Opinión

La repugnancia en el Día del Libro

Alberto Lara Ramírez | Jueves, 23 de Abril del 2020
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Me causan grima —sobre todo hoy, veintitrés de abril— los individuos que tratan al libro como una entidad espiritual o mística, cuya esencia, para ser comprendida, necesita un profundo ejercicio de abstracción. En una navegación superficial, pueden pescarse por internet diferentes citas ridículas que pretenden cargarse de lirismo pero que acaban sumergiéndose en el ridículo; por ejemplo, «Los libros son, junto a los perros, el mejor amigo del hombre». Indudablemente, se tratan de citas que se aproximan a la inestimable grandeza de los sabios proverbios que aparecen en las publicaciones de Instagram y de Twitter.

A mi parecer, se confiere una excesiva consideración a un «conjunto de muchas hojas de papel y otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen», según el Diccionario de la Real Academia Española. Prácticamente, hay personas que conciben a los libros como elementos de culto. Sin embargo, un libro es un objeto cotidiano y un recipiente. Un tubo de ensayo en un laboratorio se destina a contener gases o líquidos con el fin de realizar pruebas y experimentos; pues bien, un libro no deja de ser simplemente el tubo de ensayo de un experimento literario.

El libro, concebido como tubo de ensayo, no transmite absolutamente nada. Si abrimos un libro delante de una flor, probablemente se estremezca por el viento, pero no ocurrirá nada. Si colocamos un libro en la estantería que se encuentra encima de la televisión del salón, por muy extenso que sea el volumen, no transmite su enseñanza. Aunque el libro se abra delante de unos ojos humanos, si no realizamos una lectura concienzuda, no nos transmitirá nada; igualmente, se requiere de un microscopio para advertir y estudiar el comportamiento de los microbios o las células que experimentan la prueba. Por tanto, un libro adquiere valor cuando el lector posa su atención sobre las palabras, de modo que comienza a ser testigo del experimento.

El experimento tampoco tiene valor por sí mismo; lo valioso es el resultado que se extrae. La importancia de un experimento es que un científico observe y saque conclusiones: en ciencia el mismo científico que prepara el experimento después puede sacar el resultado; mientras que en literatura el escritor prepara el experimento, que se difunde en un tubo de ensayo porque necesita un recipiente para su expansión, y el lector a través del estudio pormenorizado del texto interpreta el resultado. Asimismo, el lector también recibe las consecuencias del experimento, pues antes de opinar sobre el triunfo o el fracaso de la prueba, en su interior se produce la reacción química: las palabras se transforman en sensaciones.

Por tanto, cuando la gente se refiere al «libro» como concepto supraterrenal, se ensalza un simple tubo de ensayo y un experimento que no dispone de científico que anote el resultado. —Por esa razón, tampoco conviene decorar las portadas de los libros con colores llamativos o como si de cajas de bombones se tratase; ¿se imagina usted una probeta de colorines?—. En definitiva, un libro adquiere valor en la medida que el lector siente o reflexiona. Por consiguiente, en lugar del «Día del libro», el veintitrés de abril debería denominarse el «Día del lector».

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