Entramos por una escalera con techo abovedado en forma de ele y paredes encaladas. La cueva da cobijo a 25 tinajas de cemento de dos tamaños diferentes; unas tienen capacidad para 550 arrobas y otras para 450. Los huecos que aparecen estuvieron ocupados por tinajas de barro. Se pensó en colocar nuevas tinajas de cemento, pero ya no hizo falta. Estos huecos han propiciado que el empotre, blanquísimo y con una bonita moldura decorativa, aparezca cortado.

La construcción tiene unos ocho metros de profundidad y, al igual que sucede con la escalera, tiene forma de ele. El techo está en la tosca y vemos cinco lumbreras, dos de ellas condenadas. El propietario nos explica por donde estaba la primitiva escalera que tenía la entrada en el patio de luces de la casa.  Por motivos de seguridad, se ha construido un pilar adosado a la pared.

La cueva ofrece vestigios de los antiguos trabajos que se realizaban. Unos agujeros en la pared servían para fijar los andamios de los tinajeros. El suelo de cemento  se eleva en su parte central. A un lado del amplio pasillo entre tinajas aparecen las mangueras del trasiego. También nos llamará la atención una bomba que, primero se accionaba manualmente y luego le acoplaron un motor.

La familia tiene otra cueva en su casa de la calle Santa Rita nos explica el propietario que nos remite a recuerdos de su infancia en las dos construcciones. Recuerdos también del oficio de la elaboración que culminaba con el mosto fermentando en las tinajas. Allí elaboraron vino blanco y también tinto. Están tan bien construidas que parecen realizadas ayer y han pasado ya ochenta años. Todas tienen tres agujeros, el más bajo era el de las lías y el arriba, según explica José María, era disimulado, solo para efectos decorativos. Sobre una de las tinajas aparece una escala que se utilizaba para entrar en aquellos gigantescos recipientes de cemento y poder fregarlas.

Mirando las paredes, retrocedemos en el tiempo para admirar el trabajo de aquellos esforzados picadores que las iban moldeando con gran rectitud las paredes, el techo, el desgarre de las lumbreras, el poyo sobre el que se asientan las tinajas. 

Al final, José Antonio nos muestra el pozo de sangrado, los trujales y el lugar donde estaba el jaraíz. Como cuenta García Pavón en una de sus historias, “la riqueza de las casas de Tomelloso estaba en sus partes bajas, donde se guardaban las herencias de la familia y de la casa. Partes recónditas de la esperanza y de la lágrima, del buen rato y la comida escandiada”.