Opinión

Una voyeur en la ventana de mi casa

Ioana Coman | Viernes, 20 de Marzo del 2020
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Esta mañana me he despertado más temprano de lo habitual. He apartado tímidamente la cortina y he visto cómo las últimas gotas de lluvia de la noche anterior seguían cayendo en el abismo de las aceras. Por un segundo me he olvidado de toda esta locura. Ha sido un segundo precioso, que he disfrutado, en el cual el tiempo se ha estancado. Luego ha vuelto ese silencio pesado y doloroso. Quizás que sea tan temprano ha hecho de placebo y me hace justificar la falta de movimiento. 

Un par de horas después de intentar disuadir mi mente (y sobretodo mi ansiedad) con actividades variadas e insignificantes, que a veces no funcionan y otras tampoco, vuelvo a mirar por la ventana. A veces veo una persona con su perro, una estampa que se ha vuelto muy habitual estos días. Otras veces veo a alguien caminando solo y hace que quiera imaginarme a dónde va. Mi parte más benévola y optimista piensa que va al trabajo, a la farmacia o a comprar algo que necesita (en caso de no ser uno de esos chalados que se han dedicado a vaciar supermercados estos días, esos seguramente todavía no necesitan salir de su búnker forrado con papel higiénico).

Luego me enfado y pienso que solo es una persona irresponsable más que intentará justificar, en vano, su salida cuando se cruce con la policía. Hace unos días en la esquina de mi calle pararon a un abuelito que iba en coche, al preguntarle, les dijo a los policías que estaba yendo a darles de comer a sus gallinas. Mira, yo no sé si era verdad o no, pero esa justificación si que me la creí, incluso casi sentí algo parecido a una emoción.

Estos días he visto a muchos artistas que han llevado a cabo iniciativas frescas para hacer más amena la encerrona. Se ha alabado su creatividad. Pero, ¿y qué pasa con lo creativa que se ha vuelto la gente para escaparse de casa? ¿Cómo es que nadie alaba eso? Esa creatividad si que la envidio. Hay gente que sale de su casa con la barra de pan bajo el brazo, como si fuera un accesorio más, para poder darse una vueltita. He visto a chavales salir a altas horas de la madrugada. No los juzgo. Quizás piensen que esta “peste” del siglo XXI ataca y contagia solamente de día. He visto gente sacar la basura pero, sospechosamente, volvía a casa con la misma bolsa en la mano. La señora que vive al final de mi calle saca a su perro una media de 15 veces al día. No sé, yo creo que por muy perro que seas y por mucho que te guste el parque…terminas cansado. Pero no quiero hablar mal de mis vecinos. La mejor cosa que puedes hacer ahora mismo por quien sea es no querer verlo ni en pintura. Y lo más romántico: una cobra. 

Me siento como una “voyeur” en la ventana de mi casa. Estoy entrenando mi agudeza visual y auditiva. Oigo con una claridad abrumadora las patitas del perro de mi vecina cada vez que baja y sube las escaleras. Yo también quiero salir. Echo de menos hasta los recados banales que nunca quiero hacer. Y que, de hecho, nunca hago. Quiero que me dé el sol en la cara y que no sea a través de una ventana. Quiero cruzarme con personas a las que odio e intercambiar un par de palabras solo por cortesía. Yo también quiero salir. Pero tengo una responsabilidad y un deber. Tenemos que poner todos de nuestra parte para frenar esta especie de efecto mariposa catastrófico. No me mantiene en casa ni el pánico ni la incertidumbre ni el miedo que siento, sino la idea de que saliendo le pudiera hacer daño a alguien. Me pone triste la gente que no entiende que la única manera de construir una burbuja segura para todos es quedarse en casa. Ya sé, tenías planes, proyectos, echas de menos a tu gente y piensas que tu salida no afectará a nadie. Pero lo hace. Vamos a dejar de quejarnos y afrontar la realidad: la mayoría de nosotros no vamos a hacer ni la mitad de cosas que estamos prometiendo que haremos al poder salir.

Decimos que no hacemos esto o lo otro por falta de tiempo. Pero esta crisis ha dejado nuestras excusas con el culo al aire. Quizás no era por falta de tiempo por lo que no las hacíamos. Vamos a ser todos buenos ciudadanos y a no entorpecer a las personas que ya llevan tiempo luchando por nosotros. Vamos a ponernos en la piel de quienes están combatiendo este problema en primera persona. Porque quizás a nosotros nos parezca mucho dos días pero nos olvidamos de los que llevan luchando contra esto desde que empezó, también en otros países, porque estamos juntos en esto. 

El ambiente se ha vuelto demasiado raro para los pocos días que llevamos recluidos. Este aislamiento en más bien un ais-LAMENTO. Lo que me queda claro es que probablemente nos sigan quedando bastantes días, semanas o incluso meses por delante. Después podremos volver a nuestra deseada, aburrida y maravillosa “normalidad”. Dejemos de preguntar cada 5 minutos cuánto queda. Ya no somos niños en el asiento de atrás del coche de nuestros padres camino a las vacaciones.

Tenemos que mantenernos fuertes y positivos. Cuando todo esto pase, nos tocará arreglar los restos del desastre con el que inevitablemente nos encontremos, a corto y largo plazo. Por ahora vamos a tener que acostumbrarnos al silencio de esta cuarentena producida por la pandemia de coronavirus, que está siendo de todo menos silenciosa. 


   


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