Opinión

De mi memoria adolescente, III. Los toros.

Juan José Sánchez Ondal | Sábado, 16 de Enero del 2021
{{Imagen.Descripcion}}

Si de mi memoria adolescente me remonto a la infantil, encuentro recuerdos de la fiesta taurina. Allá en La Adrada (Ávila) donde, en parte transcurrió mi infancia, y en Arenas de San Pedro (Ávila, también) donde pasé cuatro años interno en el colegio del Carmen, -los inmediatos a mi llegada a Tomelloso-  se celebraban  corridas de novillos en las fiestas patronales, en plazas construidas con la abundante madera de sus pinares. 

De allí salieron algunos toreros   y allí tuvieron su residencia otros. Allí, en la jugosa hierba de sus prados, pastaron algunas ganaderías bravas. Allí jugábamos a torear con cuernos auténticos de novillos que conseguíamos en el matadero. Allí un antiguo torero, amigo de mi familia, quería que me dedicara  al arte de la lidia, brindándose a instruirme en ella. Y allí recuerdo el impacto que me produjo la noticia de la muerte de Manolete, que corrió de boca en boca, como la pólvora, aquel  29 agosto de  1947. “En la plaza de Linares/ cuando más brillaba el sol/  un toro negro de Miura/ frente a frente lo mató”, decía la letra del pasodoble.”  

En Tomelloso, entonces, no había plaza de toros. Existían las ruinas casi centenarias de lo que  fue una de las más antiguas de España, inaugurada el 4 de Octubre de 1.859, por la que habían pasado, según las crónicas, desde “Cúchares” y “Lagartijo” a los hermanos Bienvenida, pasando por el famoso  Joaquín Rodríguez “Cagancho”, por Marcial Lalanda,  o “El Estudiante”,  pero en la que desde 1948, no se celebraban festejos taurinos. 

 Los dos primeros años que allí residí no hubo ninguno. El tercero, 1953, para la feria, dentro de lo que de aquella plaza quedaba, se instaló una portátil en la que se anunció una novillada sin picadores, con seis novillos de Don Enrique García González,  encaste Veragua,  de Madrid, a cargo de los novilleros Paquito Esplá, padre de los toreros Juan Francisco y  Juan Antonio y abuelo de  Alejandro;    Joaquín Rodríguez (Cagancho) hijo, hijo del famoso gitano de los ojos verdes protagonista de la frase “Como Cagancho en Almagro”, del que hablamos en otro lugar,  y Juanito Zamora, toledano,  de la familia de los Paveros  de Orgaz,  hijo del  periodista taurino Antonio Zamora (Ali-Muki), fundador y director del semanario Madrid Taurino.

Por fin, después de años de ayuno taurino, iba a presenciar una novillada. 

Había venido a pasar con nosotros los días de feria, desde La Adrada, mi primo Eugenio Sánchez Vegas, luego médico, cardiólogo y responsable de mi aceptable salud y supervivencia, cinco años más joven, desde entonces gran aficionado a la fiesta y entendidísimo de cuanto se relaciona con el arte de Cúchares y la historia de las ganaderías  bravas.  Para él, para mi hermano Luis, q.e.d., y para mí, sacamos, tres entradas de barrera de sol. Mis padres iban a sombra. Los asientos estaban a la izquierda de la puerta de cuadrillas, sobre la cual estaba instalado el templete de  la banda de música. Para acceder a ellas acabábamos de pasar por la parte de tendido que había detrás de la banda. A punto de  comenzar el festejo, cuando las cuadrillas y caballista se aprestaban para el despeje y el paseíllo, por una excesiva acumulación de público sobre la zona del mencionado templete, éste se derrumbó; colapsó,  dirían ahora. Pervive en mi memoria, como si fuera de ayer, la imagen que contemplé al oír el estruendo: los músicos caían y, por la resistencia aerodinámica, el bombo,  descendía sobre ellos a menor velocidad. 

Cundió el pánico. El público se tiraba al ruedo e intentaba salir.  La guardia civil tomó el ruedo empuñando sus mosquetones y naranjeros, tratando de impedir que lo invadieran, y lo consiguió,  evitando un mayor desastre. Lógicamente, el festejo se suspendió y nos quedamos sin novillada. 

Mis padres, a punto de entrar, recibieron la noticia del hundimiento con el consiguiente sobresalto. Pasado el susto, luego en casa, con cierta sonrisa, me preguntaba mi madre: ¿Quién es una niña rubia con coleta que se nos acercó preguntando si Pepito estaba dentro? Aquella  niña aún vive en Madrid y le preguntaré si recuerda esta anécdota.

Y ya, en el tiempo en que allí estuve, no conseguí presenciar ningún festejo taurino. Fue en el último año  de mi residencia tomellosera cuando la Hoja Oficial del lunes del 23 de enero de 1956,  p. 13, daba la noticia de que “En Tomelloso se va a levantar una plaza de toros en sustitución de la que había y que ha sido destruida por la acción del tiempo. El Ayuntamiento ha acordado adquirir el solar y se tiene el propósito de comenzar las obras próximamente”. Y, según me he informado, “en Tomelloso no se volvieron a celebrar corridas de toros hasta la inauguración del actual coso taurino en 1972.”

La prensa y el Diario municipal recogieron la noticia con diferentes detalles. Según éste resultó “un herido grave con fractura de la columna vertebral; tres menos graves y veintiséis leves”. El periódico Imperio: Diario de Zamora de Falange Española de las J.O.N.S., Año XVIII Número 5367 - 1953 Septiembre 12, p. 5, en el que debía haber algún tomellosero, pues continuamente recogía noticias de la más diversa índole sobre Tomelloso, recogió el suceso en los mismos términos, añadiendo que “También el diestro Pepito (sic) Esplá, que se encontraba ya en el pasillo en espera del momento de realizar el paseíllo, resultó alcanzado por el hundimiento, y ha tenido que ser asistido por los facultativos por una herida que ha sido calificada de pronóstico reservado.   La brigada de la Cruz Roja que se hallaba de servicio en la plaza procedió con toda rapidez al auxilio de los heridos.” 

“Todos los toreros, [continúa el Diario municipal] sin consideración alguna, cobraron íntegros sus derechos, con excepción de Esplá, que dejó de cobrar una pequeña cantidad. El Juzgado se constituyó en el lugar del suceso e inició la instrucción del oportuno sumario.” A consecuencia de ello fue detenido el Aparejador municipal, Sr. Serrano, padre de nuestro gran amigo, recientemente fallecido, Víctor Serrano Sánchez, al que acompañamos en las horas de tribulación que transcurrieron hasta que fue puesto en libertad, tras comprobar su falta de culpabilidad en el accidente.

En el ruedo de la ruinosa plaza se celebraban, sin embargo,  otro tipo de festejos: proyecciones cinematográficas. Recuerdo haber visto allí  “Los siete niños de Écija”, película mejicana, a la que asistí por haber leído en la Antología de Gerardo Diego, el poema de Fernando Villalón, sobre estos bandoleros,  que me sabía de memoria:  

“Diligencia de Carmona,

la que por la vega pasas

caminito de Sevilla

con siete mulas castañas,

cruza pronto los palmares,

no hagas alto en las posadas

mira que tus huellas huellan

siete ladrones de fama.”

[…]

Eran, según el romance:

“Siete caballos caretos,

siete retacos de plata

siete, chupas de caireles,

siete mantas jerezanas.

Siete pensamientos puestos

en siete locuras blancas.

 “Tragabuches, Juan Repiso,

Satanás y Malafacha,

Jose Candio y el Cencerro

y el capitán Luís de Vargas

de aquellos mas naturales

de la vega de Granada.”

La película no me resultó tan bella como el poema.

Y en un ring, montado en el ruedo de la plaza,  se celebraban, asimismo, a veces,  veladas de boxeo con participación de aficionados locales, y de lucha libre, con intervención en los combates de ésta de un tal Soria, “campeón de España”,  que  ganaba siempre.  Debía ser Luis Soria Abia,  que aquel año de 1952, se proclamó campeón amateur de Castilla y de España y, en 1954, consiguió ambos títulos como profesional y que, después de abrir gimnasio en Vigo, dedicó toda su vida al deporte.  Entonces, la lucha libre en España estaba considerada como deporte y existía una Federación Española de Lucha  dependiente del Comité Olímpico Español. Todo luchador tenía que estar federado para poder combatir. 

Yo  que, en  La Adrada, conocí a Mariano García Ochoa, campeón de España de lucha libre americana del peso ligero, -sobre el que el abulense Pedro Anta Fernández escribió un libro-  pero no le vi luchar, no me perdía una velada.

Luego tendría ocasión de conocer y admirar al gran “Hércules Cortez”, (Alfonso Carlos Chicharro Lamamié de Clairac)  cuando se paseaba por Madrid con su descapotable blanco antes de que, en el verano de 1971, muriera en accidente de automóvil en Minnesota,  y conocí a un compañero suyo de gimnasio en Montreal, que me contó algunas anécdotas curiosas de ambos. Pero ese es otro cantar.

Por todo lo anterior este capítulo de mi memoria adolescente, más que LOS TOROS, debiera haberlo titulado: SIN TOROS.

Madrid primeros días de enero de 2021


1614 usuarios han visto esta noticia
Comentarios

Debe Iniciar Sesión para comentar

{{userSocial.nombreUsuario}}
{{comentario.usuario.nombreUsuario}} - {{comentario.fechaAmigable}}

{{comentario.contenido}}

Eliminar Comentario

{{comentariohijo.usuario.nombreUsuario}} - {{comentariohijo.fechaAmigable}}

"{{comentariohijo.contenido}}"

Eliminar Comentario

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter
  • {{obligatorio}}