No
lean esta carta, háganme caso. No la lean.
Si
se publica en La Voz de Tomelloso es, única y exclusivamente, por el extremo
aprecio y cariño que me profesan tanto Francisco como Carlos, pero ustedes
cuentan con una amplia y variada oferta dentro de la página web como para caer
en esta misiva.
Avisados quedan.
Queridos Reyes Magos de Oriente:
Me disculparán ustedes que, incluso en una
situación como la actual, me permita escribirles para trasladarles mis deseos
para esta festividad en la que, a pesar de la pandemia, y, como siempre, ustedes
serán recibidos en mi hogar con el mayor de las gratitudes y cuidados, como la
ocasión merece.
Este año voy a ser honesta y, verán, que
no solicitaré ningún regalo material. Supongo que todo lo ocurrido –la
cuarentena, mi cuarentena, mi aventura extramatrimonial- me ha servido, o al
menos ha ayudado, para efectuar un ejercicio de introspección y análisis que me
aparta de la extravagancia y del atroz consumismo –estoy macoca, como me espetó
el otro día una de mis amigas cuando guardábamos cola para comprar pesca en
Calabria.
Como digo, este año no les solicitaré
ningún artefacto –aunque agradezco la deferencia del Satisfyer del pasado 2020-
sino un cúmulo de aspectos que, con su permiso, paso a detallar:
(i) Quiero que el año
que viene, el 2021, nos trate algo mejor. No le pido que nos cuide, que para
eso estamos nosotros –sin recurrir al paternalismo infantil del Gobierno de
turno-, sino que, por lo menos, nos permita no tener que despedir a ninguno más
de los nuestros. Duele –y mucho- visualizar sillas vacías a la mesa familiar.
(ii) Quiero que mis
hijas crezcan sanas y libres. Alejadas de los pensamientos únicos y
políticamente correctos. Que se olviden de las consignas y decidan por sí
mismas. Que no solo elijan, sino que decidan, porque ahí radica la verdadera
libertad. Y que a la mayor, carajo, le deje de mandar mensajes de whatsapp con
emoticonos con las cejas levantadas un tal Sugar Daddy –y sí, se me puso mal
cuerpo al buscar en Internet qué coño era un Sugar Daddy, aunque, creo, que lo
que más me jodió fue que no tuviera la confianza como para contármelo.
(iii) Quiero que Paco
vuelva a no ser capaz de reprimirse las ganas. Quiero que me vea, siquiera por
unas noches, como la mujer que, cuando era joven, le arrastraba la sangre del
cuerpo a las cavernas de las columnas de tejido eréctil. Han pasado muchos
años, claro, pero una es mujer hasta el día en el que la amortajan y sentirse
deseada es bálsamo para cualquier inseguridad –de ésas que no escasean cuando
la gravedad opera impasible su acción inmisericorde.
(iv) Quiero que Marcos
–mi ligue, ya saben- sepa madurar sin presumir de que, por su cama, pasa una
MILF. Porque es buen chico y, en el fondo, lo que necesita es una novia a la
que sacar de paseo los fines de semana, por la que escribir mensajes
almibarados de amor y por la que sienta un verdadero miedo ante su pérdida. Alguien
que le acompañe en el camino, con la que compartir sueños y por la que partirse
la cara con la puta vida.
(v) Quiero que nuestros políticos actúen con determinación y pensando en el bien común. Que no nos mientan -más. Que no antepongan sus intereses a los nuestros. Que comprendan para qué están sentados dónde lo están.
(vi) Quiero que nos
concedan ustedes templanza, para perdonar, para no actuar como, a veces, nos
gustaría, para no tomar la justicia por nuestra mano. Porque este pasado año
nos ha colocado ante coyunturas que, a buen seguro, podrían haber acabado en
mayor tragedia de no ser por la responsabilidad ciudadana. Porque la muerte y
la tranquilidad mezclan mal. Y el humano, de suyo, es visceral cuando camina
por los senderos de la pérdida cercana.
(vii) Quiero que, para
el año que viene, me traigan ustedes un tarro de esos de espíritu navideño. Les
prometo que lo intenté, esta vez más que nunca, pero no me sale. Ya conocen
ustedes que yo las Navidades las tengo cruzadas desde que perdí a mi abuela –que
era la única que me trató siempre como una mujer incluso antes de que yo lo
fuera- y que el primer villancico y los turrones me traen una imparable y
dolorosa nostalgia de su rápida pérdida. Yo sé que a ella no me la pueden
devolver, pero solo espero que, en un frasquito pequeño, me inoculen algún tipo
de adormidera que relaje mi pesar o que apuntale mis cualidades de disimulo.
(viii) Quiero, queridos
Reyes Magos, que seamos felices, que nos amemos con pasión, que odiemos con
sentido y que nos enfrentemos a la vida con una pizca de razón y valentía. Que
aprendamos a disfrutar los pequeños momentos, que nos duelan los males ajenos,
que nos regocijemos de las victorias de otro, que aprendamos a conjugar en
plural y no solo en esa egoísta primera persona del singular –o del plural.
(ix) Quiero, mis Reyes
de Oriente, que, obviamente, olviden esta carta, y se centren en las miserias de
quien, realmente, lo necesita. De los pequeños, de los enfermos, de los pobres,
de los mayores, de los que viven en soledad… ustedes ya saben. Pareciera que
tuviéramos derecho a ser felices y olvidamos, con frecuencia, que antes que la
felicidad se halla la mera existencia.
Muchas gracias, mis Reyes Magos. Siempre
tendrán las puertas de mi casa abiertas.
Dios les guarde.
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Viernes, 22 de Diciembre del 2023
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Martes, 20 de Mayo del 2025