Opinión

El sufrimiento en soledad

Fermín Gassol Peco | Domingo, 19 de Abril del 2020
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“Si bien ha tenido suerte de contarlo, le han caído diez años encima afectado por lo que sus ojos vieron”. Esto me comentaba un amigo acerca de la experiencia padecida por su padre, afectado por el COVID 19 tras estar ingresado en el hospital durante dos semanas. Al temor de perder la vida, al sufrimiento físico, el dolor anímico producido de sentirse acompañado por la fría soledad.

El dolor físico es personal e intransferible; nadie puede exportarlo o importarlo por mucho que generosamente lo desee, regalarlo, venderlo y en consecuencia tampoco recibirlo o comprarlo. Las dolencias son la cruz que cada cual sobrelleva y soporta según la gravedad y su capacidad para encajarlas; resultan tan particulares y exclusivas que un dolor ajeno mayor no excusa, compensa o amortigua el propio, no resultando por tanto intercambiable. Un sufrimiento, el físico, derivado de una disfunción del organismo al que se circunscribe, un dolor que desemboca normalmente en curación pero también en el final de la vida, una situación que conlleva un mayor temor a medida que los años van cayendo. 

Sin embargo el dolor anímico, aquel que invade el alma con sentimientos de pena y tristeza viene provocado casi siempre por hechos adversos, luctuosos con distinto origen y de diversa índole, padecidos no por uno mismo sino por los seres más próximos y queridos. Es un dolor interior, profundo, deslocalizado, inhibidor, que circula por las venas y permanece anclado en el corazón. Es el sufrimiento que produce el cariño, signo irrefutable, palmario y evidente de que los demás importan a veces más que uno mismo. Es el dolor de los amigos, de los padres, de los hijos, de aquellos con quienes has compartido parte del camino e hicieron posible transitarlo.   

Un dolor este que desde hace meses se ha vuelto coral, global, invadiendo de zozobra y vértigo los corazones de millones de personas cada vez que a diario se conocen el número hombres y mujeres que en el mundo ha contraído esta desconcertante virus, aislados en los hogares u hospitales; de las familias y amigos que lo están sufriendo en la distancia sin poderles darles compañía, ánimo y consuelo incluso en sus últimos momentos. Es el dolor más profundo, el padecido en soledad, el sufrimiento de estar solo rodeado de otras personas que sufren esa misma soledad; El vértigo que invade el temor a lo peor. 

En estos días, miles de personas han sido y siguen siendo víctimas de las dos dolencias, de ambos sufrimientos, el dolor físico provocado por la enfermedad y el síquico o anímico consecuencia de su obligado aislamiento. “No se lo deseo ni al peor de mis enemigos”, comentaba un conocido tras haber superado la enfermedad después de permanecer un mes en manos del destino. Días en los que como el padre de mi amigo la vida se vistió de sufrimiento, temor y desamparo.

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