Tiempo después, en el parque se sentó junto a mí una mujer con grandes ojeras y dientes manchados de Rush.

Sin pedírselo, comenzó a relatarme su trágica vida como si hubiera esperado décadas para ser escuchada.

Mientras hablaba, ví a un ser fragmentado en mil partes arrastrándose hacia nosotras, causándome asombro y repulsión porque...

No tenía ojos, pero le corrían lágrimas y con labios sellados apenas murmuraba “ayúdala, soy parte de ella, pero ya no puedo entrar”

Confundida, advertí que la mujer no veía al ente y entendí que estaba tan dañada por dentro que no tenía espacio para más que en un infinito vacío. Y el desahogo le fue fundamental.

Esa noche mi satisfacción era exorbitante, ya que siempre pensé que salvando almas me salvaba.

Al posar mi cabeza en la almohada la frase incompleta de mi padre hizo eco en mí.

En ese momento sentí fuertes golpes bajo mi cama.

Voces tergiversadas y figuras colmaban de a poco la habitación aturdiendo mi mente

Quedé petrificado y al reaccionar, Salí apresurado dando un portazo.

Un sentimiento de extrañeza me hizo girar la cabeza.

Vi a mi padre sentado diciendo: “lo que está en tu cuarto son los traumas de aquellas personas a las que has sanado, pero no tienen lugar donde habitar, deberás aprender a convivir con ellas, a ignorarlas y parecer normal, que no los ves, que no están allí, como yo lo hice

Y sin más, desapareció.

Después de noches de ojos abiertos por fin comprendí que esas sombras eran los desechos oscuros, que día a día mis pacientes me confiaban, y me dejaban.

Pero no dejaría que aquello me impidiera apaciguar los monstruos de los demás, aunque ello implicara girar la llave y entrar a mi mundo infernal.

Cohabitando cada día con un nuevo, escuchándolo por horas y horas,

Sumergiéndome en el horror, de mi propia realidad.

Autora: Bela del Conde

Ilustración: @chino_sac

Desde: Argentina