Este tiempo de pandemia está siendo complicado para todos. Si
la vida de los temporeros es difícil en circunstancias normales, en esta época
de coronavirus, resulta muchísimo más. Los periodistas de La Voz hemos podido
descubrir una realidad que solo conocíamos de oídas. Gracias a Lucía y Cristina
nos hemos encontrado cara a cara con estos “invisibles” que llegan para las
campañas agrícolas. Tras una charla con las dos jóvenes, en la que nos
desgranaron la situación de esas personas, visitamos un asentamiento y charlamos
con algunos de los temporeros. Nos contaron las dificultades que sufren, pero
también sus deseos, inquietudes y afanes. También hemos conocido de primera
mano el trabajo de los voluntarios y voluntarias de Cáritas por hacer más fácil
la vida a estas personas en una complicada época marcada por la COVID.
Uno de los mantras que han calado en estos últimos tiempos
es la apatía de la juventud. Con Lucía Cantos y Cristina Jiménez hemos
comprobado que los arquetipos son injustos. Son dos jóvenes valientes, con
nobles ideales y ganas —aunque no lo reconozcan— de cambiar el mundo. Y qué
mejor manera de hacerlo que denunciando las situaciones injustas que están más
cerca. Las dos visitan el asentamiento de temporeros para que estos sientan que
son escuchados y visibilizar su situación.
Lucía, llegó a los temporeros «por casualidad», ha
estudiado Relaciones Internaciones «este año he hecho un máster de
inmigración y extranjería, para trabajar con refugiados e inmigrantes en
situación irregular. El trabajo del máster lo hice de los asentamientos
chabolistas en Almería. Cuando llegué a Tomelloso me dije, “¿por qué hago un
trabajo sobre Almería cuando en mi pueblo hay una situación parecida que lleva
un montón de años?”. Una circunstancia que cada vez se das más y con más
diversidad». Gracias al que fue portavoz de Izquierda Unida en Tomelloso,
Rafael Quesada, la joven conoció el asentamiento y pudo hablar con alguno de
los temporeros. «Un día me fui sola, para charlar con ellos, para que me
contasen su situación, como estaban en Tomelloso, sus expectativas o su proyecto
migratorio».
Cuenta Lucía que son cinco las formas de alojamiento que,
normalmente, tienen los temporeros en Tomelloso. «La típica casa de las viñas
o cortijo, que se da mucho en la zona de Cinco Casas. Viviendas en mal estado,
que logran alquilar y en las que pueden desarrollar actividades cotidianas y
descansar. El albergue de Cáritas, que este año no abre. La ocupación de casas
y solares y, por último, las naves abandonadas».
Los migrantes hicieron llegar a Lucía Cantos la dificultad,
sobre todo con la COVID, de recibir clases de español «me puse al habla con
Cristina y con Laura, que sabía que eran profesoras de idiomas, para ver si
podíamos montar algo de manera informal para ellos. Cristina me dijo que sí y
ya hemos ido varias tardes al asentamiento». Van dos o tres tardes por
semana a hablar con las personas allí alojadas «para que sepan que tiene un
punto de apoyo en Tomelloso». De hecho, ya han hecho algunas gestiones
sencillas, como recibir una carta «pero que para ellos es muy importante».
Mostrar un poco de humanidad
Cristina Jiménez indica que «tienen mucho desconocimiento
de sus derechos. Les da mucho miedo ir al centro de salud, por ejemplo.».
Asegura la profesora que se trata fundamentalmente «de mostrar un poco de
humanidad ante un tema que, en el fondo, hemos estado mirando todos para otro
lado. Todos podemos aportar algo, aunque poquito. Muchos pocos hacen algo muy
grande, que para ellos es un mundo».
Lo que tienen claro es que «no vamos a luchar contra
gigantes. Me refiero a que en la situación de estas personas confluyen tres
circunstancias, esos gigantes que digo: Ley de Extranjería, vivienda y
condiciones laborales». Lo que intentan es, aparentemente más pequeño, pero
de un gran alcance personal «que sientan que son escuchados y visibilizar su
situación». Consideran nuestras interlocutoras que dado que el éxito de las
campañas agrícolas depende de la mano de obra extranjera «es necesario
adecuar la oferta de viviendas y de soluciones habitacionales para esas
personas. También que haya recursos sociales para esa figura tan específica
como es el temporero inmigrante. De otra forma, va a haber asentamientos todos
los años». Con el agravante de que las entidades sociales que actúan en
Tomelloso, Cáritas, Cruz Roja y CCOO, asegura Lucía, están desbordadas.
La COVID juega en contra de los temporeros
La pandemia tampoco juega a favor de los temporeros que «viven
en condiciones inhumanas en el asentamiento», recalca Cristina Jiménez. Lucía
Cantos nos relata las condiciones en ese lugar «solo tienen una fuente para
todas las naves. Ahí se duchan, beben agua, limpian el menaje o lavan la ropa.
No hay electricidad, por tanto, no tienen luz, solo cuentan con la de las
farolas. Una mujer de las naves de al lado les deja cargar el móvil, pero
normalmente cuentan con varias baterías o van a cargarlo a locutorios del
pueblo. No pueden conservar la comida. Con respecto a la basura, gestionan sus
desechos ellos mismos; tampoco hay baños, piden aseos portátiles. Están
bastante alejados del pueblo, por lo que es un espacio de exclusión, no solo
social, también geográfica. Por mucho que ellos se preocupan de llevar a cabo
las medidas de seguridad, el lugar no deja de ser un posible foco de infección». Dentro de su situación, asegura Cristina, «ellos
intentan vivir lo más dignamente posible».
Con respecto al acceso a la sanidad, especialmente en esta
época de epidemia, Lucía nos cuenta que «con el pasaporte y estando
empadronados, pueden acceder a una tarjeta sanitaria que les permite la
atención sanitaria en cualquiera de las comunidades. Pero muchas veces no traen
los documentos, a los que les dan un gran valor, por lo que prefieren dejarlos
con un amigo o en los lugares donde habitan. Tiene dificultades para
empadronarse, dada su situación trashumante y en el hospital y centros de salud
no hay traductores».
Destacan nuestras interlocutoras que los migrantes se
organizan por zonas de procedencia «los de Senegal viven juntos, al igual
que los de Mali o los procedentes de Marruecos». A pesar de ello «pueden
surgir conflictos al igual que en cualquier tipo de relación, no vamos a
romantizar la situación». Pero, a diferencia de otros sitios «en
Tomelloso hay buen rollo. Los magrebíes se llevan bien con los subsaharianos,
hablan, juegan al futbol…»
Lo que no se ve no existe
Hablamos de la invisibilidad de los migrantes y del
desconocimiento del asentamiento, a pesar del tiempo que lleva «en
Tomelloso, lo que no se ve no existe. Lógicamente se les ve por la ciudad,
comprando en los supermercados, sentados en los bancos. Pero la gente no se
pregunta por el lugar en el que están viviendo». Tal vez, convenimos, son
tiempos difíciles en los que se respeta menos el fenómeno de la inmigración «vemos
—asegura Cristina— el resultado final de esos vídeos que circulan de allá
para acá, pero no apreciamos de donde viene eso, por qué se llega a esta
situación. Nos pasaría a nosotros si estuviésemos en otro país en el que nuestros
derechos no se respetaran, estando solos. No podemos juzgar cuando no somos
capaces de arrimar un poco el hombro».
Lucía Cantos apunta con beligerancia que «el perfil del
temporero es muy concreto. Hay que desarrollar mecanismos legislativos y
políticos que se adapten a ese fenómeno que cada vez está más precarizado». Lo
que se conoce como un inmigrante irregular «solo tiene cuatro formas de regularizar
su situación en España «matrimonio, reagrupación familiar, el estatuto de
refugiado o el arraigo social. La mayoría de ellos optan por la cuarta opción,
pero uno de los requisitos es un contrato laboral de un año. A ningún temporero
le van a ofrecer un contrato de ese tiempo. Y más, cuando ellos se mueven de
campaña en campaña».
Hay que actuar para cambiar las cosas
Para cambiar las cosas hay que actuar, como hacen Lucía y
Cristina, visibilizando la situación en primer lugar. «Para resolver un
problema primero hay que ponerlo sobre la mesa. Algo que parece muy sencillo
pero que hay que hacerlo», asegura Cristina. «Con que el debate llegue a
las sobremesas de las familias de Tomelloso, vale. Parece que aquí no queremos
debatir esta situación, no queremos afrontarla. Además, en mayor o menor
medida, todos tenemos la culpa de esto».
En ese sentido, las jóvenes aseguran que los migrantes «no
viven bien así, a pesar de lo que muchos crean. No les gusta vivir en un
asentamiento, ni entre basura. Ellos son los primeros que se siente
avergonzados de estar dónde están». Cristina Jiménez lo tiene claro «si
queremos un poco de orden hay que reconocerles los derechos humanos. Es
necesario ofrecer un poco de humanidad para recibir lo que damos. Es muy dura
la odisea de los migrantes y cuando llegan aquí se encuentran con una realidad
completamente distinta de lo que esperaban». Y es que, el estado del
bienestar del que tanto hablamos «los excluye, los tiene en los márgenes de
los márgenes».
Curtidos por la vida
Acompañamos a Lucía y Cristina a “las naves”. Un grupo juega
al fútbol en el asentamiento, otros descansan en sus colchones, algunos lavan
sus ropas, escuchan música, los más miran con curiosidad a los periodistas que
llegamos en la calurosa tarde de verano que empieza a declinar. Cuando toman
algo de confianza, nos hablan con cercanía y nos piden ayuda para problemas
concretos que tienen que resolver: una consulta médica o una gestión
burocrática que les permita escalar esa montaña de trámites a la que tienen que
hacer frente. No todos hablan el
castellano y los que lo hablan, repetirán con frecuencia la palabra ayuda y
recalcan que vienen a trabajar, a ganarse dignamente la vida.
A pesar de la triste y dramática situación algunos sonríen y
charlan animadamente. Forzosamente, se han curtido en esto de vivir en el
alambre, en el que cada día es una lucha por la supervivencia. Nos volvemos a fijar en el partido de fútbol,
en la globalización del deporte que les hace llevar camisetas de Sergio Ramos,
Lacazzete, Kobe Bryant…y otros grandes. Cuando el partido termina algunos
demuestran su habilidad dándose toques con una pelota medio pinchada. Los hay
con buena técnica y uno de ellos nos cuenta que ha jugado en España en el
juvenil del Real Mallorca.
“Venimos a ganarnos el pan”
Abdul es de Senegal y nos cuenta que «en el asentamiento
hay mucha gente que no tiene trabajo, necesitamos ayuda. Venimos a ganarnos el
sustento en las campañas, pero tenemos dificultades, sobre todo la gente que no
tiene papeles». Él vive en Murcia, pero se va moviendo por las zonas del
territorio nacional que tienen producciones agrícolas. «El año pasado ya
estuve en Tomelloso, se dieron mejor las cosas. Este año todo es más
complicado. Venimos a trabajar y necesitamos que la gente nos ayude. A las
cinco de la mañana nos ponemos en el cruce de la gasolinera para ver si algún
patrón nos lleva a su parcela a trabajar. Pero no cogen a todos».
Otro nos cuenta que los temporeros suelen estar en Tomelloso
unos dos meses. Le deseamos suerte. Intentamos hablar con más personas, pero
las dificultades del idioma lo ponen complicado. Nos señalan a alguien que habla
español. Es Moru que vive en Granada, «nosotros solo tenemos el campo para
ganarnos la vida. Estuvimos antes en Palma del Río, pero allí ya no hay trabajo
y vinimos aquí. La situación está muy mal. La gente no nos quiere alquilar
casas y nos vemos aquí en la calle. Esto es muy duro para nosotros. Nos
tendrían que ayudar porque venimos a trabajar, a ganarnos la vida, no a robar
ni otras cosas por el estilo. No somos animales, somos personas. Los que no
tienen papeles todavía lo tienen peor».
Moru está empadronado en Granada y cada seis meses tiene que
renovar el trámite. Justo cuando le despedimos, alguien se ofrece a hablar
voluntariamente. Poco a poco se van familiarizando con nosotros. Nos deletrea
su nombre es Idrissa. «Aquí en España hay muchos problemas, -nos dice el
nuevo interlocutor que tiene un castellano peor que Moru-. Los africanos
buscamos trabajo, estamos totalmente lejos de cualquier acto ilegal como robos
o drogas. Necesitamos que la gente nos ayude».
Cáritas, una inusual campaña de temporeros
Llegamos pronto al centro Teresa de Calcuta de Cáritas. A la
puerta ya esperan varios temporeros; los voluntarios se afanan en sus tareas,
preparando comida, material de aseo y ropa. Las circunstancias de la COVID han
hecho que lo que otros años era un bullicioso patio presente un aspecto más
tranquilo. En el centro hay mamparas, cintas y signos para guardar la distancia
y marcar los recorridos. En el taller de textil, las usuarias becadas planchan,
desinfectan y preparan bolsas.
La directora de Cáritas en Tomelloso Teresa Requena explica
que el pasado 15 de julio se inició la inusual campaña de temporeros de este
año «teníamos dudas de los elementos que íbamos a establecer. Después de
conversaciones con Cáritas diocesana y nacional, nos informaron que, debido a
la pandemia, no se podía ofrecer el servicio de duchas, pero conseguimos tener
la posibilidad de entregar ropa a los temporeros. Hemos adquirido una máquina
de ozono para higienizar y estamos pendientes de que nos llegue una plancha que
también desinfecta».
240 personas atendidas desde el inicio de la campaña
Los voluntarios preparan unos lotes de alimentos «bastante
surtidos y se complementan con pescado o carne, dependiendo de su confesión
religiosa. A los que no tienen posibilidad de cocinar se les ofrecen embutidos
y latas de conserva». Los temporeros pasan por la “acogida”, nos explica la
directora, después se les hace entrega de los alimentos, la ropa y un kit de
higiene. «Si alguno demanda servicio de orientación laboral, tenemos una técnica
de empleo los martes y jueves por la mañana». En estos más de quince días
de la campaña de temporeros, Cáritas ha atendido a unas 240 personas «todos
nuevos, nadie ha repetido».
Requena lamenta mucho no poder ofrecer el servicio de duchas
«que para muchos de ellos es más importante que comer. Tampoco hemos podido abrir
el comedor por la pandemia. No nos gusta tener a las personas en la calle, pero
tienen que entrar de uno en uno por los protocolos sanitarios». La
directora de Cáritas destaca que «todo ha ido muy bien, la gente se comporta
como es debido, siguiendo las normas sanitarias y no hemos tenido ningún
conflicto. Estamos luchando contra viento y marea. Nuestra idea es acabar esta
campaña el 15 de agosto y ver las acciones que vamos a llevar a cabo en la vendimia».
Taller textil y orientación laboral
Cortes Carretero es Educadora Social y responsable del
Taller Textil de Verano, donde se prepara la ropa para los temporeros «otros
años eran ellos lo que elegían. Esta campaña, con la COVID, se higieniza la
ropa, se plancha con vapor a alta temperatura y se hacen paquetes que llevan
dos camisetas, una camisa, dos pantalones y una gorra. Se les entrega el lote
totalmente cerrado y con la seguridad de que va libre de contaminación».
Señala Carretero que Tomelloso «es la única localidad de la provincia que lo
está haciendo. Dándole stock de ropa al resto de lo pueblos». Participan diez mujeres, becadas, que
provienen a las acogidas de Cáritas «el taller lleva un doble sentido,
proporcionar ropa a los temporeros y que ellas perciban una pequeña asignación
como apoyo a la economía y que aprendan una serie de habilidades». Hasta la
fecha, nos cuenta, se han elaborado 500 paquetes de ropa.
Natalia Moreno es la técnica de empleo de Cáritas y esta al
frente del servicio de orientación laboral. «Ayudamos en la búsqueda de
empleo, muchos temporeros tienen dificultad para encontrar trabajo porque no
conocen a nadie de la zona. Tenemos un servicio de intermediación laboral
totalmente gratuito». Moreno aprovecha para hacer un llamamiento a todos
los empresarios agrícolas «les podemos proporcionar temporeros para que no
tengan problemas a la hora de la contratación». También, Cáritas explica
sus derechos y obligaciones en el trabajo o las condiciones laborales para. De
igual manera, se llevan a cabo pequeñas gestiones administrativas como la
petición de la vida laboral.
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Domingo, 24 de Noviembre del 2024
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