Opinión

Aullidos de alegría

Manuel Sánchez Patón | Lunes, 15 de Febrero del 2021
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Por fin, el lobo ibérico (Canis lupus signatus) abandonará su penosa condición de especie cinegética al norte del Duero para ser protegido en todo el territorio nacional. La Comisión Estatal para el Patrimonio Natural y la Biodiversidad, formada por el Ministerio de Medio Ambiente y Reto Demográfico (MITECO) y las Comunidades Autónomas, decidió en su última sesión, el jueves 2 de febrero, la inclusión del cánido en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (Real Decreto 139/2011). El saldo final de las votaciones, en segunda sesión, fue muy ajustado; 9 votos a favor (La Rioja, Aragón, Cataluña, Castilla-La Mancha, Extremadura, Canarias, Baleares, Melilla y el propio ministerio) por ocho en contra (Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco, Castilla-León, Madrid, Murcia y Andalucía). A nadie se le escapa que las que se opusieron cuentan con poblaciones de lobo  (en torno al 95% del censo nacional), con la excepción de Murcia y Andalucía (que llegó a tenerlas en Sierra Morena).

Si bien la resolución no es vinculante y hasta que sea publicada en el BOE queda un largo camino por recorrer, contando con una azarosa, se presume, tramitación parlamentaria, abre una vía esperanzadora, saludada con alegría contenida en el entorno conservacionista y criticada, con inusitada dureza, por presidentes autonómicos (Miguel Ángel Revilla por Cantabria, y Francisco Javier Lambán por Aragón, pese al voto afirmativo de su representante),  consejeros  (como los de Medio Ambiente de Castilla-León y Cantabria) y organizaciones agrarias, ganaderas y de cazadores. Había transcurrido menos de una semana del anuncio cuando responsables autonómicos avisaron de la preparación de multitud de recursos en los tribunales. En paralelo, la Federación Española de Caza avisaba de la presentación de una denuncia por prevaricación y movilizaciones “masivas” si las condiciones sanitarias lo permiten. Tampoco andan demasiado claras las cosas en el Gobierno; Luis Planas, al frente del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimnentación, señalaba que con la actual regulación “es suficiente y que, como ministro de los ganaderos, estoy a su lado” (El País, 9 de febrero).

El Duero como frontera

La gestión de la emblemática especie es compleja y problemática. En el norte del Duero se encuentran los núcleos poblacionales más asentados, con dinámicas expansivas relativamente importantes. Cada territorio tiene sus propios indicadores (ecosistémicos, socioeconómicos, culturales y políticos) que influyen directa e indirectamente en la evolución, o no, de los registros poblacionales del lobo. Su presencia en Galicia, Zamora, en la montaña alavesa, en los Picos de Europa, o en el Prepirineo Catalán, es interpretada de forma diversa, en función de los usos y aprovechamientos humanos que pueden entrar en colisión con esa especie (al igual que su capacidad de afrontarlos o, sencillamente, integrarlos), y, muy importante, de los resultados del trabajo de sensibilización y concienciación que instituciones públicas y privadas hayan desarrollado previamente.

Así, la Sierra de la Culebra, la comarca más lobera en cuanto a efectivos, es donde se ha dado una mayor aceptación y comprensión social del papel ecológico del gran superdepredador, asentándose una próspera industria turística que gira en torno a su observación. Por el contrario, persiste el conflicto - entre la ganadería extensiva, y de montaña, y el lobo - en el resto de las regiones norteñas que abarcan su rango de distribución. Los ganaderos se quejan de bajas numerosas en sus explotaciones y aunque la Administración indemniza, el perjuicio económico, el estrés generado por esa situación en sus rebaños, y la lentitud en el cobro de las ayudas, no las hacen operativas, según esas mismas fuentes.

Con el fin de evitar un crecimiento poblacional que genere alarma social, las comunidades con mayores registros de lobo, cuya frontera natural coincide con el norte del río Duero, regulan sus grupos mediante subastas cinegéticas, muy contestadas por parte del ámbito científico, y en su totalidad por las organizaciones de defensa del medio ambiente, más en concreto las dedicadas a la conservación del lobo ibérico.

¿Cuántos lobos hay en España?

Los defensores de su caza (existente, aunque con sus respectivas particularidades, en Galicia, Castilla-León, Asturias y Cantabria) esgrimen la alta densidad (o el crecimiento sostenido) de las manadas, lo cual no ha quedado demostrado. Si bien en los últimos treinta años se ha experimentado un aumento, y en algunos casos, una tibia recolonización en sus reductos históricos donde desapareció hace décadas, fruto de la persecución directa (baste recordar las tristemente célebres Juntas de Extinción de Alimañas de los años 50 del pasado siglo), no ha sido tan grande o fuerte dicha dinámica. De hecho, aún no se sabe con exactitud cuántos ejemplares hay, y menos todavía se tiene conocimiento del número de manadas. El sofisticado comportamiento social, la formidable movilidad, sin olvidar el carácter huidizo hacia el ser humano (y no es para menos) del gran carnívoro, dificulta mucho su contabilización. Por otra parte, el último censo nacional data de 2014, con una estimación de 297 grupos que ocuparían una superficie de 91.620 km². Compárense estas cifras con las del anterior censo, de 1988, que determinaba la existencia de 294 grupos, ocupando por aquel entonces 100.000 km². Se cree que España alberga entre 2000 y 2500 ejemplares.

En lo que respecta al sur del Duero, el lobo está protegido en los catálogos autonómicos de especies amenazadas, siendo por lo general mucho más escaso que en el norte. Pero donde ha llegado se ha topado con la declaración de guerra de ganaderos, quienes denuncian una elevada mortandad de cabezas por depredación de lobo en comarcas de Ávila y Segovia.

Sin minusvalorar nunca el perjuicio de los ataques al ganado, es manejable el conflicto, más allá de las indemnizaciones (necesarias siempre, pero mejorándose en el acortamiento de los plazos). La presencia del lobo es una amenaza real para la cabaña ganadera, por eso se precisa la adopción de enfoques preventivos, de probado éxito, como la recogida de los rebaños por la noche, el uso de vallados electrificados, la construcción o adecuación de cercados fijos, y la guarda con mastines. El conflicto no desaparece, pero gestionar los riesgos, al igual que se hace en tantas otras actividades, con el asesoramiento técnico apropiado, el apoyo institucional, la financiación pública y el acompañamiento, si es preciso, de ecologistas y amantes de esta especie, puede contribuir, sin duda, a la cohabitación. Y algo más al respecto. Hay que avanzar en un mayor reconocimiento social de la figura del pastor, así como de la ganadería extensiva por su contribución a la preservación de pastizales (sumideros de carbono), la dispersión de semillas, los beneficios que aporta al conjunto de la biodiversidad, el mantenimiento de las cañadas , veredas y cordeles, la conservación de las razas autóctonas, y la producción de alimentos sostenibles, sanos y de calidad.

Tras el estigma

Desde luego que no son únicamente las voces procedentes del sector primario, en concreto el ganadero, las únicas contrarias a la ampliación de la protección del lobo. El móvil cinegético, más que ningún otro, cobra protagonismo destacado. El lobo es una codiciada pieza, con muchos enemigos y encima, un cazador que “compite” (luego matizaremos brevemente esto) con la caza deportiva. Es el chivo expiatorio perfecto de los males que asolan el medio rural. Pero presentar  a la carismática estrella de la fauna ibérica como “el mayor problema de la España vaciada” no resiste un debate medianamente serio. Únicamente con la ciencia en la mano, y el compromiso con el mundo rural (impulsando la participación de la mujer, la soberanía alimentaria, la producción agroecológica, la ganadería extensiva, el turismo de bajo impacto, la dotación de servicios públicos esenciales y de infraestructuras, la sabiduría de la cultura y tradiciones campesinas, etc) se puede soñar y creer en un futuro con lobos vivos. Aunque haya sectores empecinados en explotar el conflicto por los dividendos políticos que concita. Sobra demagogia y visceralidad. Como en tantos asuntos de este país.

De cazador social a policía sanitaria

Al ocupar la cúspide de la pirámide ecológica en la mayor parte de los ecosistemas del Paleártico Occidental, las distintas subespecies de lobos, dada su función predatoria, actúan como selectores de poblaciones de herbívoros, centrándose, por su facilidad de captura, en los ejemplares viejos, enfermos o con taras, lo que refuerza genéticamente a muchas especies objeto de caza mayor (ciervo, corzo, muflón, cabra montés, jabalí). A esto se le une una condición importantísima (como así lo dejan claro estudios científicos recientemente publicados); la de policía sanitaria, al eliminar a individuos afectados (de ungulados silvestres se entiende, como el omnipresente y cada vez más abundante jabalí) por enfermedades transmisibles al ganado doméstico. En otras palabras, el lobo es clave en el control de zoonosis que traen de cabeza a ganaderos, como la tuberculosis, la peste porcina africana, o la Enfermedad de Aujeszky.

La contribución del lobo al equilibrio ecológico y a la salud de los ecosistemas es una verdad científica. Pero hay más. Mantiene a raya a animales oportunistas que, gracias a una política cinegética profundamente desacertada, abundan y provocan daños en propiedades, cultivos agrícolas y accidentes de tráfico.

El lobo también compite con perros asilvestrados (protagonistas de ataques al ganado, no olvidarlo) y zorros (que infringen daños en la fauna cinegética), sobre los que termina imponiéndose (por depredación o expulsión del territorio).

Un acto de justicia

Aunque solo sirviera como acto de reparación por la inquina persecutoria que desde hace siglos ha soportado, tenemos una responsabilidad histórica, una deuda inaplazable que saldar con él. La recuperación de sus poblaciones, la recolonización de sus territorios de antaño, su rehabilitación a través de las disposiciones legales más exigentes, que incluyan su máxima protección y, por consiguiente, la prohibición de su caza, nos obliga moralmente, como sociedad sensible y avanzada, en un tiempo nuevo de respeto, aproximación y empatía con quienes comparten con nosotros “la aventura de la vida” (aquí, cómo resistirse en citar aquel programa radiofónico, del mismo nombre, con que el gran maestro, el culpable de todo, el añorado Dr. Félix Rodríguez de la Fuente, deleitaba a todo un país con sus relatos).

El reconocimiento de dotar de mayor cobertura legal al lobo ibérico es un acto de justicia. Ojalá que, de una vez por todas, acaben las matanzas, las subastas en los cotos, y las batidas (legales e ilegales) en el norte de España. Hay sitio para el lobo y la ganadería extensiva, aunque nadie dijo que fuera fácil.

El lobo, por su papel ecológico, por su belleza, por su impronta milenaria en las culturas humanas, por los servicios que presta a la sociedad, está predestinado a convertirse en un exitoso  embajador de una nueva era donde la biodiversidad y el mundo rural tracen un camino común de entendimiento, oportunidades, alianzas y prosperidad.

¡Larga vida y la mejor de las suertes a nuestro gran superdepredador por excelencia!

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