Opinión

¿Paternalismo? No, gracias

Fermín Gassol Peco | Sábado, 11 de Enero del 2020
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¿Qué te pone de los nervios?, fue la pregunta que me hicieron de manera festiva al final de una entrevista. “El paternalismo; no lo soporto”, contesté.

El paternalismo es definido académicamente como “la tendencia a aplicar las normas de autoridad o protección tradicionalmente asignadas al padre de familia a otros ámbitos de relaciones sociales tales como la política y el mundo laboral”.

Su existencia conlleva por lo tanto la ausencia o reducción del poder de decisión en las personas afectadas con ese trato, justificándolo como defensa ante el hipotético daño que pudiera ocasionarles el derecho a disfrutar de autonomía y libertad. En consecuencia el paternalismo en todas sus facetas, supone impedir que las personas crezcan y maduren libremente desarrollando plenamente sus potencialidades; tiene como raíz la vanidad de considerarse superior, desconfiando, aminorando o despreciando  las capacidades ajenas. Un abuso, al fín.

El paternalismo se encuentra presente en relaciones familiares, políticas, laborales, sociales, religiosas, afectivas…es decir, tanto de índole material como anímicas o espirituales.

 Por supuesto que no se puede confundir aquella ayuda prestada a una determinada persona o colectivo en caso de necesidad, con el paternalismo. La diferencia estará en el “cómo y hasta dónde”, es decir en la manera y el tiempo empleado en llevarla a cabo.

El paternalismo solo está justificado durante la etapa educativa, siempre y cuando no conlleve demasiada protección en el desarrollo del menor y en los casos de personas con discapacidades síquicas. En todos los demás no lo está para nada pues pone plomo en las alas de la autonomía personal.

En la familia el paternalismo se he venido dando como algo tradicionalmente imperante. El padre era la cabeza, en medio se situaba la madre y debajo los hijos; de tal manera que también la mujer estaba sometida a cierto paternalismo. Hoy esta situación adiós gracias ya no es frecuente, aunque no haya desaparecido sobre todo en ambientes no evolucionados. En cuanto a los hijos, la hiper-protección puede aparecer de dos maneras curiosamente antagónicas, siempre en detrimento de la correcta educación.

 La primera de ellas resulta fácil de adivinar pues se trata, dicho vulgarmente, de estar encima de los hijos hasta bien entrada la juventud dando lugar a una “eterna” dependencia, como el caso de un padre que fue a reclamar un suspenso de su hijo al profesor…¡en la universidad! En la segunda manera, la cuestión consiste en algo tan sencillo como decir siempre sí a todo lo que pidan, desapareciendo la palabra “no” del diccionario pedagógico, impidiendo la suficiente madurez para hacer frente a futuras e inevitables adversidades.

En el terreno religioso y anímico o afectivo, el paternalismo puede llegar a establecer un auténtico lavado de cerebro con anulación de la personalidad. Sectas, religiones o relaciones personales basadas en el seguimiento ciego de una idea, líder o determinada persona, que llevan en no pocos casos a cometer acciones de maltrato.

Pero el paternalismo no afecta únicamente al terreno de las capacidades, sino también al de los derechos, originando situaciones de injusticia especialmente en el mundo laboral y político. La figura capitalista del caciquismo representa de manera nítida al primero y el estado totalitario, fascista o comunista al segundo. En ambos casos asistimos a una ausencia manifiesta de la propia iniciativa y libertad, tanto de pensamiento como de acción.  

En consecuencia, una sociedad, una civilización será madura, justa e igualitaria cuando no existan trabas, jaulas más o menos grandes y doradas, que impidan o frenen tanto la libertad de comportamiento como el desarrollo de las capacidades con las que toda persona nace y a las que tiene derecho, sea cual sea su estamento o condición.

¿Paternalismo? No, gracias, ni el pretendido con la aparente mejor intención.

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