Opinión

Amalia Naranjo o el arte de los bolillos

Eva María Baos | Jueves, 16 de Abril del 2020
{{Imagen.Descripcion}}

Mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla. El recuerdo de mi infancia es el de una villa manchega. En él, el sol  envuelve cálida y suavemente la mañana como el abrazo de una madre. Mujeres de todas las edades, sentadas en sillas bajas de enea frente a las puertas de sus casas o formando corrillos en los patios interiores, cantan coplas populares al ritmo del monótono concierto producido al chocar entre ellos cientos de palillos de madera de olivo. Concentradas en sus labores, las encajeras hacen bailar los bolillos: vueltas y entrecruzamientos imposibles sobre la almohadilla.

En la vida cotidiana de las mujeres de la Mancha siempre ha estado presente el encaje de bolillos. Su aprendizaje se transmitía de madres a hijas, que heredaban conocimientos, patrones y diseños. 

Aprendí de mi abuela que sobre la almohadilla se coloca el picado, el patrón de cartón que sirve de guía, una cartulina de color mostaza agujereada. El él se clavan los alfileres que sujetan los hilos, enrollados a modo de bobina en unos palillos de madera torneada llamados bolillos. La almohadilla típica manchega es vertical y cilíndrica, de aproximadamente un metro de largo por un palmo y medio de ancho. Si cierro los ojos puedo ver a mi abuela preparar los bolillos por parejas. El extremo del hilo se enganchaba a una muesca tallada en la parte superior. A medida que avanzaba la labor, se iba desenrollando. Cada par de bolillos pendía de un alfiler. Me encantaba mirar los alfileres de mil colores sembrados sobre la almohadilla. Estos sujetaban los cruces de las guías, enlaces y bucles. La almohadilla se apoyaba en una pieza de madera llamada escalerilla.

La materia prima que utilizaba mi abuela era el hilo de algodón. Nunca la vi utilizar seda, y mucho menos oro o plata, reservados a prendas de lujo. La seda se reservaba para la mantilla, una prenda puramente española que sirvió de complemento a las damas de alta condición. Yo admiraba con ojos de niña aquel fino hilo inmaculado, brillante, níveo. Me gustaba sentir a solas el ovillo entre mis manos. Era como acariciar un esponjoso pedazo de nube. Lo hacía con especial cuidado, confiando en no ensuciarlo ni enredarlo.

Dicen que la primera encajera fue la Virgen. Un buen día se le apareció a una joven y le enseñó a hacer encajes porque no podía trabajar fuera de casa, la única condición que le puso fue que debía compartir sus enseñanzas. Gustó tanto su fina labor, y fue tan aclamada, que pronto se consideró un elemento de prestigio y de distinción en los ajuares de las casas nobles.

Tal vez fuera Grecia la inventora de esta labor, pasaría luego a Persia, Arabia y los países del Mediterráneo. No conoció mi abuela a la familia Függer, banqueros alemanes llegados de Augsburg. Dudo que supiera que fueron los introductores del encaje de bolillos en la ciudad de Almagro en el siglo XVI. Más conocidos como empresarios y financieros, precursores del capitalismo moderno, financiaron la elección de Carlos I de España como emperador a cambio de concesiones de las minas de mercurio de Almadén. Fuera cual fuera el origen del arte del encaje, desde el siglo XVI en Ciudad Real fue actividad económica de primer orden. No sé si fue consciente mi abuela de que era heredera de un arte milenario.

Armada de destreza y paciencia infinita a partes iguales, hacía encajes como por ensalmo y, aunque no se hizo rica haciendo bolillos, consiguió ganarse la vida dignamente y sacar a sus cuatro hijas adelante en la posguerra. Era mi abuela tan hábil entretejiendo los hilos y colocando las agujas que sujetaban la labor, y realiza unos trabajos tan hermosos, que incluso desde pueblos vecinos le hacían encargos.

Para ella y otras mujeres aquel arte  no era solo un entretenimiento, fue un complemento económico muy importante a la renta familiar. Contaba Cervantes en el Quijote que Sanchica Panza ganaba haciendo puntas ocho maravedíes, ahorros que iba poniendo en una alcancía para ayuda de su ajuar. No cabe duda es que estas mujeres generaban una importante industria artesana de la que se lucraba gran número de intermediarios masculinos.

En España el encaje no estaba incluido en gremio alguno.  Las leyes excluyen a la mujer de la estructura gremial en beneficio del hombre. La mujer que vende su trabajo lo hace por un sueldo miserable y sin el reconocimiento oficial. Lo hace obligada por la necesidad. Con su labor no solo ayuda a sustentar la economía familiar, sino que en determinados casos constituye el único ingreso. La rapidez de ejecución es vital para la encajera:  a mayor velocidad, más producción. No debía  descuidar la calidad, la competencia es grande.

 Los encajes los vendía mi abuela a Manzano, uno de los encajeros y diseñadores de picados con mayor tradición en Almagro. Se los pagaba a 5000 pesetas. Carmen y Francisca, sus hijas, tomaron el relevo generacional, y desde hace años se dedican a la elaboración y venta de encajes de bolillos y de blonda.

La abuela Amalia se levantaba temprano. Acababa las labores domésticas y desayunaba. Durante el desayuno nos contaba cuentos tradicionales manchegos. El del Fraile Mochilón era uno de mis favoritos. “Soy el fraile Mochilón, de la encomienda de Malagón, si te pasas de la raya, te trago de un tragón”, decía con voz grave. Para hacer encajes, buscaba siempre el lugar con más luz natural de la casa. Trabajaba hasta que acababa la tirada o se apagaban las últimas luces en el cielo, lo que llegara antes. Si cuando acababa aún se veía, preparaba los bolillos para el día siguiente.

Mientras hacía bailar los bolillos, cantaba la canción del Milagro de San Antonio o cualquier otra: “Venid, pajaritos, dejad el sembrado, que mi padre ha dicho que tenga cuidado”. Todas las entonaba bien. Se sabía muchísimas de memoria, la mayoría de ellas antiguas, aprendidas de los cancioneros que llegaban al pueblo.

“Todo es girar y cruzar", no es tan difícil, decía mi abuela. El bolillo de la derecha monta sobre el de la izquierda y se gira en esa misma dirección. Pero sí era difícil hacer lo que ella hacía. No en vano, la expresión “hacer encajes de bolillos”, en sentido figurado, evoca complicación aunque el que la use desconozca la técnica de esta labor.

Yo nunca aprendí a hacer encajes. Lamentablemente, no heredé de mi abuela ni el arte ni la paciencia necesarios para aprenderlo. De todas las nietas, solo una de ellas mostró verdadero interés por aprender la técnica. Tuvo la fortuna de tener por maestra a la mejor encajera. Los demás solo fuimos testigos privilegiados de cómo la abuela hacía magia con palillos de madera.

Pese a que la Mancha siempre fue un lugar de gran tradición encajera, la lentitud y la difícil rentabilidad frenaban la afición al bolillo. Se enfrentaba además a la mecanización de la industria artesana. Durante la posguerra, encajerías, talleres y escuelas, fueron desapareciendo. La tradición, aunque muy decaída, afortunadamente nunca se perdió, y hoy en día se siguen haciendo encajes de bolillos. Se intenta mantener y fomentar esta tradición con la celebración de cursos de encaje, encuentros de encajeras y exposiciones.   El encaje se aprecia ahora como herencia del pasado. El 14 de junio se celebra desde hace años el día de la encajera.

Almagro, manchega tierra castellana, en honor a estas habilidosas mujeres de todos los tiempos, levantó el monumento a la encajera. Es la imagen de una mujer sentada en una silla baja de enea que, apoyando la almohadilla en sus rodillas, hace encaje de bolillos. Es la imagen que despierta en mi memoria el recuerdo de mi abuela.

1350 usuarios han visto esta noticia
Comentarios

Debe Iniciar Sesión para comentar

{{userSocial.nombreUsuario}}
{{comentario.usuario.nombreUsuario}} - {{comentario.fechaAmigable}}

{{comentario.contenido}}

Eliminar Comentario

{{comentariohijo.usuario.nombreUsuario}} - {{comentariohijo.fechaAmigable}}

"{{comentariohijo.contenido}}"

Eliminar Comentario

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter
  • {{obligatorio}}