Lo árboles de la plaza del Carmen
no eran , es verdad,
los álamos dorados del camino
de la ribera del Duero, allá por Soria,
que en su corazón anidara
don Antonio Machado.
No herimos sus cortezas
con iniciales que eran nombres
y cifras que eran fechas.
Ellos, en sus anillos, se encargaron
de guardar nuestros nombres en sigilo
y de grabar, en cifra, nuestras fechas.
No era un dorado álamo ni un chopo.
Era una tierna, una sencilla acacia
la frontera a mi casa, que han talado.
Veo las fotografías de los tocones
que ha dejado la sierra.
Los más son cuerpos del delito arboricida.
Sin ser dendrocronólogo
puede leerse, sin embargo, en sus anillos,
archivo hasta ahora vivo,
en su memoria de madera sana,
su salud, su pujanza.
Y en ellos se dibujan
las huellas generosas de tórridos estíos juveniles,
las más finas de las crudas escarchas y nieves invernales,
de aquellas primaveras animosas,
de otoñales comienzos escolares,
de goces y de penas,
de fiestas y de duelos,
de luces y de sombras
de aquellos años nuestros sin pandemias.
Algunos, sí, atacados de alzhéimer vegetal
perdieron los recuerdos que anidaban
en lo más recoleto de su tuétano,
de su lóbulo arbóreo temporal.
Esos tocones hablan de sus troncos.
Calladamente gritan su acusación.
Pronto serán erradicados
Y quemarán la prueba del delito
que ha matado la historia xilográfica
De tres cuartos de siglo, de un lustro de mi vida.
Polvo seréis, ceniza enamorada.
Madrid, en confinamiento, 19 de octubre de 2020
Nota:
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Martes, 23 de Abril del 2024
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