Y el mozo echó a andar con decisión por la parte trasera de la quintería. A cosa como de unos trescientos metros, se detuvieron. En efecto, totalmente a ras del suelo, al final de la linde, sin más señal que unas piedras mal colocadas, se abría un anchísimo pozo muy redondo y bien obrado, con brocales regulares.
–Es muy hondo, muy hondo –dijo el mozo al tiempo que tiraba una piedra.
Hicieron oído y al cabo de unos instantes se oyó un golpe sordo.
–¿Y está seco? –preguntó el veterinario.
–Seco como la tierra.
Plinio y don Lotario quedaron mirándose"
FRANCISCO GARCÍA PAVÓN
Historias de Plinio. El charco de sangre
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Martes, 7 de Mayo del 2024