Desde el año 2000 la UNESCO conmemora cada 21 de febrero el
Día Internacional de la Lengua Materna. Centrado en la importancia, vigencia y
valor cultural de las lenguas minoritarias, busca llamar la atención de la
extrema indefensión que sufren ante el avance de la globalización (con el
inglés y el chino mandarín como lenguas vehiculares), la disgregación de las
comunidades, la falta de transmisión pautada en su seno, o la represión de
Estados y grupos hegemónicos religiosos y nacionales contra algunas minorías.
En un mundo inestable y cambiante, cunde la preocupación por el futuro de
lenguas y dialectos que, desasistidos de políticas públicas que las blinden, se
abocan al precipicio de la desaparición, y con esta, a la pérdida de un inmenso
patrimonio que empobrece irremediablemente al conjunto de la humanidad.
Según la UNESCO, cada dos semanas desaparece de promedio una
lengua. Un proceso de autodestrucción que lamina la diversidad lingüística y
cultural. Una forma de concebir el mundo, las relaciones interpersonales,
nuestro lugar en la naturaleza, la mitología y religiones, el pensamiento y la
creación, los sueños y anhelos de cada individuo y/o de la colectividad, la
cultura material e inmaterial, y tantas cosas más, se va (para siempre) por el
desagüe de la modernidad. Una fuente de comunicación, de conocimiento, de
identidad, de inspiración, de cultura en mayúsculas, se acaba. La extinción de
una lengua se convierte así en un auto de fe, en un destierro, en una especie
de enajenación. Una traición a quienes
delegaron en su custodia y virtud. Una insoportable burla a las generaciones
venideras, depositarias (consumado el crimen) de su transmisión.
La cuenta atrás de la rarefacción, y presumible desaparición
a largo plazo de las lenguas minoritarias se nota ya en Europa. En una sesión
de la UNESCO celebrada para la revisión del Atlas de las Lenguas del Mundo
en Peligro (Palacio Kursaal de San Sebastián, 15 y
16 de diciembre de 2016) se puso sobre la mesa la preocupante situación del
napolitano-calabrés (Italia), el torlak (Serbia), y el latgaliano (Letonia) con
la calificación de "vulnerables".
Lo que nos toca
Adentrándonos en la península, el euskera, la vieja lengua
pre-indoeuropea de enigmático origen, comparte con las anteriores idéntico
estatus. Para el organismo internacional, sus hablantes no pasan los 660.000;
para el Gobierno vasco, llegan a los 860.000. Ambos cálculos atienden a los
territorios del País Vasco-Navarro (como diría don Pío Baroja) y las provincias
de Lapurdi, Zuberoa y la Baja Navarra (de administración francesa).
Peor le va al resto. El asturleonés,
asturiano o bable (en Asturias, León, Zamora, Salamanca y Valladolid) es usado
por 150.000 personas. El aragonés, platicado por 10.000 almas, aguanta bien en
el Pirineo oscense. 24.000 personas de las comarcas más al oriente de Aragón
usan regularmente el catalán. El aranés (variante del occitano y tercera lengua
oficial en Cataluña), circunscrito al Valle de Arán, cuyo nombre presta, lo
utilizan 7.000 personas.
La fala o fabla extremeña, una conjunción entre el
asturleonés, el portugués y elementos propios, cuenta con 5.000 hablantes en
Extremadura y Salamanca. El tamazigh, de ascendencia bereber, lo emplean 40.000
melillenses. Más o menos lo mismo que el árabe ceutí. Sorprendentemente, el
Atlas estima “en varios miles de gitanos” el uso del caló. En mi modestísima
opinión, no queda nada, por desgracia, de esa variante de la lengua romaní (una
de las consecuencias del genocidio sufrido por el Pueblo Gitano durante siglos
en gran parte de Europa).
Siguiendo el criterio del Atlas, todas las lenguas y
dialectos citados se encuentran en peligro. Situación corroborada por las
conclusiones del Foro de Debate sobre la Carta Europea de las Lenguas
Regionales o Minoritarias, celebrado el 29 y 30 de junio de 2017
en
Santiago de Compostela, con el apoyo del Consejo de Europa. Siete lenguas y 250.000 practicantes.
Valga tan sólo un botón de muestra. En la comunidad
catalanoparlante de la franja (Aragón), el castellano
es hablado por el 70 % de los adolescentes, cuando sus padres lo hacen en un
20%. En el caso del aragonés, el 38 % ha dejado de transmitirse a los hijos.
Por supuesto, no vamos a entrar aquí en el debate de las denominaciones
(aragonés y catalán versus aragonés
oriental y aragonés del norte).
Afortunadamente, el catalán y el gallego presentan
indicadores mucho más favorables. El primero, bien asentado en Cataluña - y con
sus propias formas dialectales – en País Valenciano, Baleares, la franja (como
vimos), y Cataluña Norte (bajo administración francesa). El gallego, muy
popular y extendido, sufre sin embargo una retracción, según denuncian los
partidos de la oposición y entidades de defensa de la lengua de Rosalía de
Castro y Castelao.
Al rescate de las lenguas maternas
La Constitución Española, en el artículo 3 expone “Las demás
lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades
Autónomas de acuerdo con sus Estatutos”, así como que “La riqueza de las
distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será
objeto de especial respeto y protección.” A excepción del euskera, gallego y
catalán (lo que no quita que sea mejorable su promoción) queda casi todo por
hacer en el resto. El reconocimiento de la cooficialidad en los Estatutos de
Autonomía, en igualdad de condiciones con el castellano, es el primer paso,
obligado, para una normalización en su uso social. Otro tanto es su presencia
en las dependencias oficiales, servicios públicos, planes de estudio, vida
académica y medios de comunicación.
Por imperativo constitucional, por respeto a los tratados
internacionales (Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias, de la
que España es signataria), por demanda social, urge pues una apuesta
institucional en favor de las lenguas maternas y minoritarias, sin filtros
partidistas. Porque la pluralidad lingüística y cultural es, y será siempre,
sinónimo de identidad, progreso, tolerancia, y riqueza.
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Miércoles, 9 de Octubre del 2024
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Jueves, 10 de Octubre del 2024
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