Opinión

Dios, ¿pero qué Dios?

Fermín Gassol | Domingo, 5 de Abril del 2020
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Dios vuelve a aparecer como último recurso al que agarrarse en estos momentos ciertamente duros, muy duros, cuando la ciencia y la sicología se quedan sin armas para responder a una situación que bien puede calificarse de dantesca.

Según una encuesta realizada días pasados el número de personas que ahora cuenta más con Dios ha aumentado de manera considerable. Nada nuevo por otra parte recurrir en estos momentos de incertidumbre a lo que para muchos pasa por ser algo indeterminado, para bastantes también alguien más o menos distante a quien se mantenía aparcado o tal vez guardado no muy lejos por si acaso la cosa se ponía fea como ahora…y para otros muchos un Ser presente de manera cotidiana, Aquél que marca el rumbo de sus vidas. 

Un tema este el de la duda o negación de la existencia de Dios para nada nuevo, aunque ahora se encuentre menos presente para una buena parte de la humanidad que utiliza una expresión más suave que la vertida por Nietzsche a finales del siglo XIX: "Dios ha muerto."  En esta nueva forma de ateísmo, lacónica, civilizada, subyace el escepticismo agnóstico ante todo lo que no es empírico, tangible. Hoy a Dios no hace falta eliminarlo porque ya no oprime tanto y podemos "pasar de él". 

Para el padre del existencialismo Dios era un problema, para los que hoy son seguidores más o menos conscientes de sus ideas, Dios no es más que una pequeña e inútil probabilidad a la que sólo hace falta darle con el dedo un pequeño empujoncito para que se desprenda definitivamente de nuestras vidas y si no, no pasa nada. O sea, Dios como mera posibilidad teórica, matemática, sicológica…filosófica, pero para nada vivencial; Dios como una hipotética posibilidad estudiada desde fuera y por lo tanto desde el desconocimiento. 

Recurrir a la probabilidad como medidor único y universal y a la vez juez de toda realidad, presenta dos límites o inconvenientes para su aplicación. El primero, que sólo es probable aquello que no es necesario y por lo tanto seguro. El segundo límite o inconveniente es que sólo es probable lo que aún no ha sido. El mundo de las probabilidades tiene como órbita y método correspondiente averiguar ante un hecho no producido, el tanto por ciento de posibilidades que presenta para hacerse o no efectivo.

En la historia del hombre siempre existió el germen de la religiosidad, la experiencia de un ser transcendente más o menos lejano, desconocido, terrible, justiciero y temido, más tarde cercano, próximo, conocido y querido. A esta experiencia los hombres le pusieron nombres; totem, dios, los dioses, Alá, y los cristianos Jesucristo, como la revelación de Dios al hombre, algo que se estudia en los tratados de Fenomenología Religiosa. Todas estas formas de religiosidad quieren expresar lo no abarcable, aquello que nos precede, nos supera y resulta inexplicable, todo aquello que el hombre siempre ha tenido presente a lo largo de su existencia como certeza amplificadora de sus posibilidades.

Para  quienes tienen la experiencia vital de este Ser Mayor la probabilidad no existe, existe la certeza, el convencimiento experiencial. Para el hombre de Fe, Dios no es una creación filosófica, ni una realidad empírica; es pura vivencia personal más o menos desarrollada y cultivada, experimentada por millones de personas a lo largo de la historia que la comparten como una realidad vital. Un hecho que para los agnósticos debe resultar cuanto menos algo curioso y cuanto más algo que escapa a la casualidad. 

Quienes se empeñan en negar la trascendencia, aquellos que trabajan en la posibilidad de coger el secreto de la existencia con sus manos, no estaría de más que reflexionaran sobre la frase de Carlo Carreto, un gran experto en la vida interior: “Ningún niño en el seno materno puede coger en brazos a su madre”.  Pues bien, intentar hacerlo también con Dios resulta de todo modo imposible. Pero al igual que el niño vive sin saberlo en paz dentro del vientre de su madre, el creyente también la encuentra cuando de manera ya consciente la pone en manos de Aquel que le dio la vida.    


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