Opinión

Carisma, espíritu y estructura

| Sábado, 25 de Abril del 2020
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Quizá el titular les resulte extraño y es que de las tres palabras,  carisma, espíritu y estructura una les puede chirriar bastante. Espíritu y carisma son dos conceptos que hacen referencia a una misma esencia, ahora bien, añadir el concepto de estructura es algo que no pareciera o debiera tener cabida. Pero veamos.

Carisma en sentido general se define como la cualidad natural que tiene una persona para atraer a los demás por su presencia, su palabra o su personalidad. En el cristianismo es la gracia o don concedido por Dios a determinadas personas en beneficio de la comunidad, siempre como un fruto del Espíritu, manifestando de una manera sobresaliente alguna de las virtudes cristianas. Carisma proviene del latín “charisma” y del griego “χαρισμα” (charisma), que quiere decir agradar o hacer favores.

Tener carisma o resultar carismático es una virtud innata. El carisma siempre resulta ser una herramienta beneficiosa y enriquecedora de quien lo posee en favor de aquellos siguen el espíritu que lo define. La persona carismática resulta irrepetible, no respecto a ella, todos lo somos, sino en el mensaje y la propuesta que realiza. De ahí que un carisma esté siempre impregnado del talante personal de quien lo posee.

El carisma surge en unas situaciones concretas, bien geográficas, históricas, espirituales, pues se entronca en un determinado colectivo que vive en un aquí y un ahora al que ilusionar ofreciendo algo nuevo y atrayente para sus vidas.

La persona carismática siempre tiene éxito en su iniciativa pues de lo contrario no podría ser definida como tal. Pero las personas son efímeras y el carisma ha de continuar. Es el momento en que sus seguidores han de organizarse sin perder la frescura, el espíritu del fundador o fundadora, extremo que se solventa con facilidad en quienes mantuvieron relación directa y bebieron directamente de ese espíritu.

El peligro de alejarse de esa frescura suele venir en generaciones posteriores al fundador y más aún si la organización consigue alcanzar grandes dimensiones; es cuando corre el riesgo de sustituir la esencia, la frescura espiritual del carisma por las rígidas y secas normas de la estructura.

En la historia de la Iglesia siempre han existido carismas que han acabado acartonados, lejos del espíritu que le dio vida. Y me temo que ahora mismo sigue habiendo alguno por ahí ensimismado con su éxito. La clave para saberlo, tener como centro de su quehacer ese carisma de manera casi exclusiva, aparentando desinterés por el resto de la vida eclesial y hacer más hincapié en la norma, en el derecho y la moral que en las fuentes que nos otorga el Don de ser Hijos de Dios. 

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