Opinión

El cestillo vacío

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 26 de Septiembre del 2020
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Con el nombre de “cestillo” me refiero, de un modo familiar, a la cesta, bolsa o cepillo que en el momento de las ofrendas, durante la celebración de la misa se pasa banco por banco y barba por barba, para la aportación económica de los asistentes.

         Unos y otras rebuscan en las actuales faltriqueras, o sea monederos o carteras algo con que aportar al sostenimiento de la parroquia. En casi todas las ocasiones se encuentran algunas monedas incluso algún billete de poco peso económico. También las gentes, que no son habituales en asistencia, y que ahora están presentes, porque el chico o la niña participan en ofrendas u oración de los fieles, rebuscan entre las pelusas de los bolsillos algunos céntimos, que depositar en el objeto recogedor; mientras,  miran de frente a la persona que sostiene el cestillo, como diciendo: “Ahí está mi donación, cuidadito en qué la vais a gastar”.

         Hay incluso quienes tienen domiciliados unas aportaciones bancarias constantes, marcadas por meses, trimestres u otros tiempos que el donante considera oportunos, acordando entre su economía, generosidad, compromiso cristiano, y otros componentes personales que cada cual conoce dentro de sí.

         Sin embargo el método petitorio del cestillo es habitual y más extendido para el mantenimiento de las parroquias, junto con las donaciones económicas por algún servicio sacramental o funerario. Evidente que el mantenimiento de un edificio de las magnitudes de los templos con todas sus necesidades, junto a todos los  servicios de catequesis, reuniones, despachos, documentaciones, etc., conlleva un alto costo económico y, salvo raras excepciones, subvencionan los fieles habituales, también llamados “practicantes”.

         Un capítulo importantísimo en el sostenimiento de lugares de culto y centros parroquiales corresponde a las personas voluntarias, que aportan su trabajo, en este caso llamado “colaboración”, en asuntos de limpieza y mantenimiento (de los templos, lavado de ropas), catequesis, funciones de sacristanía, coro en las celebraciones litúrgicas, etc., aportando su trabajo de modo totalmente altruista y desinteresado, desde luego sin ninguna remuneración crematística o de favoritismos.

         Todo lo cual hace que el conjunto de elementos parroquiales se vea como algo propio y de colaboración obligada. No se trata tanto del aspecto de propiedad cuanto de sentimiento de lo nuestro…, lo que nos pertenece y que debemos cuidar con el máximo respeto y esmero porque corresponde al ámbito de nuestra religiosidad. Está al servicio del Dios en el que creemos y de la comunidad parroquial a la que pertenecemos.

         La Covid-19 también ha dado su zarpazo en este ámbito de las parroquias y no ha sido menor que en los lugares de convivencia social como colegios, institutos, restaurantes, bares, cooperativas, comercio y gran parte de negocios a los que está llevando a la ruina.

         Quien más quien menos está perfectamente enterado. Bien sea por ser cristiano practicante, bien sea porque ha sufrido la suspensión de romerías, fiestas y demás momentos de disfrute vacacional, con motivo de las festividades patronales con los que había soñado durante todo el año laboral. Es algo indiscutible y que nos abofetea por todos lados.

         El aforo en las celebraciones eucarísticas se ha visto muy reducido incluyendo medidas higiénicas y “separación social”, se han suspendido bodas, primeras comuniones, entierros, catequesis de todos los niveles, reuniones de formación, etc.

         Por todo esto concluimos que el “cestillo continúa vacío” o semivacío domingo tras domingo, agravado ahora por la necesidad de no contaminar al dejar monedas que podrían portar el virus.

         Cómo solucionarlo; no lo sé, o mejor, no quiero inmiscuirme en algo que no me importa demasiado. Podrían decirme que esto no es asunto mío, que es  de los curas, obispos (entre los que no tengo muchos amigos) y personal comprometido de cada parroquia. Sin olvidar que el Catecismo de la Doctrina Cristiana que compiló el Padre Astete  enseñaba: “Doctores tiene la Iglesia que sabrán responder”.

         Con todo y con ello, ahí queda el comentario

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