“Lo
que no se llevan los ladrones, aparece en los rincones”.
¿Recuerdan
ustedes aquellos años cuando jugábamos a guardias y ladrones? Eran tiempos en
los que la imaginación fabricaba juegos así, a pelo, sin necesidad de recurrir
a ninguna maquinita. Hoy sin embargo estos juegos siguen existiendo de manera
mucho más sofisticada no en la calle sino delante del inevitable ordenador, fabricados
por un computador que nos hace correr, saltar y escondernos, sin movernos de la
silla, el sofá o el sillón.
Sin
embargo esta historia no va de juegos virtuales o reales sino de ladrones de
verdad, aunque alguno pareciera que jugara a serlo por la forma de actuar. Y es
que como todo se ha vuelto demasiado global, los ladrones también se han hecho
más vulgares y menos exigentes con ellos mismos.
Antaño,
cuando la policía tenía menos medios técnicos, algunos ladrones que eran unos
fenómenos, eso sí entregados a una causa equivocada, se atrevían a dejar algún detalle
a modo de firma para que la policía supiera de quien podía ser la obra. Era la
forma entre petulante y temeraria que tenía el ladrón de insinuar que era más
listo que sus perseguidores, aunque al final “el gato siempre cogía al ratón”. Los
ladrones a los que me ahora me refiero son a modo de unos ratoncillos y resultan
entre ridículos y “medio simpáticos” por la torpeza de sus acciones consecuencia
de los nervios.
Es
lo que le sucedió a un atracador del tres al cuarto que una vez conquistado un
pequeño botín, hecho un manojo de nervios, se dejó olvidado otro manojo, el de
las llaves del coche que tenían aparcado para salir huyendo; o aquél que se
dejó olvidada la pistola encima del mostrador, emocionado en cuanto vio dos
euros juntos…o el infeliz que se dejó el móvil encima de una mesa de la oficina
que había desvalijado. La policía en este caso lo tuvo fácil. Marcó el teléfono
de su amiguita y ésta contesto, hola cariño…lo demás fue algo parecido a eso de
coser y cantar…en este caso, con la amiguita costurera.
Pero
el último caso sobre ladronzuelos poco expertos refleja una mezcla de exceso de
confianza, familiaridad y falta de memoria unidos. Es el caso de un ladrón que
se dedicaba a robar cables de cobre en la urbanización de viviendas
unifamiliares donde él mismo residía. El caco entraba por las ventanas y se hacía
con el género. Sin embargo un mal día, para él claro, sucedió lo inevitable; como
algunas viviendas se encontraban deshabitadas y siendo todas iguales debió
perder la referencia no sabiendo en cuál de ellas se encontraba creyendo estar
en la suya dejando las llaves olvidadas en el salón de la…última en la que robó,
claro está.
Cuando
el propietario entró en su casa, encontró las llaves del caco tiradas en el
suelo del salón. La policía también lo tuvo tirado esta vez. Cogió las llavecitas
yendo casa por casa hasta que…la llave hizo ¡guá! al igual que una canica, en
la cerradura. El caco se encontraba sentado apaciblemente en su salón. No
tuvieron que decir nada más que buenas tardes tenga usted. Las tardes se las
dieron, las llaves, no.
En
este caso también se acabó cumpliendo el refrán popular citado al comienzo del
artículo: “Lo que no se llevan los ladrones, aparece…en los salones.
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Viernes, 29 de Marzo del 2024
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