Me causan grima —sobre
todo hoy, veintitrés de abril— los individuos que tratan al libro como una
entidad espiritual o mística, cuya esencia, para ser comprendida, necesita un
profundo ejercicio de abstracción. En una navegación superficial, pueden pescarse
por internet diferentes citas ridículas que pretenden cargarse de lirismo pero
que acaban sumergiéndose en el ridículo; por ejemplo, «Los libros son, junto a
los perros, el mejor amigo del hombre». Indudablemente, se tratan de citas que
se aproximan a la inestimable grandeza de los sabios proverbios que aparecen en
las publicaciones de Instagram y de Twitter.
A mi parecer, se confiere
una excesiva consideración a un «conjunto de muchas hojas de papel y otro
material semejante que, encuadernadas, forman un volumen», según el Diccionario
de la Real Academia Española. Prácticamente, hay personas que conciben a los
libros como elementos de culto. Sin embargo, un libro es un objeto cotidiano y
un recipiente. Un tubo de ensayo en un laboratorio se destina a contener gases
o líquidos con el fin de realizar pruebas y experimentos; pues bien, un libro
no deja de ser simplemente el tubo de ensayo de un experimento literario.
El libro, concebido como
tubo de ensayo, no transmite absolutamente nada. Si abrimos un libro delante de
una flor, probablemente se estremezca por el viento, pero no ocurrirá nada. Si
colocamos un libro en la estantería que se encuentra encima de la televisión
del salón, por muy extenso que sea el volumen, no transmite su enseñanza. Aunque
el libro se abra delante de unos ojos humanos, si no realizamos una lectura concienzuda,
no nos transmitirá nada; igualmente, se requiere de un microscopio para
advertir y estudiar el comportamiento de los microbios o las células que
experimentan la prueba. Por tanto, un libro adquiere valor cuando el lector
posa su atención sobre las palabras, de modo que comienza a ser testigo del
experimento.
El experimento tampoco
tiene valor por sí mismo; lo valioso es el resultado que se extrae. La importancia
de un experimento es que un científico observe y saque conclusiones: en ciencia
el mismo científico que prepara el experimento después puede sacar el resultado;
mientras que en literatura el escritor prepara el experimento, que se difunde
en un tubo de ensayo porque necesita un recipiente para su expansión, y el
lector a través del estudio pormenorizado del texto interpreta el resultado.
Asimismo, el lector también recibe las consecuencias del experimento, pues
antes de opinar sobre el triunfo o el fracaso de la prueba, en su interior se
produce la reacción química: las palabras se transforman en sensaciones.
Por tanto, cuando la
gente se refiere al «libro» como concepto supraterrenal, se ensalza un simple
tubo de ensayo y un experimento que no dispone de científico que anote el
resultado. —Por esa razón, tampoco conviene decorar las portadas de los libros
con colores llamativos o como si de cajas de bombones se tratase; ¿se imagina
usted una probeta de colorines?—. En definitiva, un libro adquiere valor en la
medida que el lector siente o reflexiona. Por consiguiente, en lugar del «Día
del libro», el veintitrés de abril debería denominarse el «Día del lector».
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Viernes, 25 de Abril del 2025
Viernes, 25 de Abril del 2025