En Criptana la tradición manchega y cervantina está cuidada con mimo. Cualquier rincón nos puede evocar las andanzas de Don Quijote y Sancho Panza, sobre todo en lo más alto, donde se ubican los imponentes molinos que el Caballero de la Triste Figura creyó que eran gigantes. Hubo más, pero se conservan diez, tres de ellos, Infanto, El Sardinero y Burleta del siglo XVI.  En proyecto está que uno de ellos albergue el Museo de Sara Montiel, hija ilustre de la localidad, que tiene una escultura.

El blanco y el añil de las casas del barrio Albaicín componen una preciosa estampa de pueblo manchego donde hombres  y mujeres toman el fresco en las puertas de sus casas y observan el trasiego de los muchos visitantes que llegan. Los gatos se acomodan tranquilos en las calles de suelo empedrado, mientras los visitantes hacen pierna en las calles empinadas, buen ejercicio que tendrá como premio final esa imponente vista de la Mancha. Afinando los ojos o con buenos prismáticos vemos Alcázar de San Juan, Pedro Muñoz, Socuéllamos, Tomelloso, Villarrobledo…No es de extrañar que los hoy Reyes, y entonces Príncipes, Don Felipe y Doña Leticia se admirarán con la inmensa perspectiva del lugar cuando visitaron la localidad en los primeros años dos mil.

Encantos arriba y también en la parte baja con la Iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, la Iglesia del Convento de los Carmelitas Descalzos y la bellísima Casa del Pósito, hoy reconvertida en sala de actos y exposiciones con su impresionante techo en madera. También merece la pena visitar la casa-cueva La Despensa  y el Museo de Los Artesanos.

Comer, se come bien en las alturas, Restaurante Las Musas, y también abajo, Bar La Plaza. En el ensanche de la localidad se observa un importante crecimiento de la industria y un elevado nivel de las instalaciones deportivas. A pesar de las políticas que atentan contra lo rural, el tren sigue pasando y parando en Campo de Criptana, uno de los pueblos con más encanto de la región y todo el país.