El ser
humano antiguo apenas tenía conocimiento de algún lugar hacia dónde poder
mirar, nada que explicara su azarosa vida y su penoso destino, por eso dirigía
su mirada siempre al cielo para encontrar la explicación de todo lo que sucedía;
el actual sin embargo anda tan impresionado y está tan orgulloso de sus logros
que no siente la necesidad de mirar más allá de sí mismo. La sociedad hoy
sobrevive a la sombra de unos edificios personales tan inmensamente altos que
impiden al hombre percibir la necesidad de buscar un hueco mental para poder
gozar de la luz que viene de ese mismo cielo”.
Abrir
las ventanas cada mañana para que penetren el aire y la luz es algo habitual en
todos los hogares de la tierra. Ventilar el habitáculo para que el ambiente
exterior renueve al aire de la noche. Sin el vientecillo nuevo y limpio, la
vida en la estancia se acabaría apagando.
Pues
bien, a los seres humanos nos sucede lo mismo, si no abrimos lo que somos hacia
una realidad que al principio nos es ajena pero que luego se torna necesaria y
propia, nuestra vida se acabará convirtiendo paulatinamente en pálida fotocopia
del pasado agostándose poco a poco y la llama creativa de la existencia dejará
de iluminar la estancia en que vivimos.
Los
hombres y mujeres no pueden ser como habitaciones cerradas, enroscados en sí
mismo so pena de convertirse en sucedáneos vivientes porque su verdadera
dimensión supera el habitáculo que los contiene; las personas no solo crecemos
física y mentalmente según la dotación genética y ambiental en que nos desarrollamos,
crecemos también y sobre todo de una manera más profunda cuando hacemos
aumentar nuestra capacidad de relación; esta faceta de nuestro ser es la que
aporta la mayor contribución a la hora de llegar a descubrir nuestro ser total.
Nuestra
propia identidad crece a media que nos relacionamos con aquello que todavía no
forma parte de nosotros; desde la relación cósica de un trabajo manual o de una
materia científica hasta la relación personal más o menos profunda, hasta el
encuentro personal que es el culmen de la relación; es pues del exterior de
donde siempre recibimos nuestro verdadero sentido y dimensión final como
personas.
La
trascendencia es como ese aire y esa luz que da vida y sentido al interior y al
exterior del hombre. Es la que ilumina dimensionando completamente esa
estancia, mostrando toda su verdadera capacidad, la que da luz de manera clara
a nuestro interior, sobre todo a esos ángulos oscuros que tienen todas las
estancias, todas nuestras vidas y en un mismo acto la que nos permite conocer y
entrar en contacto con el exterior, con todas las realidades existentes más o
menos cercanas en ideas y experiencias haciéndonos más grandes, más capaces. La
trascendencia es en definitiva aquello que nos posibilita respirar, ver, pensar
y actuar, vivir en suma de una manera distinta a la del día anterior.
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Jueves, 25 de Abril del 2024
Jueves, 25 de Abril del 2024