«He
recogido las simples carpetas, los cuadernos, los libros. He guardado los
papeles que tanta compañía me hicieron». Así se despedía un día próximo al
verano de 1958 Juan Torres Grueso de su
confinamiento por razones de salud en La Hormiga. Atrás quedaban sus largos
paseos por los montes vecinos de las lagunas de Ruidera, los aldeanos de los
alrededores de su casa solariega y señorial con los que compartía palabras y
sabiduría, y la contemplación serena del alba, del ocaso y del trotar los “animalillos”
huéspedes de las pedrizas. En sus alforjas de regreso a su pueblo, una resma de
cuartillas en las que había vertido con pluma firma sus pensamientos más
íntimos de hombre embriagado de sus propias debilidades y de las de su tiempo.
Confinamiento. Bendita palabra en la
literatura y maldita en la realidad. Si el del humanista de mi cuna duró tres
meses, el mío, el de todos los míos, no pone fin. Maldito ese bichito
microscópico de mi misma naturaleza, tan inteligente como malvado, que vive de
quitarnos la vida. Guiado por el humano afán de supervivencia, durante el
primer largo confinamiento me predispuse a refugiarme en el recuerdo. Es a lo
que incita el recogimiento. Y como uno es de donde proceden los sabores y las imágenes
de su juventud, por oficio recurrí a las piadosas cuartillas para llorar. Mis
lágrimas hicieron camino en los primeros años de vida y en mis pesares. Pronto
se trasladaron a uno de mis talones de Aquiles en los difíciles años
trascurridos entre la niñez y la juventud: mi relación con la Cruz de
los Caídos. Jamás había dejado de recordarla y de preguntarme qué hacia un
infante, ya ateo, visitando el lugar sagrado de los creyentes. Como punto de
partida para mi relato una condición inquebrantable: su presencia me sosegaba. Necesitaba
saber por qué. El tiempo lo tenía; despertada, la necesidad también. Encontré
otro asidero que podría conducir a la luz: en contra de los de mi estirpe, sus
enemigos por ser del bando perdedor, jamás pude hallar culpa en el cuerpo y en la
letra de mi cruz.
Por imposibilidad, no he paseado por los
montes ni fijada la vista en las lagunas que abren para mí las imágenes más
hermosas de mi juventud. Tampoco he podido juntarme con mis vecinos, como hacia
ese ser al que conocí, en la distancia, y al que siempre he admirado. Pero, con
la mente y con la pluma, que no necesitan de nadie, he intentado dar respuesta
a ese aparente sinsentido de mi fraternal amistad con la Cruz de mi pueblo. Y,
pasado el primer confinamiento, me he encontrado en mis alforjas un libro
completo de reflexiones y alguna respuesta. He juntado el dolor por los caídos
con el mío de hombre con más preguntas que respuestas y he intentado conocerme
un poco más, acaso el camino más difícil del ser humano.
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Martes, 8 de Julio del 2025
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Miércoles, 9 de Julio del 2025
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