El martes se inauguraba en la Plaza de España de Tomelloso
la exposición de fotografías “Tierra de sueños” de Cristina García Rodero. El
sol lucía esplendoroso para recibir el que será, sin duda, uno de los acontecimientos
culturales más importantes de este comienzo de año en Tomelloso. Fue la propia
artista, a la que se notaba ilusionada a pesar de su dilatada trayectoria, la
que hizo el primer recorrido por la muestra explicando sus creaciones. El
publico acudió enseguida a la plaza a admirar las obras y saludar y hacerse
fotos con Cristina García Rodero que dijo sentirse emociona de estar en
Tomelloso, ciudad donde tiene familia.
Cristina García Rodero atendió amablemente al periodista.
Una larga charla con una de las referentes de la fotografía a nivel mundial. Vehemente,
amable, humilde, vitalista y cercana habla de la exposición, de La India y la
Fundación Vicente Ferrer, de fotografía y de la gente. “Me gusta la gente
porque me habla de la vida”.
Cristina García Rodero (Puertollano, 1949) ha conseguido en
su dilatada carrera multitud de reconocimientos nacionales e internacionales de
gran prestigio. Ha sido el primer fotógrafo español en formar parte de la
Agencia Magnun, ha recibido el Premio Planeta de Fotografía y tiene la Medalla
de Oro al Mérito de Bellas Artes y el Premio Nacional de Fotografía del
Ministerio de Cultura. Ha sido la primera mujer doctor honoris causa de la
Universidad de Castilla-La Mancha.
—¿Cómo surge “Tierra de sueños”?
—La idea de “Tierra de sueños” nació de la Obra Social La
Caixa para dar a conocer la obra de la Fundación Vicente Ferrer. Esa fue mi misión,
difundir la gran labor de Vicente Ferrer en La India. Quizá porque mi trabajo
se caracteriza por un interés grande por el ser humano hizo que contactaran conmigo.
—Y se puso en manos de la Fundación Vicente Ferrer para
llevar a cabo el trabajo.
—La Fundación me acogió, me llevó, me explicó y me dio todos
los datos posibles para que pudiera hacer un trabajo eficaz y un trabajo feliz.
Si no hubiese tenido la dedicación de la traductora, el conductor o la gente
que programaba donde yo quería ir, estoy segura de que hubiese sido más difícil
todo. Fueron, para mí, pocos días, pero conté con un apoyo importante. Eso
permitió que nos quedásemos a dormir en distintos sitios cuando los viajes eran
largos; allí las carreteras son malas. Insisto, tuve un gran apoyo parte de la
Fundación.
Tengo que decir que me lo pusieron muy fácil. Los pueblos
que están atendidos por la Fundación son muy agradecidos. Vicente Ferrer fue una
persona muy grata a quien adoraban por su carisma y generosidad y por todo lo que
había luchado para que la zona de Anantapur saliese adelante, con recursos de
todo tipo.
—Aparte de esa ayuda y colaboración, ¿resulto fácil el
trabajo?
—No fue, ni muchísimo menos, un trabajo fácil. Cada día
regresaba bastante hundida. Cuando me preguntaban los voluntarios, a la hora de
la cena, por el día que acababa siempre les contestaba que creía que no había
hecho ninguna foto buena. “He trabajado mucho pero no estoy segura de haber
recogido alguna imagen que merezca la pena”. Así estuve días y días.
Con ellos, con la gente de las aldeas, no tuve ningún
problema, al contrario. Eran pura generosidad y curiosidad por saber quien era
esa fotógrafa que se metía en las casas, que preguntaba por todo, que se
encariñaba con ellos o con la que reían juntos. Por parte de la población, todo
fueron facilidades.
Me llamó la atención que en las escuelas de la Fundación no
hubiese pupitres, sino que los alumnos se sentaban en el suelo. Me explicaron
que lo hacían así para que no sintiesen la pobreza cuando regresaban a casa; la
mayoría se sienta en el suelo porque no tienen muebles.
—Usted ya conocía La India, ¿no es así?
—Empecé a ir en el 2001 y he viajado habitualmente a ese país.
Iba casi todos los años, ahora con más frecuencia. Me gustaría hacer un trabajo
sobre los festivales en La India, que son tantos, tan diferentes y tan interesantes
por la cantidad de gente que participa, por el color, por el movimiento. En La
India tienen muchísimos dioses, el hindú es un ser muy espiritual, muy creyente
y religioso e intenta llevar una vida lo más correcta posible con su religión.
—Parece como que el trabajo de la Fundación Vicente
Ferrer le haya tocado la fibra a Cristina García Rodero.
—Lo primero que ves con la Fundación es como un hombre ha
sido capaz, con tan pocos medios, de llegar a hacer esta creación. Ya son más
de tres millones de personas a los que ayudan de una manera u otra. Es una
organización con una gran credibilidad del uso que hace del dinero,
distribuyéndolo de una manera muy sabia, escueta y muy transparente. Cuando las
cuentas son tan claras y el proyecto funciona, este crece. Eso es lo que te
asombra, la capacidad de la Fundación de llegar a los demás y la gran cantidad
de voluntarios que van allí a ofrecer sus conocimientos y su tiempo libre.
Además, esos mismos voluntarios contagian a otras personas para que participen
en ese sueño.
Le doy mucha importancia a la salud, si no la tienes de que
te sirve nada. Por eso admiro mucho el proyecto de hacer un gran hospital, que
era el sueño de Vicente. Un centro que atiende a trescientas personas al día.
Después han venido dos más y estoy seguro que seguirán más. El proyecto
sanitario de la Fundación ha sabido adaptarse a las circunstancias, empezó
tratando enfermedades respiratorias, evolucionó al sida y ahora atienden la Covid.
—En “Tierra de sueños” la mujer tiene un papel importante.
—Así me lo pidieron cuando me encargaron el trabajo. La
mujer es una voz importantísima y está muy relegada en La India. Así ha sido históricamente,
cuando moría el marido a la viuda se la quemaba. Hay muchos problemas con el
hecho de ser mujer. El estado prohíbe que se diga el sexo de del feto en la
ecografía para evitar que haya abortos de las niñas. Una hija necesita una dote
y los padres corren con todos los gastos de la boda.
—¿Conocer otros lugares ha hecho que mire la vida del
primer mundo de otra forma?
—De ver lo que he visto la vida me ha enseñado mucho. Me han
dado lecciones multitud de personas, a veces las más sencillas, de como
combatir la enfermedad, la pobreza o como salir adelante. O de como jugar
cuando no se tiene nada. Nosotros nos
hemos acostumbrado a consumir, cosas que muchas veces son un lujo. Me conmueve
el desperdicio que hay en occidente.
Una vez que vine de Haití oí una conversación entre dos
chicos jóvenes, que se creían listísimos, sobre un negocio que iban a hacer. A
mí me rechinaban los dientes de las estupideces que decían, de como hablaban.
Se sentían triunfadores y alardeaban de todo, y yo venía de un sitio donde no
tenían ni cama para dormir. Después de ver como vive mucha gente, te molesta oír
conversaciones estúpidas y pretenciosas.
—Usted ha sido una pionera en su trabajo, le ha tocado
abrir el camino a las mujeres que vinieron después.
—Empecé en los setenta. Comencé a hacer fotos a los once
años y con mi propia cámara a los dieciséis. Creo que, como en el caso de
Vicente, hay que soñar, tener clara la vocación y, por supuesto, hay que
trabajar. También hay que creer en uno mismo y saber que haces algo que merece
la pena.
A Vicente Ferrer le movía su interés en atender a tantas
personas y por cambiar una zona rural. En mi caso, dar a conocer muchas
tradiciones que se pueden perder, no solo en España, en todo el mundo. Es el tesoro
cultural de los países que muchas veces se desconoce y desprecia. Aquí esas
tradiciones se menospreciaban, pero cuando se hicieron las autonomías ya no
eran el recuerdo del pasado ni de la escasez. Eran las raíces de tu tierra, de las
que formabas parte, los signos de identidad que había que recuperar. He visto
como muchos pueblos han recuperado las tradiciones perdidas hacía muchos años.
—El hecho de que usted las registrase en sus fotografías también
hizo que se diese importancia a esas tradiciones, que se mirasen de otra forma.
—Yo era una jovencita que no tenía ni idea de como era
España. No conocía a mi país, ni yo misma me conocía. Ese fue el motivo de la “España
oculta” y otros trabajos, enseñar la cultura popular de nuestro país, que era
tan poco valorada. Quizás una de mis características es que soy muy tenaz, muy
paciente. Cuando algo me entusiasma soy capaz de dedicarle el tiempo que haga
falta. Con el dinero que ganaba como profesora de Bellas Artes me pude permitir
salir todos los fines de semana, fiestas o vacaciones. Primero en tren y en
autobús y luego en coche, me recorrí España intentando —primero en la “España
oculta”— mostrar las cosas que, para mí, eran más importantes como fotógrafa y
también como española. En “España: fiestas y ritos”, intenté vivir más la
fiesta.
En “España oculta” plasmé mis vivencias, mis observaciones,
las cosas que pasaban. A lo mejor no era lo más importante como fiesta, pero si
algo digno de fotografiar y que no se iba a volver a repetir.
—¿Dónde encuentra Cristina García Rodero una fotografía?
—Pues no lo sé. Las fiestas han sido para mí el pretexto
para fotografiar la vida. Da lo mismo una fiesta importantísima o un momento
íntimo dentro de una casa. En cualquier cosa que hable de vida y haya emoción.
Para fotografiar necesito emocionarme si no lo siento, el dedo no dispara. Creo
que lo peor que me puede ocurrir es que me aburra. Para mí lo importante es
captar la vida a través de la emoción de quienes me hacen sentir cosas, Y después,
compartirlas con los demás.
Yo siempre vivo un momento importante cuando tengo contacto,
empatía con las personas, Me gusta la gente, especialmente los críos, porque
son pura espontaneidad. También he intentado fotografiar aquello que es
importante para una comunidad en un momento determinado. Hay quien tiene miedo
a la gente, pero a mí no me da miedo la gente. Me acerco, necesito estar cerca
de las personas. Me gusta la gente porque me habla de la vida. Para mí la
fotografía es plasmar la vida a través de la emoción.
—Se le nota muy ilusionada con este trabajo, tanto como
si fuese el primero.
—Es verdad. Lo he vivido con mucha intensidad. Luché mucho
para sacar buenas fotografías. Había muy poco movimiento, el indio hace muchas
cosas sentados, la luz exterior era muy fuerte y la interior escasa. He tenido
problemas técnicos, luces malas, sobre todo. Afortunadamente, el digital me ha ayudado
mucho. El amanecer y el atardecer, que es cuando hay luces bellas y cálidas,
duran muy poco en la India.
Ese poco movimiento ha sido muy difícil para mí. Busco el movimiento
y la espontaneidad en mis fotografías. Absolutamente. Siempre digo que mis
fotos son retratos en movimiento. A
pesar de estar en fiestas donde participan millones de personas, siempre hago
medios planos. Los planos generales no me emocionan, a mí me gusta estar cerca
de la gente. Mirarnos, preguntarnos, que nos acepten y para ello no necesito
palabras. Si vas abierta a la vida siempre encuentras gente que se abre, el miedo
y el rechazo se huelen.
—¿Con qué se queda de medio siglo de profesión?
—Lo que he aprendido en estos cincuenta años de profesión es
que todos somos iguales. Nos puede diferenciar la economía, la geografía, la
política o la religión, pero todos somos iguales.
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Martes, 31 de Diciembre del 2024