongar esas dimensiones innatas en él?

Desde hace muchos años he tenido en el trasfondo de mi subconsciente vital la superación de este viejo antónimo cual es por un lado el descubrimiento y posterior desarrollo de la suficiencia y capacidad humana, de la ruptura de los círculos cerrados en la sociedad de antaño, de los valores históricamente establecidos y en la actualidad, la nueva apertura, la ósmosis social que nos ha llevado a un concepto de globalidad. Y de otro lado el más que aparente ninguneo de lo que supone un salto más allá de lo tangible, de lo comprobable, de lo cuantificable, de lo útil, de lo efectivo a corto plazo, en una palabra de lo transcendente. La dualidad entre lo que podríamos llamar la potencialidad inicial y final del hombre. Llamando potencialidad inicial a esa característica que siempre se encontrará en crecimiento a medida que los avances científicos así lo procuren. La potencialidad final sin embargo siempre será sustancialmente la misma para todos los seres humanos, aquello que presupone el anhelo de toda persona y que no es otro que serlo para siempre.

La relación es la característica más completa y genuina que define a la persona, no como un concepto mental sino como una experiencia que genera vida de manera permanente. No importa la etapa de la historia que nos haya tocado vivir, el germen de la trascendencia aparece con el primer hombre sobre la tierra, un germen acorde con la capacidad de cada uno, un germen con el que todo hombre nace, desarrollado después en mayor o en menor medida.

Los valores trascendentes son en definitiva, aquellos que nos invitan a mirar más allá de nuestros horizontes materiales, próximos y temporales y nos empujan existencialmente al fuerte deseo de querer superarlos.

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