Virtudes Calabria nos abre la puerta de la casa con franca amabilidad. Nos cuenta que ha estado muchos años fuera de Tomelloso y nos invita a que bajemos solos a la cueva para que trabajemos con total libertad y tranquilidad. Bajamos por la escalera con la escasa luz que aporta la linterna de José María, aunque al final de la visita descubriremos desolados que había luz eléctrica. La arquitecta, Ana Palacios, empieza a disparar con su cámara en una cueva donde predominan los tonos ocres y se respira una atmósfera de otros tiempos.

En un punto intermedio de la escalera aparece una contramina que lleva a otra cueva que se pensó construir, pero que finalmente se quedó a medias. Lo mismo sucederá con una ampliación de la cueva principal que tampoco se finalizó. “Debieron hacerse otra cuenta y dejaron de picar. Las cuevas se  empezaban a construir por el desgarre de la lumbrera y se observa claramente el corte diferenciaba la tosca de las capas más blandas. El corte aspero del empotrado se dejaba para una futura ampliación que finalmente no se  llevó a cabo”. Nuestro experto en cuevas que también nos explica que un palo de madera que une las paredes de la escalera se utilizaba para sujetar las mangueras.

La cueva contiene once tinajas de cemento de unas quinientas arrobas de capacidad, en total 5.500 arrobas, “que en aquellos años 30 signifcaba ser un pichulero grande”. Río con ganas cuando José María pronuncia esta palabra con la que se explicaba la mayor o menor hacienda de los vinateros de entonces. Las tinajas  están unidas por unos rabos lisos y un empotrado de cemento que anteriormente fue de madera. El empotrado presenta un moldura muy bien hecha, sello distintivo de los Díaz, que también hicieron molduras en las bocas de algunas de las tinajas. La baranda es de hierro y tiene algunos tramos  corroídos.

El techo está en la tosca, aunque presenta un aspecto muy uniforme porque tiene también zonas de blando y se le aplicó una mano de cal. Hay dos lumbreras con un desgarre trapezoidal perfectamente trazado  en el que se observan las distintas capas del subsuelo. “Esta cueva presenta varias capas de tosca. Es la zona del Altillo que es una de las que menos grosor de tosca tiene en Tomelloso, de ahí que los picadores profundizaran más para encontrar una segunda capa de tosca que diera mayor seguridad a su construcción”.  

En el suelo vemos el pocillo y la tarjea que recogía el mosto que se demarraba. Observamos antiguos aperos como un remecedor, además de mangueras, una bombona revestida de esparto y varias tapas de goma de las tinajas. A la salida, en el jaraíz, tendríamos oportunidad de ver una prensa y una destrozadora. Las tinajas tienen  unos grifetes por donde se extraía el mosto de una manera más cómoda, aunque según indica José María se solían obstruir y dejaron de ponerse. Además de los grifos, observamos, algo más abajo, los agujeros que se tapaban con corchos.

Media hora después subimos al patio de la casa, aunque antes visitaremos esa segunda cueva, que no se llegó a finalizar. Nos queda el regusto de haber visitado una cueva conservada en su pura autenticidad, donde todavía perviven los aromas del mosto que fermentaba y hasta los pensamientos de sus esforzados e inteligentes propietatios. Buena parte de la vida de Tomelloso era bajo tierra, en estas singulares construcciones que eran el seguro de vida de los vinateros.