A las siete en punto el mayoral de Don Lotario, que como buen mayoral dormía en el mejor poyo, se tiró un pedo importantísimo, abrió los ojos –que cada cual se despierta a su manera–, pero no miró a nadie y los dejó fijos en el techo de vigas. Al cabo de un buen ratillo el hombre debió acordarse del cajón de la muerta y varió los ojos hacia él, pero rápido vio a Plinio y a los otros dos durmientes. Le echó una risa, se rascó la cabeza so la boina y dijo con voz todavía desentrenada:
-A los buenos días, jefe.
-Hola Zullo. Bien has dormío... Pero ya me habías saludao antes.
-¿Yo?
-Usted disimule... Con un pedo de feria.
FRANCISCO GARCÍA PAVÓN
El hospital de los dormidos
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