Quizá
el titular les resulte extraño y es que de las tres palabras, carisma, espíritu y estructura una les puede
chirriar bastante. Espíritu y carisma son dos conceptos que hacen referencia a
una misma esencia, ahora bien, añadir el concepto de estructura es algo que no
pareciera o debiera tener cabida. Pero veamos.
Carisma
en sentido general se define como la cualidad natural que tiene una persona para
atraer a los demás por su presencia, su palabra o su personalidad. En el cristianismo es la gracia o
don concedido por Dios a determinadas personas en beneficio de la comunidad,
siempre como un fruto del Espíritu, manifestando de una manera sobresaliente
alguna de las virtudes cristianas. Carisma proviene del latín “charisma” y del
griego “χαρισμα” (charisma), que quiere decir agradar o hacer favores.
Tener carisma o resultar
carismático es una virtud innata. El carisma siempre resulta ser una
herramienta beneficiosa y enriquecedora de quien lo posee en favor de aquellos
siguen el espíritu que lo define. La persona carismática resulta irrepetible,
no respecto a ella, todos lo somos, sino en el mensaje y la propuesta que
realiza. De ahí que un carisma esté siempre impregnado del talante personal de
quien lo posee.
El carisma surge en unas
situaciones concretas, bien geográficas, históricas, espirituales, pues se entronca
en un determinado colectivo que vive en un aquí y un ahora al que ilusionar
ofreciendo algo nuevo y atrayente para sus vidas.
La persona carismática siempre
tiene éxito en su iniciativa pues de lo contrario no podría ser definida como
tal. Pero las personas son efímeras y el carisma ha de continuar. Es el momento
en que sus seguidores han de organizarse sin perder la frescura, el espíritu
del fundador o fundadora, extremo que se solventa con facilidad en quienes
mantuvieron relación directa y bebieron directamente de ese espíritu.
El peligro de alejarse
de esa frescura suele venir en generaciones posteriores al fundador y más aún
si la organización consigue alcanzar grandes dimensiones; es cuando corre el
riesgo de sustituir la esencia, la frescura espiritual del carisma por las
rígidas y secas normas de la estructura.
En la historia de la
Iglesia siempre han existido carismas que han acabado acartonados, lejos del
espíritu que le dio vida. Y me temo que ahora mismo sigue habiendo alguno por
ahí ensimismado con su éxito. La clave para saberlo, tener como centro de su
quehacer ese carisma de manera casi exclusiva, aparentando desinterés por el
resto de la vida eclesial y hacer más hincapié en la norma, en el derecho y la
moral que en las fuentes que nos otorga el Don de ser Hijos de Dios.
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Viernes, 25 de Abril del 2025
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