Opinión

Dialogar

Fermín Gassol Peco | Lunes, 3 de Febrero del 2020
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Existen palabras tan viejas como el mundo que sin embargo parecen haber sido descubiertas hace poco; dialogar es una de ellas y bien está lo que bien acaba… utilizándose.

Dialogar según el diccionario significa discutir o conversar sobre un asunto o sobre un problema con la intención de llegar a un acuerdo o de encontrar una solución. Una tarea más o menos ardua y compleja según sea el distanciamiento de las posturas iniciales.

Si algo define a nuestra actual generación es el convencimiento, su práctica es otra cosa, de que es necesario el paso de la confrontación a la conversación; la búsqueda de soluciones mediante la palabra y la razón, abandonando la fuerza o imposición con distintas armas. Dialogar siempre es positivo e inteligente y nunca está de más dedicarle fuerzas y tiempo.

Sin embargo para que el diálogo sea posible y pueda tener resultados positivos, existen dos condiciones; la primera que todas las partes que intervienen tengan el ánimo de llegar a algún acuerdo que siempre será distinto a los puntos de vista iniciales y la segunda, que el tema a tratar tenga realmente visos de solución. Es decir, el diálogo siempre ha de tener un escenario más o menos convergente.

Y es en este punto donde el diálogo, sobre todo en política, es utilizado a veces de manera subrepticia para enmascarar, dilatar o justificar acciones y situaciones sabiendo de antemano que están basadas y por ello condenadas a la nada, casi siempre para beneficio propio o distracción de carencias. Bien porque alguna de las posturas sea desde el primero momento intransigente, o porque el tema sobre el que se pretende dialogar escapa a tal posibilidad, pues se trata de un concepto absoluto; la independencia por ejemplo es uno de ellos pues como tantos otros no admite grados y consiguientemente la posibilidad de diálogo pues no existe un concepto alternativo o sustitutorio.

Dialogar, dialogar, dialogar….hasta la extenuación, siempre que exista alguna posibilidad de acuerdo; de lo contrario, el diálogo pasa a ser no una conversación entre sordos, sino de quienes proponen una y otra vez de manera razonable distintas opciones a alguien que no parece o interesa conocer el idioma y que por lo tanto no se da por enterado.

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