La
pandemia provocada por la Covid-19 sigue copando todas las informaciones, no sé
si es inevitable pero llevamos demasiado tiempo atrapados por este mono-tema.
Cualquier noticia sobre sociedad, economía, política o medio ambiente es
necesario asociarla con la crisis que padecemos y nada es ajeno a las
consecuencias de la epidemia, como si no hubiese otras noticias relevantes, y
si las hay, nadie sabe cómo contarlas, porque en estos momentos todo gira en
función del desastre sanitario y social que nos ha bloqueado. La sensación que
sentimos es la de un bombardeo de miles de imágenes y crónicas que intentan
explicar el mayor problema sanitario que ha sacudido al planeta en los últimos
años.
Es
evidente que el confinamiento de la población decretado por las autoridades ha
tratado de evitar el contagio masivo pero, aún así, un número desgraciadamente
alto e indeterminado de ciudadanos han perdido la vida y, otros muchos, han
sufrido graves síntomas respiratorios, algunos de los cuales, aunque han
logrado recuperarse, todavía arrastran molestas secuelas.
Sin
embargo, gracias a esa reclusión se evitó que el número de víctimas se
disparase aún más y, como contrapunto a tanta tragedia, la naturaleza eclosionó
mostrándonos una primavera luminosa y exultante. Sin el ruido y el estrés
habitual pudimos escuchar el trinar de los pájaros, algunos animales se
atrevieron a merodear por calles y plazas vacías, la hierba creció entre los
adoquines de las aceras y estalló en campos y jardines. Además la ralentización
de la actividad productiva consiguió reducir los índices de contaminación en
las grandes urbes
No
sé si tratando de ocultar la tragedia, los medios se empeñaron en difundir
noticias amables de camaradería y solidaridad entre vecinos. Todos aplaudíamos
a los sanitarios desde terrazas y balcones y algunos ingenuos pensaron que esta
catastrófica e inusual situación nos haría reflexionar, debíamos aprovechar
este momento crítico para cuestionarnos cómo estábamos actuando en muchos
ámbitos de la vida, creyendo de buena fe que a partir de ahora íbamos a ser
mejores.
Pero
la realidad es tozuda, aunque el peligro del virus sigue latente, el retorno a
la costumbre nos ha mostrado que todo ha sido un delirio, volvemos a la rutina
y volvemos a los viejos vicios, a los errores de siempre. Los coches han
regresado a las ciudades y hemos vuelto a contaminar más. En estos momentos
consumimos más productos plásticos para protegernos y repetimos comportamientos
que emponzoñan el planeta con más residuos.
Los
humanos, que nos creíamos la especie del planeta que más ha evolucionado hemos
tenido que recurrir al triaje médico ante el colapso sanitario, hemos tenido
que aparcar la nueva ética para volver a la vieja ley de la naturaleza que
determina quienes deben seguir viviendo, quizás los más jóvenes y con más
esperanza de vida, o los más fuertes, posiblemente a quienes por vitalidad
podían resistir los embates del maldito virus y, tristemente, en algunos países
aquellos ciudadanos que pueden pagarse un seguro sanitario.
No
tenemos remedio porque pretendemos ser un verso suelto en el orden natural,
nosotros que nos creíamos tan fuertes, hemos sabido de nuestra fragilidad por
un simple virus que nos ha puesto contra las cuerdas, un microorganismo que
necesita para vivir de nuestras células nos ha recluido en casa durante días y
días, haciéndonos cambiar actitudes
sociales adquiridas durante siglos, un bicho que nos hace recelar del semejante
y que nos aconseja distancia para evitar el contagio.
Es
tan diferente su comportamiento que algunos de los que no nos hemos infectado
pensamos que no tiene importancia y sólo observamos las recomendaciones de las
autoridades sanitarias por temor a las multas, por precaución o por sentido
común; pero no advertimos ese peligro ciego. Y sin embargo han sido muchos los
que han muerto o que lo han pasado realmente mal, ingenuos que han pensado que
no les tocaría, pero nunca es tarde.
La
pandemia, que en los países más desarrollados está contenida o controlada según
las autoridades, sigue su ritmo vertiginoso de
contagios en otros lugares del planeta y a día de hoy no sabemos cómo
evolucionará esta situación tan endiablada.
Reconozco
que estoy preocupado por el futuro, que me siento incómodo ante esta
"Nueva Normalidad" que descoloca mis principios. Es triste
reconocerlo pero a partir de ahora nos queda una ardua tarea, convivir con el
miedo al contagio, al aumento de los brotes y sobre todo a aceptar las nuevas
normas o entender este nuevo código que nos condiciona más la vida, sobre todo
a los más débiles, a los más desprotegidos. Es aconsejable reducir la movilidad
pero también conviene dosificar el recelo ante el prójimo.
Ah
y protegernos ante los nuevos vigilantes del orden, a partir de ahora
deberíamos aprender a disculpar y a cultivar la paciencia, porque también pasa
que a un tonto le das un pito y se cree la mayor autoridad del mundo mundial.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Martes, 23 de Abril del 2024
Martes, 23 de Abril del 2024
Martes, 23 de Abril del 2024