Un querido
lector me escribe de mi primer “Cosejas y versetes”, que le ha parecido corto. Ya lo advertían los diminutivos manchegos de
su título. Siempre he seguido los sabios consejos de Baltsar Gracián en su “Oráculo manual y arte de
prudencia’, en el que recomienda “No cansar”, pues “La
brevedad es lisonjera,… gana por lo cortés lo que pierde por lo corto.” Y su famosa frase de que “Lo bueno, si breve, dos veces
bueno;” a la que añade, la menos conocida, que hago mía, “ y aun lo malo, si poco, no tan malo.”
Pido
perdón si hoy soy más largo.
Entre
nobles se heredan
apellidos
y bienes,
títulos
y blasón.
Entre
gentes humildes,
el mote
o el apodo,
a veces,
con baldón.
En “De mi memoria adolescente III.
Los toros”, escribía sobre la película y el romance de los “Siete
niños de Écija”, entre los que
mencionaba a “Tragabuches”, de cuyas andanzas hube de informarme. Ni el espacio
ni la ocasión eran propicios para entrar en la biografía de este bandolero ni
en el motivo de que se echara al
monte.
“Tragabuches”, además de
personaje de película y de romance, fue un personaje real; un torero gitano que vino al mundo en Arcos
de la Frontera (Cádiz), el 21 de Septiembre de 1781. Nacido José
Mateo Balcázar Navarro, cambió su nombre por el de José Ulloa Navarro, amparándose
en una pragmática real en la que Carlos III autorizaba
a los gitanos a tomar el apellido que deseasen. Heredó el apodo de su
padre del que se decía que, en una ocasión, se había comido un feto de asno, o
un pollino recién nacido, (un buche) adobado.
Comenzó como banderillero y
después como sobresaliente de los rondeños José y Gaspar Romero, recibiendo la
alternativa como torero en Salamanca el 12 de Septiembre de 1802, donde murió,
cogido por un toro, Gaspar Romero, teniendo “Tragabuches” que terminar con el
astado.
Alternó la torería con el
contrabando de mercancías que pasaba de Gibraltar, que luego distribuía una
bailaora de Sevilla, María “La Nena”, “una real hembra” con “ojazos como
el azabache”, con la que vivía amancebado. (Como pareja sentimental, se
dice ahora).
En 1814, iba a torear en los
festejos que, con motivo del regreso a España de Fernando VII,
se iban a celebrar en Málaga, cuando, camino de la capital, lo derribó su caballo y
la caída le causó una dislocación de brazo, por lo que se vio obligado a
regresar a su domicilio en Ronda. La imprevista vuelta le descubrió la infidelidad
de su amante con un joven sacristán conocido como Pepe “El Listillo”. José Ulloa, tras degollar al joven, al que
descubrió escondido en una tinaja, arrojó a su infiel compañera por la ventana,
causándole también la muerte, tras lo cual huyó a la sierra rondeña y se
convirtió en bandolero, integrándose en la partida de los “Siete niños de
Écija”, desconociéndose cuál fuera su final.
Se atribuye a “Tragabuches” la
siguiente misógina copla:
“Una mujer fue la causa
de mi perdición primera;
no hay perdición en el mundo
que por mujeres no venga”.
Estos
hechos y esta copla, están a disposición
de cualquiera que desee informarse, dedicando un poco de tiempo, en internet, o más detallada y literariamente
en el tomo III de “Los toros” de José Mª de Cossío y Fortún. Allí encontrará
cuánto va escrito sobre la tragedia de “Tragabuches”, el “Listillo”, (que, al
parecer, no lo fue tanto, a pesar del curioso escondite en el que terminó sus
días), y la bailaora María “La Nena”.
Hechos que me hicieron recordar, y me han movido a buscar, un antiguo
romance que escribí hace años sobre el dramático fin que tuvo un gitano cantaor
de flamenco, por la misma causa que lo encontró el “Listillo” a manos de “Tragabuches”.
Creí haberlo perdido, no lo tenía en el
ordenador, pero di con él en unos folios, ya amarillentos, escritos a máquina
con cinta de color violeta. Es éste, que ofrezco a los lectores:
¡Nadie se acuerda de mí.
Yo no tengo quién me quiera.
Por una noche de amor
daría la vida entera!,
canta, gime, el cantaor
al son de guitarra vieja,
en la taberna de Juan
en noche de petenera.
Cierra con fuerza los ojos,
se le pronuncian las venas
de la garganta; enrojece
de desamor, cante y
pena.
A hurtadillas del marido
le mira la tabernera.
El cantaor, concentrado
en su cante, no se entera.
Moreno de verde luna,
gitano de pura cepa,
el cantaor no adivina
la ventura que le espera.
Su abuela, cuando nació,
dijo a su madre, agorera:
Este gitanito mío
morirá de amor, recuerda.
Termina el cante y el vino
y sale. Nadie le espera.
La tabernera recoge,
echa la tranca a la puerta,
pero por una ventana
salta y, llegando a la acera,
al gitano le pregunta
si cumpliría la promesa
de la copla que cantara.
Él dice que la cumpliera
como gitano de ley
si esa noche ella quisiera.
Juntos, con pasión, se amaron
con amor de primavera.
Él, como hombre, cumplió.
Se entregó la tabernera.
Al alborear el alba,
tras la noche placentera
de amor, se cumplió la copla;
la copla se cumplió entera.
Y se cumplió la ventura
que, al nacer,
le echó su abuela.
Les sorprendió Juan dormidos.
De cuchillada certera
mató al cantaor gitano.
Se llevó a la tabernera
que nunca le olvidaría.
Cuando el tabernero cierra,
-puerta y ventana enrejadas-
cada noche, la taberna,
la tabernera, en voz baja,
canta esta copla hechicera
que adaptó su corazón
como si de un rezo fuera:
¡Yo sí me acuerdo de ti.
Tuviste quién te quisiera.
Por una noche de amor
me diste la vida entera.
Gitano, la diera yo
si con ello revivieras.
Madrid, febrero de 2021
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Miércoles, 7 de Mayo del 2025