Retrocediendo todavía más en el tiempo, José María y Antonio nos cuentan que la propiedad entera perteneció a “los murcianos”, gentes que llegaban a la Mancha a invertir en agricultura.

José María Díaz corrobora el dato de la antigüedad de una cueva que pudo construirse en torno al año 1860. Bajamos por la escalera con extremado cuidado porque algunos peldaños están muy deteriorados. Nos detenemos en el jaraíz que tiene una lumbrera con desgarre trapezoidal que era por donde descargaban la uva. El piso es de baldosas de barro. Antonio recuerda el lugar exacto donde se ubicaban la destrozadora y la prensa. El jaraíz tiene forma rectangular y en dos de sus vértices aparecen los pocillos del orujo y el del mosto, unidos ambos por una tarjea. Apoyada en la pared hay una tapa de tinaja que es de madera, es decir, de las primeras que se utilizaron.

Ya en la parte más baja admiramos una cueva que contiene diecinueve tinajas de barro de trescientas arrobas de capacidad. Algunas de ellas tienen unos dibujos decorativos muy bien trazados. Están unidas por los empotres, una de ellas está rota. Volcadas en el suelo, que es de tierra, están las llamadas tinajas del gasto y del vinagre, mucho más pequeñas. Una de las tinajas está reforzada por un calzo. Vemos otra dos lumbreras más, una de ellas con desgarre circular. El techo se encuentra en la tosca pura y presenta un aspecto muy uniforme. La cueva tiene canaleta, otro elemento de las primeras cuevas que se construyeron, y que venía a ser la canalización del mosto antes de que entrara a reposar en las tinajas.

El techo está horadado por varios pozos de agua. En la conversación con el propietario surge la conveniencia de arreglar la cueva que, lógicamente, exige un desembolso importante, aunque la cueva no está mal conservada. “Yo le llamo misteriosa a esta cueva”, comenta José María que, como siempre, no puede desprenderse de la emoción que le supone bajar a estas joyas del subsuelo, donde él y su padre, construyeron tantas tinajas.

Ya en la superficie, aún hay tiempo para visitar una vieja cocinilla y una cuadra que todavía conserva los pesebres donde comían las mulas. Viendo el número de pesebres se deduce que en aquella casa trabajaban muchas mulas, cuyo número también delataba el poderío económico del agricultor.