¿Qué te pone de los nervios?,
fue la pregunta que me hicieron de manera festiva al final de una entrevista.
“El paternalismo; no lo soporto”, contesté.
El paternalismo es definido
académicamente como “la tendencia a aplicar las normas de autoridad o protección
tradicionalmente asignadas al padre de familia a otros ámbitos de relaciones
sociales tales como la política y el mundo laboral”.
Su existencia conlleva por lo tanto la ausencia o reducción
del poder de decisión en las personas afectadas con ese trato, justificándolo
como defensa ante el hipotético daño que pudiera ocasionarles el derecho a
disfrutar de autonomía y libertad. En consecuencia el paternalismo en todas sus
facetas, supone impedir que las personas crezcan y maduren libremente
desarrollando plenamente sus potencialidades; tiene como raíz la vanidad de
considerarse superior, desconfiando, aminorando o despreciando las capacidades ajenas. Un abuso, al fín.
El paternalismo se encuentra presente en relaciones
familiares, políticas, laborales, sociales, religiosas, afectivas…es decir, tanto
de índole material como anímicas o espirituales.
Por supuesto que no se
puede confundir aquella ayuda prestada a una determinada persona o colectivo en
caso de necesidad, con el paternalismo. La diferencia estará en el “cómo y
hasta dónde”, es decir en la manera y el tiempo empleado en llevarla a cabo.
El paternalismo solo está justificado durante la etapa educativa,
siempre y cuando no conlleve demasiada protección en el desarrollo del menor y
en los casos de personas con discapacidades síquicas. En todos los demás no lo
está para nada pues pone plomo en las alas de la autonomía personal.
En la familia el paternalismo se he venido dando como algo
tradicionalmente imperante. El padre era la cabeza, en medio se situaba la
madre y debajo los hijos; de tal manera que también la mujer estaba sometida a
cierto paternalismo. Hoy esta situación adiós gracias ya no es frecuente,
aunque no haya desaparecido sobre todo en ambientes no evolucionados. En cuanto
a los hijos, la hiper-protección puede aparecer de dos maneras curiosamente
antagónicas, siempre en detrimento de la correcta educación.
La primera de ellas
resulta fácil de adivinar pues se trata, dicho vulgarmente, de estar encima de
los hijos hasta bien entrada la juventud dando lugar a una “eterna”
dependencia, como el caso de un padre que fue a reclamar un suspenso de su hijo
al profesor…¡en la universidad! En la segunda manera, la cuestión consiste en
algo tan sencillo como decir siempre sí a todo lo que pidan, desapareciendo la
palabra “no” del diccionario pedagógico, impidiendo la suficiente madurez para
hacer frente a futuras e inevitables adversidades.
En el terreno religioso y anímico o afectivo, el paternalismo
puede llegar a establecer un auténtico lavado de cerebro con anulación de la
personalidad. Sectas, religiones o relaciones personales basadas en el
seguimiento ciego de una idea, líder o determinada persona, que llevan en no
pocos casos a cometer acciones de maltrato.
Pero el paternalismo no afecta únicamente al terreno de las
capacidades, sino también al de los derechos, originando situaciones de
injusticia especialmente en el mundo laboral y político. La figura capitalista
del caciquismo representa de manera nítida al primero y el estado totalitario,
fascista o comunista al segundo. En ambos casos asistimos a una ausencia
manifiesta de la propia iniciativa y libertad, tanto de pensamiento como de
acción.
En consecuencia, una sociedad, una civilización será madura,
justa e igualitaria cuando no existan trabas, jaulas más o menos grandes y
doradas, que impidan o frenen tanto la libertad de comportamiento como el
desarrollo de las capacidades con las que toda persona nace y a las que tiene
derecho, sea cual sea su estamento o condición.
¿Paternalismo? No, gracias, ni el pretendido con la aparente mejor
intención.
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Jueves, 28 de Marzo del 2024
Jueves, 28 de Marzo del 2024