Porque no sé exactamente cómo titular este excéntrico
y extraño texto que me ha venido a la mente, y es que no me lo ponen fácil mis
compañeros del Globo Sonda cuando proponen un tema; éstos se creen que somos
como los raperos que improvisan letras cuando se ponen a cantar.
Bueno, lo intentaremos. Empezaré diciendo que desde
hace tiempo observo que, a medida que sumo años, tengo más dudas que certezas.
Además debo añadir que me he vuelto un desconfiado, y también noto cómo aumenta
mi desinterés sobre muchas cuestiones que me deberían importar.
Esas dudas que me surgen también cuestionan mi
precaria fe. Si me acojo a la expresión popular de que la cara es el espejo
del alma, el dilema se agrava aún más desde que llevo media cara tapada. Me
sonrío pensando que ahora sólo tengo media alma, y esa mitad sigue siendo
insegura y poco fiable. Si además me acojo a la copla en relación a los ojos,
tampoco ando muy cierto: ojos verdes son traidores, azules son mentirosos,
y añado que de los negros y acastañados tampoco termino de fiarme.
A pesar de lo que dicen y aconsejan, la mascarilla no
me va bien, pero no, no me tilden de negacionista, que sólo quiero manifestar
algunos reparos nimios sobre su uso.
Aparte del agobio, del olvido o de que no se me
reconozca la voz, la telita de marras apenas me deja al descubierto las patas
de gallo y mi incipiente alopecia. Ya ven, un desastre que, unido a la rareza
del ambiente y el anuncio del otoño, me viene fatal para el estado de ánimo.
Aclaro, sin embargo, que sobre el atuendo no soy
presumido, así que en ningún momento he tratado de comprarme mascarillas de
colores o tuneadas, pero he visto en la calle a personajes que llevan este
complemento obligatorio a juego con la ropa que lucen para la ocasión. Los
supongo frente al espejo comparando la corbata con la mascarilla, dudando si
les viene bien el color o el estampado de la tela que cubrirá la boca y la
nariz, qué horror, qué pérdida de tiempo, qué tontería. Pero algunos y algunas
lo hacen, e incluso seguro que hay un estudio de marketing sobre este
comportamiento y de sus posibilidades
para el consumo, porque ya todo es negocio o está en función de él.
Reconozco que algunas veces el uso de la tela que
oculta mi rostro me viene de perlas, tanto para pasar desapercibido, como para
ignorar a quien no me interesa. Si alguien me recrimina por no saludar, ya
tengo preparada la respuesta: Uy, perdona, si no te había reconocido, como
llevas la mascarilla... Bueno, confieso que alguna vez me puedo despistar,
pero son las menos, cuando lo hago es adrede, porque soy muy observador.
Esto de la mascarilla forma parte del camuflaje
urbano, porque, debemos reconocerlo, siempre queremos ocultar algo para no dar
demasiada información al prójimo. En eso yo soy un desastre, siempre me tiene
que avisar mi santa, ella que tiene esa fina intuición femenina me dice: “opina
sobre tiempo, no hables demasiado que lo cuentas todo, que das demasiadas
explicaciones hasta en lo que escribes”.
Y lleva toda la razón, no es bueno exhibirse
demasiado. Cuento demasiado, pero a la vez transijo en exceso. Pero así nos va
a muchos, toleramos y consentimos tanto que algunos avispados consiguen
beneficios sobre nuestra amable conducta, ¿políticos acaso? Bueno no sean tan
mal pensados, que seguro que hay muchos más gremios que también se aprovechan
de nuestra paciencia y moderación.
Mascarilla es un vocablo tan
empleado en esta época que podía ser elegida como la palabra del año, seguro
que por su reiteración es una buena candidata. No hay más que escuchar los
informativos, la discusión sobre la mascarilla sale a cada instante y, ocupa
tanto tiempo en los noticieros, que le hace la competencia a la información
política.
Vean si no, frente a términos como coalición,
gobierno, oposición, partidos, presupuestos, leyes, democracia, querellas,
decretos, corrupciones, portavoces, jueces, senadores o diputados..., frente a
esta demostración de vocabulario está ahora la mascarilla. Y lo hace
desarrollando todas sus posibilidades de funciones y modelos.
A nadie nos suena extraño que la mascarilla nos
protege del virus, previene el contagio y que su uso es obligatorio en
muchísimos espacios y lugares. Las hay con filtro, de tela, lavables,
quirúrgicas, higiénicas, de barrera y, algunas, hasta con bandera incluida.
También hay modelos de diferentes tipos y normalizados, como las FFP con
diversa numeración que parecen una serie de electrodomésticos en función de su
protección medioambiental.
Entre la política y la pandemia, escuchar a mediodía
tanta información tan aparente como tan vacua, en lugar de producirme interés,
me lleva a un sopor que me induce al sueño.
Y es que lo reconozco, tengo que mirarme esto de las
dudas y la falta de interés. A ver si tengo que tomar alguna pastilla, quizás
necesite tragar algún mejunje que, aunque no pueda curarme, al menos me alivie
esta apatía. Porque estoy del coronavirus hasta la mascarilla, perdón, hasta la
coronilla. Y esto me preocupa también un poco, porque esa parte de mi cabeza
empieza a estar peligrosamente despoblada y no sé cómo protegerla. Bueno,
pensándolo bien, llega el otoño y ya tengo por ahí preparado el sombrero que,
aunque no me protege del maldito virus, siempre me sirve para disimular la
presumible calvicie.
Globosonda: Texto para La Caja Negra de octubre del
2020
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
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