Opinión

Hablando con Félix Grande de lo que pica la paja de cebada

Francisco Navarro | Jueves, 11 de Enero del 2018
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Tomelloso —así lo ha anunciado hoy la alcaldesa— va a tener una estatua de Félix Grande. En su barrio, en el Moral. Un barrio del que uno tuvo la suerte de ser pregonero de sus fiestas, “en el que en 1950 sonaron las variaciones Goldberg de la propia mano de Juan Sebastián Bach, de manzanas eternas y casas pequeñas, con pocas lumbreras, pero con mucha honradez”.

Para este que escribe ha sido una gran noticia. Aunque a él, a Félix, le resultará como poco gracioso, desde la eternidad, ver su efigie en bronce dada su poca querencia al oropel. Por ese motivo, porque me parece una buena noticia que Tomelloso recuerde a uno de sus hijos recupero un texto que escribí tras su muerte.

Ha muerto el poeta Félix Grande. Uno tiene la suerte, o la desgracia, de ser el último premiado con el galardón que lleva su nombre en la Fiesta de las Letras de Tomelloso. Lo había visto alguna que otra vez y había oído referencias suyas. A mi padre sobre todo, pues era amigo de un amigo suyo, del mismo barrio. Este que digo vivía en la calle La Habana y Grande en la calle Asia, aunque no venga al caso. Lo que si he hecho ha sido leerlo y muchos de sus poemas me han estremecido.

El verano del 2013 —el 9 de julio, lo recuerdo— en este nuevo oficio que dios nos ha dado, acudí al museo López Torres a cubrir el fallo del jurado de los certámenes literarios de la Fiesta de las Letras. Había presentado dos obras, relatos claro… adónde va uno. Cuando llegué, Félix Grande estaba en la puerta, fumando. Nos saludamos y mi mano derecha estrechó la suya, esa que sepa dios las palabras que habrá cincelado. Hablamos del calor y de lo que picaba la paja de cebada. De los tábanos y del valor de una sombra en medio de un liego, a esas horas y en ese tiempo. Bueno, en otros.

Sorprendentemente el jurado premió uno de mis escritos, Flamenco. Félix Grande, el poeta, el escritor, dedicó a este humilde juntaletras, recitando con esa confortable voz queda que transmitía confianza y cercanía, la letra del fandango con el que su padre enamoró a su madre. No recuerdo cual era, ni hay constancia de ella, pero fue cierto: lo juro.

Ahora se ha muerto. Félix Grande, el poeta, alto, inconmensurable, cercano, que comía pipas en los cines de verano. Honrado. Contaba historias pequeñas y nada estridentes, sonreía como nadie y daba esa confianza que solo da el olor a café recién hecho un domingo por la mañana.

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