Decía el escritor checo Frank Kafka: “Es
sólo por su estupidez que algunos pueden estar tan seguros de sí mismos”. Y
continuando con las máximas, el periodista Antonio Casado determinaba: "La idiotez, como el virus, no tiene
fronteras. Sólo los tontos se empeñan en trazarlas".
Y es que en esta crisis los idiotas
salen por doquier:
Ciudadanos de a pie irresponsables que
se saltan las normas establecidas del confinamiento (o no tan de a pie sin son
políticos que tuvieron o tienen responsabilidades públicas y se les exige el
ejemplo) o aquellos que en una muestra del egoísmo más exacerbado hacen acopio
de lo que puedan, aunque falte para los demás.
Indeseables creando bulos para
desacreditar a unos u otros con tal de acogerse a su acérrimo toldo ideológico,
herederos de la España cainita que como auguró Antonio Machado nos debía “helar
el corazón”.
Las actitudes negligentes de políticos
(de todo el espectro) que hablan de pactos cara al público, pero reniegan de
ellos en la intimidad por su propio interés, que desvirtúan las cifras e
ignoran el dolor de su pueblo, que no aceptan los errores (presentes y pasados)
y los tapan en el terrible juego del “tú más”, que minimizan las pérdidas por
ser la mayoría de una generación y cuantificar su validez en los últimos
compases de la vida…
Sabiondos a posteriori que conocían,
conocen e infieren con rotundidad todo lo relacionado con el maldito Covid y
llenan minutos y páginas periodísticas con un “buenismo” lacerante o un
apocalipsis “conspiranoico”.
La estupidez de una Banca privada que
fue rescatada “obligatoriamente” con el esfuerzo de todos y que ahora sólo
muestran pequeñas migajas de ayuda manteniendo sus despiadadas comisiones e
intereses.
Responsables públicos y privados de residencias
de ancianos que han demostrado una brutal inoperancia que ha causado cientos de
fallecidos o esos burócratas de algunas funerarias que se aprovechan de la
situación para estafar a familia sin ninguna muestra de empatía.
Esos empresarios idiotas que han tardado
en comprender el riesgo de sus subalternos (de sus empleados, de los
trabajadores de grandes superficies y pequeños comercios o de transportistas) y
los han enfrentado a la virulencia del mal sin protección alguna, a pecho
descubierto durante semanas ante la amenaza vírica. Y, por supuesto, la estupidez de esos
defensores de los trabajadores que callan injusticias mientras su pecunia no se
vea afectada.
Y por supuesto, imbéciles cobardes que
aprovechan el confinamiento para imponer el terror a su pareja, su familia o su
entorno.
Lo penoso es que hace más de un mes que
comenzó esta pesadilla y la estupidez y la idiotez humana parece superar los
gestos solidarios de un país. Sinceramente me da vértigo pensar cuál sería el
panorama si esa solidaridad no hubiese existido.
Qué sería sin el sector sanitario (desde los
limpiadores y celadores hasta el más prestigioso internista pasando por los
estudiantes, reclutados muchos de ellos cuando aún tenían en mente el recuerdo
de un cruel MIR en el que dirimieron su futuro) que ha antepuesto su vocación y
la sociedad les ha otorgado una “heroicidad” injusta que más bien habría que
entenderla como una temeridad colectiva.
Qué sería sin todas esas asociaciones y
particulares que están produciendo recursos, recogiendo fondos y habilitando
medios para ayudar a los demás. Lo que debiera ser sólo un gesto (ante el
potencial del Estado) se convierte, muchas veces, en el fino límite que separa
de la vida o la muerte a alguno de sus convecinos. Y encima salen estúpidos
criticando el apoyo de éste o aquel empresario, de esta o aquella organización,
de esta o aquella inquietud.
Qué sería sin el apoyo de las Fuerzas de
Seguridad del Estado, del Ejército, de los Bomberos y de Protección Civil.
Amparo recibido muchas veces bajo la mirada estúpida de dirigentes que creen
que para mostrar su sentida “progresía” los uniformes representan fantasmas
reaccionarios y carcas o que simbolizan una amenaza a un triste e ignorante
independentismo.
Qué sería sin esos poderes públicos de
pequeños entes, comprometidos con sus vecinos, que ante las infructuosas
gestiones de administraciones superiores se embarcan en propuestas para
minimizar el caos del momento.
Que sería de la paciencia de casi todos
viendo como faltan test para los más afectados y los grupos de riesgo, pero
sabemos de los continuados test a futbolistas o políticos (incluyendo nuestra
Casa Real o defensores de la República –que una vez más la idiotez no mira
banderas—). Y por favor que nadie me malinterprete y piensen que deseo que no
deben hacérselo estas personas mediáticas, pero creo que se deben cumplir a rajatabla
las prioridades que la falta de medios nos obliga.
Y que conste que
pocos están libres de la estupidez, que yo mismo fui idiota minusvalorando la
amenaza (no me voy a esconder como otros en que no nos avisaron y voy a
criticar a las reuniones masivas de los demás para libertar de culpa mis actos)
y yo también he sido estúpido dejándome llevar por el calentón ante un bulo (las
fake news modernas)…; pero en el tramo final de este mes de abril estamos en un
momento donde la ignorancia, la falta de preparación, las imprudencias, la
indolencia, los palos de ciego, el “aquí vale todo”… ya no tienen cabida.
En mes y medio dos decenas de miles de muertos (cifras
oficiales (en las espaldas de una sociedad “moderna”. Fallecidos solitarios,
sin consuelo, sin decoro… Familias quebradas, impotentes, atormentadas… (sin
palabras).
Cierro estas reflexiones esperando de la DIGNIDAD,
RESPONSABILIDAD, AUTOCRÍTICA y RESPETO de todos para superar estos
tiempos de incertidumbre, dolor y deficiencias y que podamos poner en
entredicho la máxima de Albert Einstein: “Hay dos cosas infinitas: el
Universo y la estupidez humana”.
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Jueves, 3 de Julio del 2025
Jueves, 3 de Julio del 2025
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