Siempre se pone a la defensiva si hago movimientos rápidos. Aunque hemos conseguido establecer un vínculo de amistad, vuelve cada X tiempo a por comida y unas cuantas caricias. No es una ciencia exacta: nunca sabemos si al abrir la puerta estará o no estará. Es una especie de paradoja de Schrödinger pero en versión light. He observado que nunca viene los días de lluvia.

No tiene nombre, lo llamo como llama Audrey a su gato en Desayuno con diamantes. Gato. Gato. Gato.

Algunas veces, al salir de casa, está plantado en la puerta. Yo me tengo que marchar. Unos mimitos rápidos y me voy alejando.  Es un momento muy triste porque maúlla en la lejanía como preguntándome "¿Ya te vas?".

Ayer, al volver a casa, desde lejos, ví a una mujer cerca de mi portal. Intentaba acariciar al gato pero, éste, se deshacía de ella con gráciles movimientos. Al ver esto, agilicé mis pasos algo preocupada por la escena. La mujer anduvo hasta la bicicleta que había dejado en la otra acera. Al verme buscando las llaves y cómo el gato se acerca a mí con confianza, despierto su curiosidad. Me pregunta si el gato es mío. Le contesto que no. Seguimos preguntándonos cosas la una a la otra. Ella averigua que mi vecina y yo le empezamos a dar comida al verlo merodear por nuestra calle. Yo averiguo que tiene dos gatos, esterilizados. Las dos estamos de acuerdo y recalcamos la importancia de esto último. También averiguo que a veces se pasea por el pueblo, en su bicicleta, con comida para dársela a los animales que ve abandonados. Ahora me siento un poco mal por pensar, justo al verla, que intentaba envenenar a gato.

Ojalá tener una voz más grande para poder ayudarlos. ¿Quién no ha pensado alguna vez que con un solo acto sería capaz de arreglar todos los problemas del mundo? Ojalá fuera tan sencillo. No arreglamos el mundo. Pero quizás si podamos marcar una diferencia en el suyo.