“Prefiero ser dueño de mis silencios que esclavo de mis palabras”. El autor de esta frase fue sin lugar a dudas un hombre cauto. La prudencia, como sabio freno de la expresión ignorante, impertinente, ofensiva o a destiempo. El silencio como respuesta delicada, sobria, prudente y en muchos momentos, inteligente y expresiva, entre personas que se aman frente a frente diálogo profundo. Cuando esto ocurre quien calla experimenta la sensación de haber sido dueño de esta negación a sí mismo; silencio exterior, silencio agradecido, silencio liberador, silencio lleno.
Pero el silencio también puede ser consecuencia de la ignorancia, del desencuentro entre seres amados, de temor, de huída, de interesada conveniencia e indiferencia ante un hecho que nos interpela, es entonces cuando notamos que obramos presos por la cobardía, la pereza o el cálculo y la sensación se torna esclavitud cuando callamos; silencio interior, silencio acusador, silencio vacío.
Con las palabras la experiencia es más compleja. Ser dueño de las palabras es mucho más difícil y arriesgado que serlo de los silencios porque son las que acusan o absuelven, las que comprometen, marcan y sentencian definitivamente. El silencio puede ser provisional y cambiante, serio y difícil compromiso de vida en los monasterios, también definitivo en los cementerios.
La palabra sin embargo es expresión de pareceres, aproximación y escuela del saber, definición, comunicación, liberación, sabiduría y escándalo, equidad, equivocación y exceso. La palabra es valentía y decisión, oración y promesa, poesía y desgarro, rúbrica y firma. La palabra es el presente, el silencio es…
La palabra y el silencio límites mutuos. Prefiero de las personas las palabras al silencio, quizá porque expresamos cuando hablamos con sentido, lo que la vida en silencio nos ha ido dando.
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Miércoles, 16 de Julio del 2025
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